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Theo estaba en medio de una partida de shōgi con el mayordomo cuando el criado entró apresuradamente en el salón, llevando un sobre lacrado. La joven alzó la vista del tablero, ya con el ceño fruncido.
—¿Qué es ahora? —preguntó en tono aburrido mientras extendía la mano para tomar la nota.
El criado vaciló, pero se acercó.
—Es de Lord Wesley, milady. Dijo que era urgente.
El corazón de Theo dio un leve salto. Sin dudar, rompió el lacre con un movimiento rápido, sus ojos recorriendo las pocas palabras. En cuanto las leyó, se quedó inmóvil por un segundo, como si lo escrito la hubiera golpeado de forma repentina. Sin embargo, se recompuso rápidamente y se levantó de un salto.
Clara está conmigo. Te necesita. Ven inmediatamente.
D.
La silla cayó hacia atrás con el movimiento brusco. El mayordomo miró el tablero y luego a ella.
—Milady, ¿la partida?
—Mándala quemar, no tengo tiempo para esto —Theo ya cruzaba el salón como una tormenta, gritando instrucciones—. ¡Mi abrigo! ¡Y que preparen el carruaje! ¡AHORA!
La criada más joven se sobresaltó, dejando caer una bandeja de té, pero Theo ya se echaba el primer manto sobre los hombros mientras salía de la casa a paso firme. El mayordomo, acostumbrado al temperamento de su señora, la siguió hasta la puerta.
—¿Debo preguntar si desea llevar escolta, milady?
—Si Wesley se atreve a hacerle algo a Clara, la escolta será para él, no para mí —soltó Theo por encima del hombro, ya entrando en el carruaje—. ¡A casa de Lord Wesley! ¡Y que vuelen, o juro que iré a pie!
La puerta se cerró de golpe y el carruaje arrancó. Theo apretaba las manos sobre las faldas, el corazón acelerado. Sabía que Clara no era de dejarse vencer fácilmente. Pero algo no estaba bien. Algo estaba muy mal.
Y si Wesley había sido imprudente... bueno, desearía haber huido antes de que ella llegara.
El ambiente en la mansión de Lady Penélope estaba cargado de tensión. El silencio solo era interrumpido por los criados que se reunían apresuradamente en el vestíbulo, preparándose para salir en busca de Clara. El aire era denso de preocupación, de preguntas sin respuesta y de un miedo que nadie quería verbalizar.
Lady Penélope estaba sentada rígidamente, los ojos enrojecidos clavados en la alfombra, como si aún pudiera ver a Clara huyendo por la puerta. El duque de Cavendish permanecía de pie, intentando controlar la inquietud que lo embargaba. Gabriel se mantenía junto a la chimenea, con expresión sombría, mientras Lilian, con los brazos cruzados, observaba la oscuridad del exterior, los labios tensos.
—No puede haber ido muy lejos —rompió el silencio Gabriel, su voz grave pero decidida—. Tenemos suficientes hombres para registrar las calles antes de que alguien más la encuentre.
El duque asintió, pero la rigidez de sus gestos revelaba una preocupación imposible de disimular.
—Ya ordené preparar los caballos —hizo una pausa, apretando los puños—. Si hace falta, registraremos todo Londres hasta encontrarla.
Lady Penélope cerró los ojos, el pecho subiendo y bajando con desesperación.
—Dios mío… ¿qué he hecho? —su voz era apenas un susurro.
En ese momento, Harding, el mayordomo, entró apresurado, sosteniendo un sobre lacrado.
—Milord, acaba de llegar esto.
Gabriel extendió la mano y tomó la nota, rompiendo el sello sin dudar. Su mirada se endureció al reconocer el sello de Damien. Abrió el papel y leyó rápidamente. El mensaje era breve, pero lleno de significado:
Clara vino a mi casa. Llamé a Theo para que venga a buscarla. Está a salvo.
D.
Un silencio gélido se instaló en la sala.
Lilian fue la primera en notar cómo Gabriel apretaba la nota.
—¿Qué ocurre? —preguntó, dando un paso al frente.
Gabriel alzó la mirada del papel, respirando hondo.
—Clara estuvo en casa de Damien.
Lady Penélope dejó escapar un jadeo, llevando una mano al pecho como si le faltara el aire. El duque de Cavendish, a su lado, se quedó estático, antes de cerrar los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—¿Estaba sola con él? —su voz, antes fría y controlada, ahora contenía un peligro latente.
Gabriel cerró el puño, intentando contener la frustración.
—Si Damien se tomó la molestia de avisarnos, es porque sabe muy bien lo que significaría si alguien la hubiese encontrado allí.
El duque dio un paso adelante, los ojos brillando de furia.
—Eso no cambia el hecho de que estaba en casa de un hombre, sola, vulnerable a toda clase de rumores. ¡Si alguien se entera de esto, Clara estará arruinada!
Lady Penélope negó con la cabeza, las lágrimas formándose en sus ojos.
—Debí haberla seguido… debí haber sabido que no podría lidiar con esto sola.
Lilian se volvió hacia Gabriel, con la mirada ansiosa.
—¿Vamos a buscarla, verdad?
Gabriel no tardó mucho en asentir.
—Sí. Pero debemos hacerlo con discreción —hizo una breve pausa antes de añadir, en tono más suave—: Creo que es mejor que te quedes, Lilian. Los bebés te necesitan.
El duque ya llamaba al mayordomo, la urgencia en su voz ahora evidente.
—Preparen el carruaje de inmediato.
Lady Penélope se levantó, su determinación regresando poco a poco.
—Yo también voy.
El duque se volvió hacia ella, sus ojos suavizándose ligeramente.
—Penélope…
—No —su voz era firme—. Tengo que verla. Clara me necesita, lo quiera o no.
Gabriel la observó un momento antes de asentir.
—Entonces vamos ahora mismo.
Pero mientras salían, una duda persistía dentro de él:
¿Y si Clara aún no estaba lista para verlos?
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