Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

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Gabriel mantenía la mirada fija en la oscuridad del exterior, la mente trabajando a un ritmo frenético. A su lado, el Duque de Cavendish permanecía rígido, la tensión marcada en cada línea de su rostro. Lady Penélope estaba sentada frente a ellos, las manos entrelazadas en el regazo, los nudillos blancos de tanto apretar los guantes.

Nadie hablaba.

Porque no había palabras suficientes para contener la tormenta de emociones que los atravesaba.

Cuando el carruaje se detuvo frente a la casa de Damien, Gabriel fue el primero en bajar. No perdió tiempo en formalidades. Subió los escalones de piedra y golpeó la puerta con firmeza, ignorando la brisa cortante que le azotaba el abrigo contra las piernas. El Duque y Lady Penélope lo siguieron de cerca, sus presencias reflejaban la urgencia que todos sentían.

La puerta se abrió, revelando a uno de los criados de Damien. El hombre dudó un instante antes de hacer una ligera reverencia.

—Milord.

Gabriel no perdió tiempo.

—¿Dónde está Damien?

—En la biblioteca, señor.

Sin esperar más, Gabriel entró, sus pasos resonando sobre el suelo de madera. El Duque lo siguió, y detrás de ellos, Lady Penélope, cuyos ojos ansiosos recorrían el pasillo como si esperara ver a Clara en cualquier momento.

La biblioteca estaba iluminada apenas por la chimenea y algunas velas dispersas. Damien se encontraba junto al fuego, con una copa en la mano, la mirada fija en las llamas, como si el calor pudiera deshacer la inquietud que endurecía su semblante.

Al oír los pasos, se volvió lentamente, evaluándolos con una expresión impasible. Pero Gabriel no se dejó engañar. La rigidez con que Damien sujetaba la copa, la contracción apenas perceptible de su mandíbula, delataban algo más profundo.

—Gabriel —dijo Damien en tono neutro—. Duque. Lady Penélope.

Hizo una breve pausa antes de añadir:

—Supongo que vienen por Clara.

—¿Vas a fingir que no es un problema que haya estado aquí? —el tono del Duque era frío, letal.

Damien dejó la copa sobre la mesa con un leve chasquido, sus ojos azules brillando bajo la luz temblorosa de la chimenea.

—Si fuera un problema, no habrían recibido una carta mía.

Su voz se mantenía controlada, sin apuro, sin señales evidentes de perturbación. Pero Gabriel no se dejó engañar. Percibió que, bajo esa fachada indiferente, Damien contenía furia y una incomodidad mal disimulada.

—Llamé a Theo para que viniera por ella. Ya no está aquí.

El tono seco de sus palabras bastó para que Gabriel entendiera que a Damien no le agradaba sentirse forzado a justificarse. Lady Penélope soltó un leve suspiro de alivio, cerrando los ojos brevemente antes de recomponerse.

Gabriel cruzó los brazos, observando atentamente a Damien.

—¿Y por qué no la enviaste directamente a casa?

—Porque no quería volver —hizo una pausa—. Y no iba a obligarla.

El silencio que siguió fue cortante.

El Duque dio un paso adelante, la rabia hervía en su voz.

—Sabes lo que puede pasar si esto se hace público, Wesley. Sabes lo que hiciste al dejarla aquí, sola contigo.

Damien sostuvo su mirada sin vacilar.

—Lo que hice fue evitar que terminara sola en la calle, vulnerable. Y luego, asegurarme de que estuviera a salvo.

Pasó la lengua por los dientes, la tensión ahora visible en su forma de respirar.

—Si tanto te preocupa su reputación, entonces deberías preguntarte qué fue lo que la hizo huir en primer lugar.

Lady Penélope se estremeció levemente, pero permaneció en silencio.

Gabriel se pasó una mano por el rostro, intentando controlar la frustración.

—¿Dónde está ahora?

—En casa de Theo —respondió Damien—. Y antes de que preguntes: sí, está bien. No en el mejor estado emocional, pero segura.

Lady Penélope dio un paso al frente, su voz más suave ahora.

—¿Qué ocurrió, Damien?

Por un momento, Damien vaciló. En su mirada, una sombra de incertidumbre que Gabriel jamás le había visto. Pero al final, Damien simplemente negó con la cabeza.

—Ya no importa.

El Duque exhaló por la nariz, la rabia aún latente pero controlada.

—Vamos por ella.

Gabriel asintió, girándose hacia Lady Penélope.

—Te llevaré con Theo.

Damien los observó, pero no dijo nada más.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, permaneció allí, en el mismo lugar, los nudillos apretando el respaldo del sillón como si quisiera descargar allí toda la frustración que le subía por el pecho.

La casa de Lady Theodora surgió en el horizonte, una construcción elegante, pero distinta de las mansiones aristocráticas tradicionales. El estilo oriental se mezclaba con la arquitectura británica, y los faroles que decoraban la entrada emitían una luz cálida, casi acogedora.

Pero dentro del carruaje, el ambiente distaba de serlo.

Lady Penélope se retorcía las manos, las uñas clavándose en el fino tejido de los guantes, mientras Gabriel fruncía el ceño, las mandíbulas tensas. El Duque de Cavendish permanecía callado, preocupado por el rumbo de los acontecimientos.

Cuando el carruaje se detuvo, Gabriel fue el primero en bajar, seguido por el Duque y Lady Penélope. Los criados de la propiedad ya los esperaban, pero antes de que un mayordomo pudiera anunciar su llegada, la puerta se abrió, revelando a Theo.

Cruzó los brazos y se apoyó levemente en el marco, evaluándolos como si ya supiera exactamente a qué venían.

—Vaya, qué sorpresa —comentó, en un tono entre sarcástico y cortés—. No esperaba visitas tan pronto… ni tan tensas.

Lady Penélope dio un paso al frente, intentando mantener la voz controlada.

—Venimos a buscar a Clara.

Theo no reaccionó, pero un brillo de alerta cruzó sus ojos.

—Lamento decepcionarlos, pero me temo que eso no va a suceder esta noche.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 01.10.2025

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