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El silencio solo era interrumpido por el suave crepitar de la chimenea y el eco lejano de cascos de caballo por las calles de Londres. El mundo exterior estaba sumido en la penumbra, pero allí dentro, Clara se sentía extrañamente expuesta.
Sentada en el sofá de la habitación que Theo le había preparado, apretaba las manos con nerviosismo, como si ese gesto pudiera contener el caos dentro de sí. El calor del fuego contrastaba con el frío que cargaba en los huesos, una sensación que ninguna llama podía disipar.
Theo, apoyada en el marco de la puerta, la observaba en silencio. No tenía prisa. Sabía que Clara necesitaba tiempo, espacio, un momento para recuperar el aliento.
Finalmente, Clara pasó las manos por el rostro y soltó un suspiro tembloroso.
— Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí…
— Estás aquí porque necesitabas un lugar donde nadie te exigiera respuestas —respondió Theo, apartándose del marco y caminando hacia la butaca.
Clara se rió, pero el sonido fue seco, vacío.
— ¿Eso me convierte en una cobarde?
— No —Theo la miró con atención—. Te convierte en alguien que acaba de ver su mundo desmoronarse.
Clara desvió la mirada hacia las llamas, sintiendo que la vista se le nublaba.
— Debería haberme quedado. Debería haberlo enfrentado todo. Pero cuando me lo dijeron… sentí que no podía respirar.
Theo no respondió de inmediato. Se levantó y, con un gesto sencillo, tomó una manta y la colocó sobre los hombros de Clara. No era lástima. No era condescendencia. Era comprensión.
— Sabes —comenzó Theo, volviendo a sentarse—, a veces huir no significa rendirse. Significa que necesitas tiempo para entender cómo vas a regresar.
Clara apretó los dedos contra la manta. El calor la reconfortaba, pero no alejaba la sensación de estar a la deriva.
— ¿Y si no quiero volver?
Theo alzó una ceja.
— ¿Eso es una pregunta o una decisión?
Clara abrió la boca, pero no logró responder. El silencio se instaló entre ellas, denso, cargado de significados no dichos.
Theo suspiró y cruzó los brazos.
— Sabes que no van a descansar hasta traerte de vuelta, ¿verdad?
Clara cerró los ojos por un momento, agotada.
— Lo sé.
— Entonces, ¿qué vas a hacer?
La pregunta quedó suspendida en el aire. Pero Clara, por primera vez en su vida, no tenía una respuesta.
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