Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Capitulo 12

✨🌹 La noche había sido larga e implacable. 🌹✨

Damien se revolvía en la cama, intentando encontrar descanso en vano. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente se negaba a calmarse, repasando cada detalle de la noche anterior como si fuera un laberinto sin salida. Clara había aparecido en su puerta como un vendaval, perdida, alterada... pero ¿por qué? La incertidumbre lo carcomía.

La única explicación que se le ocurría era Evangeline. La advertencia de Alexandre volvía a su memoria: su insistencia en recordarle que ella no aceptaba perder. Y Damien lo sabía bien. Durante los años que estuvieron juntos, cada vez que Evangeline se sentía amenazada por alguien, encontraba una forma sutil —y cruel— de rebajar a esa persona: un comentario venenoso, una humillación calculada, un rumor soltado en el momento oportuno. Cuando quería, podía ser maquiavélica. ¿Era posible que hubiera hecho lo mismo con Clara?

Pensar en ella le traía imágenes vívidas: el momento en que se apoyó en él, temblando de agotamiento, con la respiración irregular contra su pecho. Durante un breve instante, pareció encontrar refugio en sus brazos. Y él mismo...

Damien suspiró, pasándose una mano por el rostro. A eso se sumaban todas las preguntas que no había hecho. No tenía sentido torturarse con suposiciones. Clara se había ido con Theo, estaba a salvo. Ahora, necesitaba reencontrarse, recomponerse.

El sonido insistente de la lluvia en los cristales lo obligó a levantarse. El día estaba gris, con el cielo cubierto de nubes pesadas. Las gotas descendían perezosas por los ventanales, y el viento silbaba entre las rendijas, proyectando sombras en las paredes.

Se levantó, respirando hondo. Al pisar la madera fría fuera de la alfombra, un escalofrío le recorrió la espalda, pero no le dio importancia. Dormir ya no tenía sentido. Se puso una camisa y un chaleco de lana ligera, se acomodó el cabello de cualquier manera y salió del cuarto, bajando por el pasillo silencioso hasta el comedor. El aroma a café y pan caliente flotaba en el aire. Las ventanas estaban empañadas por la humedad, y la chimenea encendida ofrecía un calor reconfortante contra el frío que se colaba por toda la mansión.

Alexandre ya estaba en la mesa, hojeando el periódico con aire relajado mientras saboreaba el café. Cuando Damien entró, Alexandre lo evaluó con una mirada crítica.

—Amigo mío, me atrevo a decir que pareces un hombre que ha pasado la noche luchando contra demonios —dejó el periódico a un lado y se sirvió más café—. O quizá contra una mujer.

Damien gruñó y se sirvió café sin siquiera sentarse.

—Qué observación brillante. Tienes futuro como adivino.

—Cielos, qué humor. —Alexandre bajó el periódico con una ceja arqueada—. ¿Qué ha pasado para que empieces el día así?

Damien dejó la taza sobre la mesa sin beber.

—Clara apareció aquí anoche —hizo una pausa—. Sola.

Alexandre se quedó con la taza a medio camino de sus labios, fijando la vista en Damien.

—¿Clara? —repitió, confundido.

—La hija de Lady Penélope —aclaró Damien.

La mano de Alexandre vaciló; la taza tembló antes de que la dejara en su platillo.

—¿Lady Penélope tiene una hija?

—Sí —Damien sostuvo su mirada—. Se llama Clara Wellington.

El silencio se hizo espeso. Alexandre se inclinó hacia adelante, con voz baja e incrédula:

—¿Y dices que esa chica vino aquí? ¿De noche? ¿Sola?

Damien se pasó la mano por el rostro, exasperado.

—Exactamente.

—Damien, ¿eres consciente de lo que significa? Una joven, sin compañía, en tu casa a estas horas...

Damien arrastró una silla y se sentó, volviendo a tomar la taza. Bebió un sorbo de café, amargo en la lengua.

—Sí, fue una imprudencia. Pero estaba asustada... completamente fuera de sí.

Alexandre se inclinó, apoyando los codos en la mesa.

—¿Asustada? ¿Por qué?

Damien desvió la mirada a la taza.

—No lo sé. No me lo dijo... y no tuve valor de presionarla.

Alexandre guardó silencio, pensativo. Luego habló con firmeza:

—¿Recuerdas lo que te dije sobre Evangeline? Quizá ya esté moviéndose... de forma más sutil.

Damien miró por la ventana. La lluvia corría por el cristal como las lágrimas que intentaba olvidar en el rostro de Clara.

—No lo sé —su voz fue baja, insegura—. Pero puede ser una posibilidad.

Alexandre lo observó con atención.

—No creo que, siendo hija de los Cavendish, esa joven se deje afectar por simples rumores. Creció oyéndolos, viéndolos... Pero si fuera algo más grave, ¿te lo diría?

El rostro de Damien se endureció. Se volvió hacia Alexandre.

—No lo sé... La recuerdo vagamente de cuando Gabriel se casó. Pero conocerla de verdad… solo ahora, desde aquella cena en casa de Lady Penélope. Luego hablamos algunas veces más —hizo una pausa, como queriendo cortar el tema—. Si fuera algo serio, creo que me lo habría dicho.

Alexandre alzó una ceja, captando más de lo que Damien quería mostrar.

—¿Estás realmente seguro de eso?

Damien no respondió. En ese momento, una criada entró para preguntar si deseaban algo más.

—No —dijo Damien.

Ella se retiró, y el silencio volvió a instalarse. Afuera, la lluvia seguía cayendo sin cesar.

Alexandre cruzó los brazos, sin dejar de mirar a Damien.

—Damien... subestimas a Evangeline.

Damien soltó una risa breve, sin humor.

—La conozco mejor que nadie.

—Precisamente por eso deberías saber que no pelea limpiamente. Evangeline no es solo una mujer despechada. Es peligrosa.

Damien puso los ojos en blanco y bebió otro sorbo de café, ahora frío.

—¿Crees que va a causar problemas por mi culpa?

Alexandre sonrió con ironía.

—Una mujer que se siente desplazada… y luego te ve mirando a otra. ¿Qué crees que hará?

Se recostó en la silla, cruzando las piernas.

—Si esa joven es solo un capricho, Damien, aléjate ahora.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 23.10.2025

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