Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

La mañana llegó demasiado pronto para Penélope. En el comedor, el Duque ya estaba sentado a la mesa, hojeando el periódico, mientras Gabriel y Lilian jugaban con los gemelos. El murmullo bajo de conversaciones y los sonidos infantiles llenaban el espacio, creando un ambiente acogedor.

Clara entró despacio, vacilante. Por un instante se sintió una intrusa, pero entonces Lilian alzó la vista y le hizo un gesto cariñoso con la mano.

— Buenos días, querida — dijo su madre.

Clara se sentó y aceptó la taza de té que Lilian le ofreció. El calor del té le reconfortó las manos, pero el verdadero calor provenía de la presencia de quienes la rodeaban. El Duque dejó el periódico sobre la mesa y miró a Clara con seriedad.

— Clara — dijo, manteniendo la mirada fija en ella —, Penélope y yo hemos tenido una conversación.

La sala se silenció de inmediato. Los sirvientes que servían se retiraron discretamente, dejando solo a la familia. Todas las miradas se dirigieron hacia él.

— Ha llegado el momento de que seas reconocida como parte de la familia Cavendish. Con todo lo que eso implica.

Clara se quedó sin aliento. Esas palabras lo cambiaban todo — el nombre que llevaría, el lugar que ocuparía en el mundo, la forma en que todos la verían a partir de ahora. El pecho se le oprimió, la sangre le latía en los oídos. Sus manos apretaron la taza, sintiendo la porcelana temblar entre los dedos.

— Pero... va a ser un escándalo.

Su voz sonó más baja de lo que pretendía, como si confesara un miedo que no podía ignorar. Penélope intercambió una breve mirada con su hermano antes de volverse hacia Clara, con los ojos llenos de firmeza y afecto.

— Sí, lo será. Pero como todos los escándalos, también pasará. Y cuando eso ocurra, tendrás derecho a tu nombre y a la protección de tu familia.

El Duque asintió, recostándose en la silla, con una expresión decidida.

— La verdad será revelada en el momento oportuno. Primero, debemos preparar el terreno. No podemos permitir que la sociedad distorsione tu historia o la use en tu contra. Tu nombre será protegido, y tu lugar, asegurado. Cuando decidamos actuar, no dejaremos lugar a dudas.

Clara miró los rostros a su alrededor. Lilian, Gabriel, Penélope, el Duque. Todos estaban allí, dispuestos a enfrentar el mundo por ella. Se erigía una barrera para protegerla del juicio ajeno. Por un instante, le costó respirar.

Lilian se levantó despacio, con los ojos brillando de emoción. Miró a su padre y, sin dudar, se acercó a él. Apoyó una mano sobre la suya, apretándola suavemente antes de abrazarlo y darle un beso en la mejilla.

— Gracias.

El Duque, poco dado a sentimentalismos, permitió el gesto y pasó un brazo por los hombros de su hija, en un momento raro de ternura. Gabriel sonreía y Lady Penélope los observaba orgullosa: su familia estaba completa.

Damien bajó del carruaje, ajustando el abrigo con un gesto deliberado. En las manos llevaba un ramo de flores, los pétalos delicados contrastando con la tensión que endurecía sus facciones. Inspiró profundamente antes de subir los escalones de la entrada, cada paso marcado por una determinación silenciosa.

Al llegar a la puerta, Damien llamó con firmeza. El sonido resonó en el vestíbulo antes de que esta se abriera, revelando al mayordomo, Harding. Su mirada se detuvo un instante en las flores antes de volver a Damien. Su expresión, habitualmente impasible, vaciló ligeramente — en sus ojos brillaba un pensamiento no dicho: «Por fin, milord…». Una sonrisa discreta, casi imperceptible, suavizó sus rasgos antes de que recuperara la compostura profesional.

— He venido a visitar a Lady Clara — anunció Damien, enderezando los hombros.

Harding asintió con la cabeza.

— Muy bien, milord. Lady Clara se encuentra en la biblioteca. Sígame, por favor.

Lo condujo por el pasillo. El aire en la mansión tenía un leve aroma a madera pulida y té recién servido, pero Damien apenas reparaba en los detalles. Cada latido de su corazón retumbaba en su pecho como un tambor inquieto. «Theo ya le había contado que ella había vuelto a casa, pero necesitaba verla. Necesitaba saber si estaba bien.»

Cuando el mayordomo abrió la puerta de la biblioteca y anunció su presencia, Clara estaba sentada al escritorio, pero no leía. Sus dedos deslizaban distraídamente por el medallón, en un gesto ausente, repetido tantas veces que ya no era consciente de él. Al oír la puerta, levantó la vista.

Damien estaba allí, de pie, sosteniendo un ramo de flores. La sorpresa se reflejó en su rostro por un instante. No esperaba un gesto tan galante, y por un momento, las palabras la abandonaron. Las flores no eran solo bonitas; eran delicadas, elegidas con cuidado, como si escondieran un significado.

— Damien.

Su nombre se le escapó en un murmullo, mientras sentía el corazón golpearle el pecho como un tren desbocado.

Damien se acercó despacio, como si temiera asustarla si se movía demasiado rápido. La tensión en sus hombros era casi imperceptible, pero Clara lo notó.

— Supe que habías vuelto a casa — dijo, con la voz más grave de lo habitual.

Sus ojos no la abandonaban, como si dijeran todo lo que él no se atrevía a expresar. Le extendió el ramo de flores, las manos firmes pese al nerviosismo.

— Quería verte…

Clara miró su gesto, y por un instante no supo cómo reaccionar. Sus dedos flotaron en el aire antes de decidirse, por fin, a aceptar el ramo. El contacto de los pétalos con su piel la hizo suspirar, y sus ojos brillaban, emocionados.

— Gracias — murmuró, con voz suave, casi temblorosa.

Sin apartar la mirada de Damien, Clara hizo sonar la campanilla. La criada apareció casi de inmediato, golpeando suavemente antes de entrar.

— ¿Milady llamó?

— Sí. Anna, ponlas en agua, por favor.

La joven lanzó una mirada rápida y curiosa a Damien antes de recibir el ramo de manos de Clara. Hizo una leve reverencia y se retiró en silencio. En cuanto la puerta se cerró, Clara apoyó los dedos sobre la madera fría del escritorio, sin saber qué decir. Damien, notando su timidez, preguntó:



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 08.11.2025

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