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La risa de Lilian llenaba la habitación de los bebés, una melodía suave y cálida que hizo sonreír a Gabriel. Estaban sentados en el suelo, rodeados de juguetes coloridos, mientras los gemelos exploraban el mundo a su alrededor con una curiosidad insaciable.
Gabriel extendió la mano para coger a uno de los bebés que intentaba ponerse de pie, sujetándolo con firmeza antes de que tropezara con sus propios pies.
—Estás lleno de energía hoy —bromeó, riendo al ver el brillo travieso en los ojos de su hijo.
El bebé señaló hacia la ventana, sus pequeños dedos intentando alcanzar algo que escapaba a su comprensión. Gabriel siguió el gesto curioso, levantándose con el bebé en brazos.
—¿Quieres ver las flores, eh? —Gabriel se puso de pie, sujetando al bebé con seguridad—. Son bonitas, ¿verdad?
Pero la frase murió en sus labios.
Afuera, en el jardín iluminado por la luz dorada del atardecer, vio a Clara y Damien. Estaban tan cerca que, por un momento, Gabriel contuvo la respiración, sin poder creer lo que estaba viendo. El mundo pareció detenerse cuando Damien se inclinó hacia ella, sus labios rozando los de Clara con una ternura casi vacilante.
Gabriel sintió que el suelo le fallaba bajo los pies. Sus manos se apretaron automáticamente alrededor del bebé, que emitió un pequeño sonido de protesta.
—¡Lilian! —su voz fue más alta de lo que pretendía, su corazón latiendo con fuerza descontrolada.
Lilian alzó la mirada, con los ojos abiertos al ver la expresión en el rostro de su marido.
—¿Qué ocurre?
Él se volvió hacia ella, sus ojos reflejando incredulidad.
—Lilian, ven aquí. Ahora.
La intensidad de su voz la hizo dejar el juguete de inmediato y levantarse. Se acercó a la ventana, asomándose por encima del hombro de su marido. Al ver a Clara y Damien juntos, comprendió.
—Gabriel, cálmate —Lilian puso una mano firme en su brazo, sintiendo la tensión en sus músculos—. No hagas una escena.
—No voy a hacer una escena… —murmuró Gabriel, el impacto convirtiéndose en un torbellino de emociones que apenas podía controlar—. ¿Clara… y Damien?
—No sabemos lo que está pasando —respondió Lilian con tono sereno—. Y aunque lo supiéramos, no es asunto nuestro.
—¿No es asunto nuestro? —Gabriel casi se atragantó con las palabras—. ¡Ella acaba de descubrir que es hija de Penélope! Está vulnerable, confundida… ¡y él se está aprovechando!
—Gabriel —Lilian lo giró hacia ella, obligándolo a enfrentarla—. Primero, no levantes la voz o vas a asustar a los bebés. Segundo, no juzgues sin saber.
Él abrió la boca para protestar, pero Lilian levantó la mano, silenciándolo. Con un gesto rápido, tomó la campanilla que había sobre la mesa y llamó a las niñeras, que aparecieron casi de inmediato.
—Llévenlos al jardín interior. Bajaremos en un momento.
Las niñeras recogieron a los gemelos, y Lilian esperó a que se cerrara la puerta antes de volverse hacia Gabriel, el rostro serio.
—Tenemos que hablar.
—¿Qué hay que hablar? —Gabriel apretó los puños en un gesto exasperado, los nudillos blancos mientras intentaba controlar el impulso de bajar y enfrentar a Damien—. Él solo quiere jugar con ella. ¡Siempre ha sido un libertino! Nunca ha tomado en serio a ninguna mujer. La va a herir.
Lilian cruzó los brazos, con los ojos brillando de determinación.
—Estás viendo al Damien de hace años. Pero las personas cambian, Gabriel. Yo vi cómo la miraba. Y vi cómo Clara lo miraba a él.
Gabriel negó con la cabeza, rehusándose a aceptarlo.
—Ella está confundida. Solo lo busca porque está vulnerable.
—Eres realmente terco —Lilian suspiró, negando con la cabeza—. Si al menos prestaras atención, verías que le gusta. No es una atracción pasajera, no es solo vulnerabilidad. Ella siente algo por él. Y por lo que vi, él también siente algo por ella.
Gabriel guardó silencio, las palabras resonando en su mente. Sentía una inquietud creciente dentro de sí. No era solo lo que había visto, era lo que aquello representaba.
Una joven que, hasta hace poco, era considerada una sirvienta, ahora involucrada con uno de los hombres más notorios de la alta sociedad londinense.
De repente, recordó un escándalo anterior en la aristocracia, cuando la hija de un noble se involucró con alguien socialmente inferior. Recordaba los susurros en los salones, los rostros torcidos en desprecio, la reputación destruida para siempre.
No podía permitir que Clara pasara por eso.
Habían decidido contar la verdad, pero debían preparar el terreno, suavizar la reacción de la sociedad, evitar un escándalo que pudiera arruinar la aceptación de Clara. Si eran imprudentes, todo el esfuerzo por integrarla podría destruirse. Y él no podía permitirlo. No por orgullo, sino porque sabía cuán cruel podía ser el juicio social.
—Ella va a salir herida —su voz salió ronca, cargada de algo que Lilian rara vez escuchaba: miedo—. Y no puedo soportar verla sufrir más.
Lilian se acercó, los ojos fijos en los de él.
—Ella es fuerte, Gabriel. Va a resistir, pase lo que pase. ¿Y sabes por qué? Porque nos tiene a nosotros.
—Pero… —Gabriel cerró los ojos, el malestar oprimiéndole el pecho—. Sabes cómo es este mundo, Lilian —su voz fue baja, casi amarga—. Ella nació fuera de sus reglas. No importa quién es, ni el corazón que tiene… para la sociedad, eso nunca será suficiente. Para ellos, Clara siempre será ilegítima. No por culpa suya, sino porque este mundo está hecho para aplastar a quien no nació dentro de sus líneas perfectas.
Lilian lo miró largamente, con una mezcla de ternura y tristeza. Porque sabía que él no estaba atacando a Clara —estaba atacando al mundo.
—¿Y crees que Damien no lo sabe? ¿Crees que es tan superficial como para que eso le importe? ¿No viste cómo la mira? Como si el mundo empezara y terminara en ella.