Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

La mirada de Damien permanecía fija en la de Clara, con una expresión expectante, una vulnerabilidad oculta en lo profundo de sus ojos verdes.

—Clara… ¿qué ocurre?

Las palabras le bailaban en la punta de la lengua, tan cerca y, al mismo tiempo, imposiblemente lejanas.
El pecho le dolía, la ansiedad aplastaba su valor.
«¿Cómo podría él comprender? ¿Cómo aceptar una verdad que ni ella misma lograba aceptar por completo?»

El viento sopló suavemente, balanceando las hojas y trayendo consigo el perfume delicado de las flores del jardín.
El sonido lejano de un ave rompió el silencio, como si el mundo entero contuviera el aliento esperando lo que estaba a punto de revelarse.

Clara cerró los ojos un instante, buscando fuerzas en la serenidad a su alrededor. Pero dentro de ella no había paz.

Cuando volvió a abrirlos, Damien seguía ahí, tan cerca, tan atento, como si nada en el mundo importara más que ese momento.
Las sombras del atardecer dibujaban suaves contrastes en su rostro, resaltando la fuerza de su expresión… y algo más.
Algo que ella no quería descifrar aún.
Sus dedos se apretaron contra la falda del vestido, como si necesitara aferrarse a algo antes de lanzarse al abismo.

—Yo… yo no soy quien crees que soy.

Las palabras salieron temblorosas, cada sílaba cargada de miedo e incertidumbre.

Damien frunció ligeramente el ceño, un músculo contrayéndosele en la mandíbula, señal de una inquietud contenida.

—¿De qué estás hablando?

Ella respiró hondo.
Desvió la mirada hacia las flores que se mecían con la brisa, como si aquellas frágiles pétalos fueran más fáciles de enfrentar que la verdad.

—Yo… no soy quien tú piensas. Soy hija de Penélope.
—La voz le tembló, rompiéndose bajo el peso de la revelación.— Soy ilegítima, Damien.

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El silencio cayó sobre ellos como un manto pesado, ahogando todos los sonidos a su alrededor. El viento cesó por un instante, como si la propia naturaleza esperara la respuesta de Damien. Sus ojos se abrieron brevemente, demasiado rápido para que alguien que no lo conociera bien lo notara. La sorpresa se dibujó en su rostro antes de ser sustituida por una expresión indescifrable.
Clara sintió que el corazón le vacilaba. El frío se le metía bajo la piel, pero no era el viento lo que la hacía temblar. Era la certeza de que, en ese momento, alguien la miraría y solo vería el vacío de su linaje, la deshonra inscrita en su sangre. El rostro le ardía, pero no apartó los ojos. No podía huir.
Damien soltó el aire lentamente. Pero no se apartó.
—¿Entonces… eso es todo? —Su voz sonó ronca, casi inaudible—. ¿Esa es tu gran verdad?
Clara no confiaba en su voz. Asintió apenas con la cabeza, los ojos brillando con la amenaza de unas lágrimas que luchaban por no caer. Esperó que él se alejara, que le diera la espalda.
Pero Damien no se movió. Las venas en sus manos parecían más marcadas, como si contuviera una emoción intensa. Su mirada se mantuvo fija en ella, intensa, profunda, quemándole el alma. «¿Qué estaba viendo en ella… qué pensaba?» Clara no soportaba aquella incertidumbre.
—¿Eso es lo que llevas cargando sola? —Damien dio un paso más hacia ella, con el rostro suavizado—. ¿Eso fue lo que te llevó a venir a mi casa aquella noche?
Las sombras de los árboles se alargaban en el suelo, pero fueron sus palabras las que sacudieron a Clara —sobre todo la preocupación que oyó en su voz. Nada tenía sentido. «¿No la estaba juzgando?»
—Sí… —La palabra se le escapó en un susurro, tan bajo que apenas se oyó—. No supe cómo decírtelo. No sabía… lo que pensarías de mí.
Damien permaneció inmóvil, su mirada cargada de algo insondable.
—¿Pensar de ti? —la incredulidad teñía su voz—. Clara, ¿de verdad crees que eso cambia algo?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El corazón le martilleaba el pecho en un ritmo frenético.
—¿Cómo… cómo puedes decir eso? —Las palabras se convirtieron en un sollozo—. Soy… soy ilegítima, Damien. No tengo nada que ofrecerte salvo escándalo.
Damien se acercó aún más, el rostro firme, pero la mirada ardía con una intensidad feroz, inquebrantable.
—¿Nada que ofrecer? —Su voz era grave, cargada de emoción—. Tienes todo lo que importa.
Clara abrió la boca para protestar, pero Damien alzó una mano y le acarició la mandíbula con suavidad, silenciándola. Su toque era cálido, firme, desarmante.
—Tienes fuerza, valor… el corazón más generoso que he conocido. Tienes tu dignidad, tu esencia. —Su voz se suavizó y sus ojos brillaron con una ternura inesperada—. Y me tienes a mí, Clara. Si me quieres.
Sus palabras la desarmaron, rompiendo todas sus defensas. El mundo a su alrededor dejó de existir. Las lágrimas que había contenido comenzaron a deslizarse por su rostro, y los sollozos le escaparon sin control.
—Damien…
Antes de que pudiera decir más, Damien la rodeó con los brazos, atrayéndola contra su pecho con una firmeza protectora. Sus brazos eran una fortaleza, un refugio contra todas sus dudas.
Sintió el calor de su cuerpo, el latido constante de su corazón, y algo dentro de ella se quebró, un alivio tan abrumador que las fuerzas la abandonaron.
—Estoy aquí, Clara. No importa lo que diga la sociedad, no importa lo que piense el mundo… estoy aquí. Y no voy a irme. —Su voz era un susurro suave, una promesa sellada con la calidez de su abrazo.
Clara se aferró a él, los dedos apretando la tela de su abrigo como si fuera su única ancla. Las lágrimas mojaban su pecho, pero Damien no pareció importarle. Solo la sostuvo con más fuerza, con el rostro apoyado en su cabello y los ojos cerrados, como si aquel instante también fuera precioso para él.
El dolor, la vergüenza, el miedo… todo se desvaneció cuando Clara se entregó a ese abrazo. Su aceptación fue como un bálsamo que la curaba, una certeza que la impedía caer en el abismo.
Damien se apartó ligeramente, con los ojos cálidos, suaves, y en ese momento, Clara lo supo.
Antes de que pudiera decir nada más, Damien se inclinó y le rozó los labios con un beso breve, lleno de cariño y protección.
—Eres perfecta tal como eres.
Sus palabras la envolvieron como un abrazo invisible, calentándole el pecho de una forma que jamás había sentido. Apoyó el rostro en su pecho, escuchando el latido firme de su corazón.
Pero la realidad no desaparecía por deseo. Inspiró hondo y alzó el rostro, con los ojos aún brillando. La aceptación de Damien era un consuelo, pero no borraba el hecho de que el mundo seguiría murmurando.
Damien pareció leerle el pensamiento. Sus dedos buscaron los de ella, entrelazándolos con suavidad.
—Hay algo que quiero que sepas antes de que entremos. —Su mirada seguía clavada en ella, intensa.
Clara sintió la boca seca.
—Damien…
—Te amo.
El mundo se detuvo.
Las palabras cayeron sobre ella como una ola abrumadora. Su corazón se desbocó.
—Te amo, Clara —repitió él—. Y no me importa lo que piense la sociedad, ni quién fuiste ni quién debas ser. Solo me importa quién eres ahora… y lo que eres para mí.
Clara no pudo hablar. Su pecho ardía con emoción, pero también con miedo.
—Damien… no sé qué decir.
Él sonrió, con una ternura infinita.
—No tienes que decir nada ahora. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase… siempre te amaré.
Ella quiso creer. Quiso aferrarse a esa promesa. Damien pareció comprender, porque se inclinó y le besó la frente con una delicadeza absoluta.
Luego se apartó y con una chispa traviesa en los ojos, añadió:
—Pero te advierto… un día quiero oírtelo decir tú también.
Clara abrió la boca, pero él entrelazó sus dedos con los de ella con más firmeza.
—No quiero esconder lo que siento por ti —murmuró él—. Podemos enfrentarnos al mundo juntos.
Clara tragó saliva. Él estaba dispuesto a todo. Pero… ¿lo estaba ella?
—Damien… —desvió la mirada, fijándola en los jardines bañados por el sol poniente—. Si nos ven juntos, el escándalo será inmediato. La gente ya murmura sobre mí… sobre mi origen. Si descubren que…
Las palabras murieron en sus labios.
Damien no dudó.
—Clara, eso pasará tarde o temprano —su voz era suave, pero firme—. No puedes huir para siempre.
Ella cerró los ojos. No era huir… era protegerse.
—Lo sé —admitió—. Pero no estoy lista para que mi nombre esté en boca de toda la ciudad.
Damien guardó silencio, pensativo. Entonces se inclinó, con la mirada cálida y decidida.
—Entonces lo mantenemos entre nosotros —dijo en voz baja, casi cómplice.
Clara lo miró, sorprendida.
—¿De verdad?
La sonrisa de Damien le quitó el aliento. Cuando le acarició la mandíbula con los dedos, el corazón de Clara dio un vuelco.
—Solo por ahora —susurró él, lleno de promesas—. Pero te advierto, querida mía, no podrás esconderte de mí para siempre.
Un escalofrío recorrió la espalda de Clara. Porque sabía que tenía razón.
Damien se apartó y, en tono casual, preguntó:
—¿Tienes algún compromiso esta noche?
Clara dudó.
—Vamos al teatro.
Damien alzó una ceja, esbozando una sonrisa ladeada.
—Qué conveniente.
El corazón de Clara falló un latido.
—Entonces… nos vemos allí.
Sin esperar respuesta, Damien le rozó los labios con un beso leve, como el aleteo de una mariposa. Luego se alejó, dejándola sola en el jardín, suspendida en un instante que no quería que terminara.
Se sentó en el banco, y las palabras de él resonaron dentro de ella, disipando los miedos que la perseguían.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 08.11.2025

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