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Damien cruzaba el pasillo en dirección a la salida. Al llegar al vestíbulo, se detuvo: había dejado los guantes en el aparador junto a la escalera. Los últimos rayos del sol proyectaban sombras largas sobre el suelo de madera pulida. El aire de la casa aún conservaba el calor de la tarde.
—Damien.
La voz de Gabriel lo hizo detenerse. Damien se quedó quieto, pero no se giró de inmediato. Inspiró hondo antes de mirar hacia atrás y encontrar a Gabriel en la entrada del salón, con los brazos cruzados y el rostro serio.
—¿Ya te vas? —preguntó Gabriel con un tono controlado, pero firme.
Damien esbozó una sonrisa leve, sin apuro. Dio un paso atrás y entró en el salón. Gabriel cerró la puerta tras de sí con determinación. Sin necesidad de más palabras, le indicó una silla con un gesto de cabeza. Damien se sentó, cruzando las piernas con aire despreocupado, mientras Gabriel permanecía de pie, brazos aún cruzados sobre el pecho.
—Hmm… —murmuró Damien, con tono tranquilo pero atento—. Parece que tienes algo que decirme.
Gabriel lo miraba fijamente, con el ceño fruncido y la mirada dura como cuchillas.
—Quiero saber cuáles son tus intenciones con Clara. —La pregunta fue directa, sin rodeos.
Damien no se sorprendió. Había esperado ese momento desde que besó a Clara en el jardín.
—Directo al grano —comentó con una pizca de humor.
Gabriel no se dejó llevar por el tono relajado.
—Respóndeme.
Damien suspiró levemente y aflojó un poco el cuello de la camisa, como si se quitara un peso invisible. Se enderezó en el sillón antes de responder:
—Quiero casarme con ella.
La mandíbula de Gabriel se tensó, pero su mirada se mantuvo fija en la de Damien, buscando cualquier vacilación.
—Pero ella aún no está lista —continuó Damien con sinceridad—. Todavía duda… y no voy a forzarla a nada.
Gabriel inspiró hondo, los músculos de sus hombros seguían rígidos.
—Entonces no la vas a herir.
No era una pregunta. Era una condición.
Damien no desvió la mirada. La amistad entre ellos era fuerte, pero Gabriel necesitaba escuchar esas palabras.
—Nunca fue mi intención —afirmó Damien, con voz seria y firme.
Gabriel lo observó por unos segundos largos. Eran más que socios o aliados, eran amigos. Pero Clara era distinta.
—Si le rompes el corazón —dijo Gabriel, con voz firme— no habrá lugar en este mundo donde puedas esconderte de mí.
Damien no se echó atrás.
—Gabriel, sé lo que Clara significa para ti —dijo sin apartar la vista—. Tal vez no sea el hombre ideal para ella, pero la amo.
Las palabras fueron claras, sin dudas.
Gabriel permaneció inmóvil, analizando cada sílaba. Tomó la copa de coñac que había servido antes de la conversación y la levantó antes de beber.
Damien entendió el gesto: no era un brindis, sino una advertencia silenciosa. Pero era lo más cercano a una aceptación que podía esperar en ese momento.
—Por ahora, te doy el beneficio de la duda —murmuró Gabriel, dejando la copa sobre la mesa—. Pero recuerda… si la hieres, no será la sociedad quien te juzgue primero.
Damien aceptó el aviso sin replicar. Sabía que no era una amenaza vacía, sino la promesa de un amigo dispuesto a proteger a Clara a cualquier precio.
—Si algún día le rompo el corazón —respondió en voz baja— te prometo que no hará falta que vengas a buscarme. Yo mismo no me lo perdonaría.
Gabriel sostuvo su mirada unos segundos más antes de asentir, apenas.
—En ese caso —dijo, dejando la copa— buena suerte, Damien. La vas a necesitar.
Damien soltó una breve carcajada y se puso de pie, con una sensación inesperada de ligereza. Tiró de su amigo y lo abrazó con fuerza, como quien agradece sin palabras. Luego se alejó y salió por la puerta, con una sonrisa aún en los labios.
El jardín estaba en silencio, solo el sonido del agua cayendo de la fuente rompía la calma, acompañando los pensamientos de Clara. Permanecía sentada, con los dedos acariciando el brazo desgastado del banco de piedra en un gesto distraído. El mundo parecía haberse detenido desde que Damien se alejara. Su toque aún ardía en su piel, sus palabras resonaban en su pecho. «Él la amaba. Pero, ¿y ella? ¿Qué iba a hacer con eso?»
Suspiró y cerró los ojos un instante, intentando recuperar la compostura.
Pero entonces lo sintió. Un escalofrío recorrió su nuca. La inconfundible sensación de no estar sola la sacó de su ensueño. Alguien estaba detrás de ella. Se giró lentamente, el corazón acelerándose.
Lilian.
Su amiga la observaba con una pequeña sonrisa, los ojos brillando entre ternura y curiosidad.
—Sabes, Clara —empezó, cruzando los brazos— no necesitas mirar así de asustada. No soy un fantasma.
Clara soltó un suspiro y apartó la mirada, calmándose.
—No estaba asustada.
Lilian arqueó una ceja, divertida.
—Hmm… entonces, ¿dónde estabas con la cabeza? ¿Pensando en cierto conde, quizás?
Clara apretó los labios, pero no lo negó. Porque era cierto. Cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Por favor, Lilian…
Pero Lilian solo sonrió y dio un paso más hacia ella, posando una mano suave sobre su brazo.
—¿Crees que no lo vi? —Su tono era amable, pero con una certeza inquebrantable—. ¿Cómo lo miras? ¿Cómo te mira él? Y ese beso que se dieron...
Clara sintió el rubor subirle a las mejillas de inmediato.
—¿Tú lo viste? —su voz fue un susurro.
Lilian soltó una risita baja, divertida, pero sin burla.
—Hmm… hmm.
Clara se cubrió el rostro con una mano, abrumada.
—Me dijo que me ama.
La respuesta de Lilian fue una sonrisa lenta, de esas que revelan que ya lo sabía desde hace mucho.
—Bueno… era obvio.
Clara abrió la boca, pero Lilian levantó una mano, deteniéndola antes de que dijera nada.
—No me mires así. Damien siempre sintió algo por ti. Solo necesitaba tiempo para darse cuenta.
El pecho de Clara se encogió. Para Lilian todo era tan claro, pero dentro de ella, todo era un laberinto.
—Pero él es un conde, Lilian… —murmuró, casi dudando—. Legítimo.
Lilian alzó las cejas y soltó un suspiro exagerado.
—Oh, Clara, por favor.
Clara la miró, sorprendida. Lilian cruzó los brazos con un brillo travieso en los ojos.
—¿Tú crees que a él le importa eso?
Clara mordió su labio, aún insegura.
—No es solo eso —murmuró, mirando al cielo teñido de dorado—. La sociedad… los rumores… su nombre puede verse envuelto en un escándalo.
Lilian bufó, rodando los ojos.
—¿En serio? Estamos hablando de Damien Wesley. Si alguien nació para manejar escándalos, fue él.
Clara rió un poco, pero luego suspiró.
—¿Y si no funciona?
Lilian se inclinó hacia ella, ahora con una mirada más suave.
—¿Y si sí funciona?
El silencio se instaló entre ellas, interrumpido solo por el sonido del agua. Lilian le tomó la mano.
—Vas al teatro esta noche, ¿verdad?
Clara dudó antes de asentir.
—Sí… mamá insistió.
Lilian ladeó un poco la cabeza, sorprendida por el "mamá". Por un momento pareció que iba a comentar algo, pero solo sonrió.
—Perfecto.
Y su sonrisa no era solo por la salida, sino por la aceptación que Clara acababa de mostrar.
—Entonces disfrútalo. —Lilian sonrió—. Y deja de huir de él.
Clara miró hacia la casa, luego a Lilian.
—Tal vez… —murmuró.
Y juntas, entraron de nuevo en la casa.