Capitulo 16

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Lady Penélope avanzó por el vestíbulo llevándola consigo. Pero antes de que pudieran alejarse, otra presencia se unió a ellas.

—Si no les importa, yo también iré —dijo Theo con aire casual, un brillo astuto en la mirada. El tono era ligero, casi despreocupado, pero Penélope reconoció la preocupación detrás de esa fachada despreocupada.

Penélope no respondió, solo reanudó el paso, ahora con Theo a su lado. Atravesaron la multitud con rapidez hasta llegar a uno de los pasillos laterales del teatro, donde las miradas y los susurros no podían seguirlas. Al llegar a una pequeña sala reservada, Lady Penélope se detuvo, cerró la puerta y las condujo hacia un sofá donde las tres se sentaron. Miró a Clara, ahora más serena.

—¿Estás entendiendo lo que está pasando?

Clara parpadeó, tratando de comprender qué había alterado tanto a su madre.

—¿Qué cosa?

Theo cruzó los brazos.

—Evangeline hizo esto.

Clara frunció el ceño.

—¿Qué?

Theo se inclinó hacia adelante, resuelta.

—En la velada de Lady Guinevere. Eligió a las damas adecuadas, lanzó los comentarios precisos y los dejó flotar como si fueran observaciones inocentes. No necesitó difundir nada. Bastó con plantar las palabras en los oídos adecuados y dejar que el veneno se propagara solo.

Clara sintió que el suelo se le desmoronaba. La habitación se estrechaba a su alrededor, el aire se volvía pesado y opresivo. Un calor le subió al rostro, seguido de un escalofrío. La humillación se instalaba antes siquiera de entender el alcance de los daños.

—¿Lady Evangeline quiere humillarme? —murmuró, entre la incredulidad y la rabia—. ¿Por qué?

—Despierta, Clara. Esto no se trata solo de ti. Lady Evangeline no solo quiere humillarte a ti, quiere atacar a Damien, y tú eres el camino más fácil.

Clara la miró, atónita. ¿Hablaban de ella solo para alcanzar a Damien? Aquello era absurdo.

—Pero nosotros no tenemos ninguna relación —dijo, enrojeciendo al instante. «Mentira. Él le había dicho que la amaba.»

Lady Penélope permaneció en silencio, con la mirada aguda.

—¿Estás tan segura?

Theo arqueó una ceja.

—Porque lo vi. En la velada estuvo cerca de ciertas damas, y no apartaba la vista de Damien. Además, mi tía me contó historias que circulaban sobre ellos antes de que Damien partiera a América. —Hizo una pausa breve—. Tuvieron una relación. —Se sonrojó bajo la mirada escandalizada de Lady Penélope.

—¿Honoria te lo contó? —exclamó Penélope—. Tendré que hablar seriamente con ella sobre lo que es apropiado para oídos jóvenes.

Theo bajó la mirada un instante, pero pronto la alzó con determinación.

—No necesitó mucho. Solo sembró la duda… y lo demás se hizo solo.

El pecho de Clara se oprimió. Tenía las manos frías, pero la sangre le hervía.

—Ella tuvo algo con él… y ahora difunde rumores… —susurró, perdida, sin saber hasta dónde llegaba ese veneno.

Theo asintió, con gravedad en la voz.

—No son solo sobre ti. También son sobre Damien. Quiere que la sociedad piense que no eres más que otro capricho suyo.

Lady Penélope sintió la rabia subirle a la garganta, los dedos crispados.

—¿Por qué haría eso?

Theo soltó una risa irónica, cargada de malicia.

—Porque está furiosa.

Clara la miró.

—¿Furiosa... conmigo?

Theo asintió lentamente, como si Clara por fin llegara a la conclusión evidente.

—Porque Damien nunca la miró como te mira a ti.

El silencio que siguió fue cortante. Penélope entornó los ojos.

—¿Quiere destruir la reputación de mi hija porque no pudo atrapar a Damien?

—Exacto —confirmó Theo—. Y si no la detenemos, lo logrará.

Clara respiró hondo, intentando controlar el vértigo. Todo parecía tambalearse, los susurros del teatro se colaban incluso allí.

Penélope observó a Theo con más atención. Sabía que ella y Clara eran amigas, pero vio algo más. Theo no solo era irreverente e inteligente. Era leal. Y peligrosa, si quería serlo.

Se irguió en el sofá.

—Entonces, ¿qué haremos?

Theo se inclinó hacia adelante, con los ojos encendidos de decisión.

—Oh, Lady Penélope… Lady Evangeline cree que juega sola. Pero está a punto de descubrir que eligió al enemigo equivocado.

Lady Penélope sonrió por primera vez esa noche.

—Parece que tenemos un objetivo común, Lady Theodora.

Theo le devolvió la sonrisa, con mirada chispeante. Pero en los ojos de Penélope había otro tipo de brillo —uno frío, letal. Lady Evangeline no tenía idea de lo que se le venía encima.

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Al regresar al vestíbulo, las conversaciones seguían, pero el ambiente había cambiado. Había algo distinto en las miradas que se posaban sobre Clara —menos curiosidad ociosa, más escrutinio.

Lady Whitmore, que antes la observaba con desprecio, ahora veía otra cosa. Clara no se había escondido. No había cedido ante la vergüenza ni el miedo. Volvía más compuesta, más firme. Intercambió una mirada breve con Lady Penélope. Un reconocimiento silencioso se formó entre ellas. Tal vez, después de todo, Clara Wellington tenía más linaje del que se creía. O tal vez —pensó Lady Whitmore— la verdad era otra.

El duque, entretanto, se disculpó diciendo que, al estar bien acompañadas, prestaría atención a Lady Honoria, también presente. Con su habitual cortesía grave, se dirigió al palco de la tía de Theo y se acomodó junto a ella para el resto de la función.

El salón del teatro se vaciaba a medida que los asistentes tomaban sus asientos. Los músicos afinaban los últimos acordes, las velas temblaban y los criados recorrían el lugar encendiendo los candelabros de pared.

Clara entró al palco con Lady Penélope y Theo, deslizándose con naturalidad, a pesar del peso invisible de los rumores. Se mantenía atenta a cada gesto, a cada mirada, para no traicionar la tormenta interior. No daría a nadie el placer de verla caer.