Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

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En el palco, Theo alzó una ceja.
—Interesante —murmuró, sin esconder la sorpresa al notar a Damien—. O estoy perdiendo facultades, o él se mueve como un fantasma.

Las luces comenzaban a apagarse para anunciar el inicio de la obra cuando Lady Penélope, en medio de unas palabras con Lady Somerset en el palco contiguo, oyó el comentario de Theo y se volvió. Entonces lo vio: Damien, sentado justo detrás de Clara.

—Dudo que haya sido un fantasma —comentó con serenidad—. Probablemente solo eligió el momento adecuado para aparecer.

Theo le dirigió una mirada cómplice y sonrió.
—Sí...

Damien las saludó con una inclinación de cabeza y permaneció inmóvil, como dándole a Clara tiempo para acostumbrarse a su presencia. Ninguno habló. El silencio entre ambos era denso, casi palpable. Clara no se volvió, pero lo sentía. Su cercanía era una corriente invisible que le recorría cada fibra del cuerpo, un calor envolvente que le ardía en la piel. Su corazón latía tan fuerte que temía que todos pudieran oírlo.

Entonces Damien se inclinó y le susurró al oído, con voz baja y grave:
—Estás tan tensa... ¿Es por mi culpa?

El calor se extendió como un fuego lento, imposible de ignorar. La ópera comenzaba, pero para Clara, el verdadero espectáculo se desarrollaba allí.

En la sala, las luces de las velas vacilaron suavemente cuando se alzó el telón. Las primeras notas llenaron el teatro. Los ojos del público se dirigieron al escenario, pero no todos estaban atentos. En los palcos, el juego social continuaba entre sombras. Algunas conversaciones discretas persistían, se intercambiaban sonrisas cargadas de intención, y alianzas se sellaban con apenas un gesto.

Lady Evangeline era uno de esos ojos atentos.
Había dejado los binoculares, pero sujetaba el abanico con creciente rigidez. Cada gesto entre Damien y Clara aumentaba en ella una furia sorda. Él no solo estaba junto a Clara —la envolvía con su presencia, como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Evangeline apretó los dientes, el abanico crujía entre sus dedos, tensos como piedra.

La voz perfecta de una soprano llenó el teatro, pero en la mente de Evangeline solo resonaba un pensamiento. Era celos. No quería admitirlo, pero eso era. Damien debía ser suyo. Siempre lo había sido. Nunca, en todos los años que lo conocía, la había mirado como miraba a esa... insignificante.

Se había convencido de que el tiempo lo traería de vuelta. Que inevitablemente volvería a sus brazos. Pero no. Y esa era una ofensa que jamás perdonaría.

Theo, más interesada en analizar el palco de Lady Evangeline que en seguir la obra, esbozó una sonrisa traviesa.
—Alguien acaba de darse cuenta de que perdió —murmuró, divertida.

Lady Penélope no se volvió, pero sus ojos brillaban de satisfacción.
—Oh, pero aún no se ha rendido.

Theo alzó una ceja.
—Claro que no. Pero... démosle tiempo.

Lady Evangeline inspiró hondo, intentando contener la furia que la quemaba por dentro. El orgullo herido la ardía como fuego líquido. Se sentía ridícula. Había creído durante años que Damien jamás se ataría a nadie. Que su espíritu libre nunca sería domado. Y sin embargo, allí estaba. Demasiado cerca de Clara. Tocándola como si el mundo entero no existiera.

Llegó el intermedio, pero para ella, la obra había terminado. El murmullo de las conversaciones, el tintinear de las copas de champán, las risas contenidas… todo se volvía insoportable. Se levantó de golpe, ignorando las miradas, y salió del palco sin volver la vista atrás.

Theo observó su salida abrupta y soltó una risa baja.
—Vaya... eso fue dramático.

Lady Penélope siguió a Evangeline con la mirada, un brillo astuto en los ojos.
—Se ha rendido.

Theo se inclinó ligeramente hacia Penélope, con ojos centelleantes de entusiasmo.
—Eso espero, porque si no, causará más problemas para Clara.

Lady Penélope asintió antes de volver su atención a su hija.
—Sí. Pero Evangeline olvida algo muy importante.

Theo arqueó una ceja.
—¿Y qué es?

Lady Penélope se permitió una sonrisa pequeña.
—Esta vez, no estamos desprevenidas.

Lady Whitmore, que había seguido los acontecimientos con discreción, dejó su copa de champán y observó la salida abrupta de Lady Evangeline. Su prisa. La tensión en sus gestos. ¿Qué estaría planeando? La duda empezó a tomar forma en su mente. Quizá los rumores no eran más que obra de una mujer despechada…

Mientras la atención se dispersaba de nuevo por la sala, Lady Evangeline descendía la escalinata del teatro, con pasos firmes, la mirada ardiendo. El cochero la esperaba junto a la carroza, sorprendido por su expresión endurecida.

La carroza se alejó rápidamente por las calles adoquinadas, dejando atrás la música, las risas y el murmullo del teatro. En su interior, Evangeline apretaba los guantes sobre su regazo, la vista fija en la oscuridad. El corazón le latía con furia.

Los rumores habían sido solo el primer acto, pero no bastaban. Ella no se había quebrado. Damien tampoco. Peor aún: se mostraba junto a ella, desafiando a la sociedad. Si quería destruirlo, tendría que ser implacable. Y Lord Whitaker podía darle las armas.

La carroza avanzaba por las calles vacías.
Si esa mujercita creía que podía desafiarla sin pagar el precio… estaba a punto de aprender una lección dolorosa: hay errores que no se olvidan. Ni se perdonan.

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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 06.12.2025

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