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Damien regresó a su residencia con una leveza que no sentía hacía muito tempo. A visita planejada por Theo apenas confirmara o que precisava: Clara não o rejeitava. A centelha entre eles era real, viva.
Mas algo não estava certo.
Uma carruagem parada do outro lado da rua chamou-lhe a atenção. Discreta. Demasiado imóvel. Antes que pudesse investigar, Sims abriu-lhe a porta.
—Milorde… Lady Montrose encontra-se no salão.
Damien reteve um gemido de frustração. «Justo agora?»
Ao entrar no salão, Evangeline ergueu-se com languidez, toda envolta num vestido verde profundo.
—Damien… —sussurrou.
—Evangeline. Diz o que queres e vai-te embora.
Ela aproximou-se como uma gata em caçada.
—Porque deveria ir embora? A noite está apenas a começar.
Quando tentou tocá-lo, ele afastou-a.
—Poupa-me.
—Tão frio… —murmurou, mas os olhos já eram lâminas.
E, então, atacou:
—Ou acabas com essa farsa com Clara Wellington… ou assegurarei que toda a sociedade saiba que ela é uma bastarda.
O mundo pareceu suspender-se por um instante.
Damien aproximou-se dela, a voz baixa, carregada de uma ameaça letal.
—Não te atrevas.
—Já me atrevi. Os rumores estão a espalhar-se. E, mais cedo ou mais tarde… todos saberão.
O coração de Damien apertou-se no peito. Não por medo dela. Mas por Clara.
—És patética.
—E tu és previsível. —sorriu ela, vitoriosa.— No fim, farás exatamente o que eu quero.
Ela virou-se para sair, mas deixou um último golpe:
—Ou pões termo a isto… ou eu trato disso por ti.
O eco da porta a fechar-se pareceu esmagar tudo dentro dele.
Damien permaneceu imóvel, o corpo a vibrar com fúria contida.
«Pela primeira vez… tinha medo.
Não por si.
Mas por ela.»
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Ya había anochecido cuando el carruaje de Theo se detuvo frente a la mansión de Lady Penélope. Las últimas luces de la ciudad se reflejaban en los cristales, mientras el bullicio de las calles empezaba a calmarse.
Clara descendió con ayuda del cochero, una sonrisa aún danzando en su rosto. Theo se asomó por la ventana del carruaje, sus ojos verdes brillando de entusiasmo.
—Espero que hayas disfrutado de nuestra pequeña incursión cultural —dijo con una sonrisa traviesa.
Clara arqueó una ceja, fingiendo indiferencia.
—Si por incursión cultural te refieres a la exposición egipcia, entonces sí, fue encantador.
Theo mordió el labio, conteniendo una risa.
—¿Y si me refiero a ciertos descubrimientos arqueológicos… más recientes?
Clara le lanzó una mirada intensa, pero el rubor en sus mejillas la delató. Theo rió, victoriosa.
—Buenas noches, Theo —dijo Clara, negando con la cabeza.
—Buenas noches, querida. Ah, y prepárate para la cena de mañana. Presiento que será una noche… reveladora.
Antes de que Clara pudiera replicar, Theo hizo una seña al cochero, y el carruaje se alejó calle abajo. Clara lo observó perderse en la distancia, con una calidez reconfortante llenándole el pecho. Harding le abrió la puerta, y ella entró.
Mientras se quitaba los guantes en el vestíbulo, la voz de su madre se hizo oír acercándose.
—Veo que tuviste una velada agradable.
—Fue un paseo agradable. Nada más.
Ambas caminaron por el pasillo hasta el salón. El calor de la chimenea llenaba el ambiente, y Lady Penélope se sentó con gracia en un sillón, su vestido de seda púrpura resaltando su porte natural. Sobre la mesa, un libro abierto esperaba.
Clara se dejó caer en el sofá más cercano, el cuerpo finalmente cediendo al descanso. Pero los ojos de su madre la observaban con una curiosidad suave, como si buscaran respuestas que aún no habían sido pronunciadas.
—¿Nada más? —preguntó, con tono incrédulo.
Clara vaciló, sin saber qué decir exactamente.
—Querida, eres mi hija. Y ya te conozco lo suficiente para saber cuándo algo —o alguien— te hace feliz.
Ella bajó la mirada un instante… y luego sonrió.
—Fue un día… inesperado.
Lady Penélope la observó en silencio por un segundo, antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa.
—Theodora. Esa niña traviesa… Damien estaba allí, ¿verdad?
Clara levantó la mirada, sorprendida. Pero su madre simplemente sonrió, con un aire de satisfacción silenciosa. Clara suspiró, tratando de ocultar su reacción, pero el brillo en sus ojos la traicionó.
Penélope le tomó la mano con ternura.
—Solo deseo que seas feliz, mi amor. Eso es lo único que importa.
Clara le apretó la mano, sintiendo un nudo dulce en la garganta.
—Gracias, madre.
Ella la miró con calidez.
—Ve a descansar, querida. Mañana será una noche movida.
Clara se levantó, aún sintiendo la mirada atenta de su madre en la espalda. Pero en el fondo, sabía que ella ya había comprendido todo. Y, en cierto modo… parecía complacida.
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