Vientos de Pasión – Una Verdad Oculta L2

Episodio 2

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Theo vio entrar a Clara, el rostro pálido, los ojos llenos de lágrimas, pero la postura erguida, como si luchara contra su propia fragilidad. Algunos invitados lo notaron, pero fueron los ojos de las mujeres los que la siguieron con más atención, intercambiando entre ellas una breve mirada: de escándalo, de lástima o quizás de reconocimiento.
Ella se dirigió con pasos rápidos hacia la puerta que daba al pasillo lateral —donde se encontraba la sala de retoques de las damas— y Theo, sin dudarlo, se levantó. Ignoró las miradas curiosas de algunos invitados, incluso la voz de un caballero que intentó dirigirle la palabra.
Lady Penélope también se levantó, disimulando la prisa que sentía, pero con la preocupación reflejada en el rostro. Lograron alcanzarla antes de que la puerta se cerrara por completo. En un gesto rápido, Theo giró la llave y las encerró allí dentro, lejos de las miradas indiscretas. De cara al espejo, Clara se apoyaba en el aparador, como si la madera le impidiera caer. Su cuerpo temblaba mientras las lágrimas le corrían por el rostro. La sala se llenaba con el eco amortiguado de sus sollozos.
—¿Clara? —La voz de su madre fue un murmullo cargado de preocupación.
Ella levantó el rostro, el corazón hecho pedazos.
—Me dijo que lo mejor era que nos alejáramos.
Las palabras cayeron en el silencio como vidrio estrellándose contra el suelo. Theo cruzó los brazos, la mandíbula tensa.
—¿Qué te dijo exactamente? —preguntó entre dientes.
Clara inspiró hondo, intentando contener el torrente que la invadía. Pero sus ojos llorosos la delataban.
—Que yo fui… —la voz vaciló— que fui un capricho.
Lady Penélope ahogó un jadeo, la mirada iluminada por la incredulidad y la indignación. Theo descruzó los brazos; sus manos, ahora hechas puños, temblaban. Su mirada era puro acero.
—Juro que le daré una lección que pasará a la historia familiar.
Clara soltó una risa amarga —breve, seca— pero su mirada brillaba con dolor.
—No es necesario. Le di una bofetada.
Lady Penélope se acercó, posando una mano delicada en el rostro de su hija. El gesto fue tierno, pero también estaba cargado de la impotencia de quien no puede curar semejante herida.
—Mi amor…
Pero Clara negó con la cabeza.
—No quiero lágrimas. Ni lástima. Solo quiero… salir de aquí.
Theo asintió de inmediato. Se dirigió a la puerta, la destrabó y, antes de salir, murmuró:
—Voy a buscar nuestros abrigos.
En el pasillo, se topó con varias damas esperando para entrar —todas con miradas curiosas por la puerta que había estado cerrada. Theo se detuvo un instante, luego soltó con naturalidad:
—No entren. Acabo de ver un ratón junto al aparador.
El efecto fue inmediato. Un murmullo de pánico se esparció y todas se alejaron apresuradamente, algunas empalideciendo como si hubieran visto al mismo demonio.
—Tontas —murmuró Theo, apurando el paso.
En la pequeña sala, Lady Penélope apretaba la mano de su hija entre las suyas, firme y cálida.
—Estoy aquí, Clara.
Ella respiró hondo, luchando por recuperar el aliento. Y la fuerza.
—Lo sé.
Y en ese instante, a pesar del dolor, Clara comprendió algo. Tal vez el amor de Damien nunca fue verdadero. Pero el de su madre… y el de Theo… ese sí lo era. Y por ahora, eso tendría que bastar.
Theo regresó minutos después, los abrigos en brazos. Los dejó sobre el sofá y ayudó a Clara a ponerse el suyo. La joven enderezó los hombros, ignorando el temblor que aún recorría su cuerpo.
—Iré a hablar con tu tío e informar a Honoria. Vayan saliendo —dijo Lady Penélope con firmeza.
Clara y Theo no dudaron. Mientras Lady Penélope buscaba a su hermano y a la tía de Theo, las dos jóvenes cruzaron el pasillo en silencio, dirigiéndose a las puertas principales que daban a la calle. Al pasar por el salón, Clara sintió las miradas clavarse en ella —unas curiosas, otras cargadas de malicia. La alta sociedad adoraba un escándalo y ella acababa de convertirse en el centro de uno.
Lady Evangeline, que estaba al otro lado del salón con Damien, le murmuró al oído:
—Muy bien, querido… muy bien.
El elogio susurrado sonó más venenoso que afectuoso.
Mientras tanto, Lady Penélope cruzaba el salón con pasos firmes. Encontró a su hermano junto a Lady Honoria, rodeado por un grupo de caballeros y damas, riendo y gesticulando con una copa de brandy en la mano.
Pero en cuanto los ojos de él encontraron los de ella, la risa se le apagó en los labios. Había urgencia en la mirada de Penélope —y él supo, sin lugar a dudas, que algo había sucedido. Algo grave. Y que, al saber de qué se trataba, no le gustaría.
Lady Penélope no perdió tiempo. Se acercó con una sonrisa discreta y le dijo en voz baja pero firme:
—Tenemos que retirarnos. Ahora.
El duque asintió sin vacilar. Luego, en un gesto discreto, se inclinó hacia Lady Honoria y le murmuró algo al oído. La dama, sorprendida, contuvo bien su reacción —solo un ligero alzar de cejas— y se despidió del grupo con una sonrisa impecable.
Sin levantar sospechas, los tres se alejaron.
En el camino, se cruzaron con Lady Wycliff, aún envuelta en una conversación animada con otros invitados.
—Lady Wycliff —dijo el duque, con un tono cortés pero firme—, agradecemos su hospitalidad, pero me temo que debemos retirarnos.
La anfitriona alzó una ceja, visiblemente sorprendida.
—Pero la noche aún es joven, Su Gracia.
—La noche puede ser joven, pero mañana tengo compromisos desde temprano —respondió el duque, con una cortesía firme que no admitía réplica.
—Y yo también me retiro. Mi edad ya no me permite noches tan largas de pie —añadió Lady Honoria, con una sonrisa delicada.
Lady Wycliff lanzó una mirada discreta a Lady Penélope, como buscando explicaciones, pero la expresión de la hermana del duque se mantuvo serena e impenetrable.
—Ha sido un placer recibirles.
El duque ofreció el brazo a su hermana y se encaminaron hacia la salida, seguidos por la tía de Theo. Afuera, se reunieron con las dos jóvenes, ya listas para partir.
Antes de atravesar las puertas, Clara se volvió por instinto. Lo último que vio fue a Damien, junto a Lady Evangeline. Ella sonreía. Él también. Y, en ese instante, eso dolió más que todas las palabras crueles que él le había dicho.
La noche los envolvió. Dos carruajes los aguardaban. Lady Honoria subió al suyo, seguida de su sobrina. En el otro, Clara subió primero, y Lady Penélope fue tras ella. El duque fue el último en entrar, cerrando la puerta antes de dar instrucciones al cochero:
—A casa.
El carruaje de Lady Honoria se puso en marcha, siguiendo de cerca al de Lady Penélope.



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En el texto hay: humor, intriga, amor

Editado: 26.12.2025

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