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Las imponentes puertas dobles de la mansión de Lady Penélope se abrieron en cuanto las carrozas se detuvieron. En el vestíbulo, el mayordomo aguardaba, flanqueado por dos lacayos atentos, listos para recibir los abrigos de los recién llegados.
Clara salió antes que su madre y su tío. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas derramadas, se cruzaron con los de Theo, que ya había bajado de su propia carroza. Theo dio un paso en su dirección, pero Clara aceleró el paso, sin darle tiempo a acercarse. Lady Honoria, aún siendo ayudada a bajar por el cochero, solo alcanzó a ver a la joven desaparecer por la entrada de la casa.
El mayordomo inclinó la cabeza.
—Milady.
Al cruzar la entrada, el calor del interior la envolvió… pero ella no lo sintió. Estaba entumecida. Pasó junto a los criados sin verlos, caminando rápido. Subió los escalones de la escalinata de roble macizo con ímpetu, el vestido ondeando tras ella. Segundos después, se oyó el golpe seco de una puerta cerrándose. Y enseguida, el giro de la llave en la cerradura. «No quería hablar con nadie.»
El mayordomo intercambió una mirada tensa con Lady Penélope, que acababa de entrar y guardaba silencio. Luego entraron el duque, Theo y Lady Honoria.
Gabriel y Lilian estaban en una sala contigua al vestíbulo, conversando junto a la chimenea, cuando oyeron los pasos apresurados. El rostro de Gabriel mostraba tranquilidad… hasta que vio a Clara pasar rápidamente por el pasillo sin detenerse.
—¿Clara? —la llamó Lilian, poniéndose de pie de inmediato cuando vio que ella no respondía.
Gabriel se volvió hacia los recién llegados. Su mirada pasó de Lady Penélope a Theo, luego a Lady Honoria y finalmente al duque.
—¿Alguien quiere explicar qué demonios ha pasado?
Theo suspiró y se dejó caer en un sofá, su expresión sombría.
—Damien Wesley.
Gabriel frunció el ceño.
—¿Qué?
Lady Penélope se sentó junto a ella y añadió, con la voz tensa:
—Dañó su dignidad.
El chasquido de la leña en la chimenea fue lo único que rompió el silencio. Gabriel quedó inmóvil, los ojos oscureciéndose con una furia creciente. Lady Honoria avanzó unos pasos y se sentó en un sillón, escuchando.
—¿Qué hizo? —preguntó Gabriel en un tono peligrosamente bajo, como antesala de una tormenta.
—Le dijo que no sentía nada por ella. Fue cruel —respondió Penélope.
La respiración de Gabriel se volvió pesada. De repente, agarró el abrigo que había dejado sobre una de las butacas y comenzó a ponérselo.
Lilian lo frenó, sujetándole el brazo.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a matarlo. —Las palabras salieron cargadas de una seriedad mortal.
Lady Penélope inhaló profundamente.
—No vas a ninguna parte.
—¡SÍ VOY! —rugió Gabriel, apartando la mano de Lilian con más fuerza de la que pretendía. —Ese desgraciado cree que puede jugar con ella y salir ileso.
Theo cruzó los brazos.
—Cálmate, Gabriel.
—¿Calmarme? —rió, pero sin humor. —¿Qué quieres que haga, Theo? ¿Que me siente a tomar té como si nada hubiera pasado?
—Quiero que seas inteligente —dijo ella con firmeza—. Ir a su casa a estas horas no solucionará nada. ¿Qué crees que hará? ¿Pedir perdón? No harás nada que no esté dentro de sus planes.
El duque, que había observado en silencio, avanzó y le puso una mano firme en el hombro.
—Mañana por la mañana iremos a hablar con Damien. —Su voz era acero puro—. Él nos debe una explicación. Pero iremos como hombres, no como salvajes.
Gabriel respiraba con fuerza, la mandíbula endurecida, pero la promesa en los ojos del duque lo hizo vacilar. Lilian volvió a acercarse y apoyó una mano en su brazo.
—Clara no necesita esto ahora.
Él cerró los ojos un instante, luchando contra la furia abrasadora. Cuando los abrió, el brillo asesino aún estaba allí.
—Mañana —repitió el duque.
Gabriel asintió, sombrío.
—Mañana.
La tensión aún flotaba en el aire cuando Theo se levantó.
—¿A dónde vas? —preguntó Lilian.
Theo suspiró.
—A casa.
Lady Penélope intervino:
—Podéis quedaros esta noche.
Theo negó con la cabeza.
—No. Mi tía necesita descansar y… —su tono se suavizó, pero sus ojos seguían ardiendo— mi presencia no va a cambiar nada esta noche. Clara te necesita a ti, a su familia. Mañana volveré.
Gabriel la miró fijamente.
—¿Vendrás mañana cuando vayamos a ver a Damien?
Los ojos verdes de Theo brillaron con peligro.
—¿Crees que me lo perdería?
—Perfecto —dijo Gabriel.
Lady Penélope hizo una seña a un criado para que llamara la carroza de Theo. La joven pelirroja se acercó a Lilian y apretó su mano.
—Cuídala esta noche.
Lilian asintió.
—Lo haré.
Minutos después, Theo salió con su tía, la capa ondeando con el viento. Mientras subía a la carroza, sus dedos se clavaron en la tela. La rabia hervía en su interior.
—Damien Wesley no sabe lo que le espera —murmuró.
Lady Honoria la miró con inquietud. El tono frío de su sobrina no era nuevo. Theo siempre había sido intensa —incluso de niña.
Y en aquella casa, mientras Clara lloraba en silencio en su habitación, y Gabriel apretaba los puños hasta sentir dolor, una tormenta comenzaba a formarse.
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