Episodio 2

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La puerta se cerró tras él con un golpe sordo, y Damien quedó de pie en medio del salón oscuro. El silencio de la casa era ensordecedor. No había criados a la vista, o quizás habían entendido que era mejor no cruzarse con él.
Las velas ardían aún en los candelabros, proyectando sombras temblorosas. Pero nada de aquella noche parecía real.
Aún sentía el perfume de Clara en la piel. El toque de ella ardía en sus dedos. El eco de la bofetada aún palpitaba en su mejilla… pero nada se comparaba con la herida abierta dentro de él.
Cerró los ojos, frotándoselos con fuerza, intentando borrar la imagen de ella.
«¿Cómo podría? Ella lo había mirado como si ya no lo reconociera. Como si él hubiese dejado de ser el hombre en quien confiaba, a quien deseaba. Como si fuera un extraño.»
Se tambaleó hasta el aparador y se sirvió un vaso lleno de brandy. Pero al llevarlo a los labios, el estómago se le revolvió. Cada trago era amargo, cada respiro una punzada insoportable. La culpa lo devoraba.
«Un error. Una distracción. Un capricho.»
Las palabras que él había pronunciado resonaban en su mente como una maldición. «Y lo peor… ella lo creyó.»
La furia comenzó a hervirle dentro. Aflojó el lazo del cuello y arrancó los primeros botones de la camisa, pero nada aliviaba la sensación de asfixia.
El riso triunfal de Evangeline regresó a su memoria, cruel, venenoso. La rabia estalló. Alzó el vaso y lo lanzó contra la chimenea. El cristal se hizo pedazos en un estallido seco.
Pero no fue suficiente. Nada lo sería.
Se dejó caer en el sofá, derrotado, el cuerpo pesado, la mente destruida. Le dolía todo. El cuerpo. El alma.
Sabía que no dormiría. No después de destruir lo único que había amado de verdad.
«Y lo que más lo rompía — Clara jamás lo perdonaría. Y él tampoco se lo perdonaría a sí mismo.»

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