Vigilia: Celestia.

Capítulo I. El portal solitario.

Mi idea es ir publicando un capituló cada 15 días. Se trata de un borrador, y compartirlo con vosotros no solo es un orgullo sino también un placer. Espero vuestras críticas y opiniones para ir mejorando poco a poco y quizás algún día, quién sabe, ver todo esto formateado, mejorado y publicado en un libro.

No deseo robaros más tiempo, así que a continuación: Trilogía Vigilia. Capítulo primer: El portal solitario.

¡Espero que os guste!

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Dedicatoria:

Este libro está dedicado al último unicornio:

Por inspirar todas y cada una de las palabras de este libro.

Por las fechas, los recuerdos y tu tiempo.

Por tu infinita sonrisa.

Dedicado a toda la gente que me ha apoyado en este proyecto, en otros tantos y en la vida.

Dedicado a los amantes que no están juntos, a los que lo están y a toda la gente que amó, ama y amará.

Dedicado de corazón a todos los que me habéis ayudado a redactar estas páginas, y ayudado a darle forma y coherencia.

A los que me habeis ayudado de forma desinteresada a llevar a cabo este proyecto.

Dedicado a mis amigos y a mi familia.

Y especialmente para mí, para tí, para los dos… y como no, para él.

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“Te amaré hasta que el universo mismo deje de existir.”

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«Yo Indros. Hijo Primogénito, portador de la luz, fuego salvaje, destructor de demonios, me arrodillo ante ti, Akrom. Que mi espada porte la locura y se imponga así mi voluntad.» Indros, año 2015 2ª era.

«Los rugidos de cólera, las blasfemias y el nombre de Adán en su boca se escucharon en toda Celestia. No menos fuertes que los golpes de sus puños contra la muralla de Ólice. Nadie, nadie podrá olvidar aquel día, ni en Celestia ni en Infernia. Nadie, jamás.» Aerbón, el Cronista. Año 0 3ª era.

 

 

El fragor de la batalla parecía música, sus voces se escuchaban por encima de los gritos desesperados de dolor y rabia de sus adversarios. La música acompañaba la danza de los dos ángeles que combatían como uno solo en un remolino apasionado de destrucción y purga.

—¡Increíble puñalada! —gritó Indros. Ella sonriente como siempre, lo miró y mientras hundía una de sus dagas en el corazón de otra gárgola le dijo —¡No tan increíble como tu acometida!

El contacto entre ellos no solo era inevitable, sino necesario. Cada ataque se apoyaba en un roce de piel con piel, en un gesto del profundo amor que sentían el uno por el otro. Cada movimiento, calculado, era una clara búsqueda de permanecer juntos, ya que la distancia dolía más que cualquier herida que pudieran recibir.

Ellos eran Indros y Ángela. Inseparables, casi literalmente, desde hacía milenios.

Apenas habían transcurrido diez minutos desde que habían llegado a través del portal de luz, lo que significaba que aún les quedaban otros quince minutos de batalla hasta que el portal se abriese de nuevo permitiéndoles así regresar a Celestia. A pesar del poco tiempo que llevaban en Infernia, ya estaban rodeados de una gran hueste de gárgolas.

Se hallaban en un páramo desolado a los pies de uno de los múltiples volcanes que cubrían la tierra color burdeos de Infernia. Tierra cubierta por la ceniza, rocas y ríos de origen magmático procedentes de los múltiples volcanes que salpicaba la vasta planicie que era Infernia, siendo estos últimos la única fuente de luz natural en aquel tenebroso lugar.

Estaban ahí con la sencilla y rutinaria misión de purgar el mayor número de almas posibles. Disponían de veinticinco minutos desde su llegada a través del portal hasta la próxima y breve reapertura del mismo. Perderlo implicaba quedar encerrados allí hasta que alguien viniese en su búsqueda, con la consiguiente sorna por parte de los rescatadores. Algo que la pareja no estaba dispuesta a tolerar.

Su misión, La Purga, no era más que un proceso rutinario por destruir almas corruptas y estigmatizadas. Cada alma destruida era enviada a Terra y despojada de todos sus recuerdos. En donde, si disfrutaba de una vida basada en el amor y la colaboración, le permitía obtener su lugar cómo habitante de Celestia.

La imagen era sublime, los dos seres de luz de casi tres metros de altura y piel lechosa, añadían una tenue iluminación al lúgubre páramo mientras bailaban de un lugar a otro con las alas completamente desplegadas. Exhibiendo sus magníficas armas y armaduras mientras iban eliminando a todos aquellos demonios que se atrevían a acercarse lo suficiente.

Los demonios no buscaban ser liberados por los ángeles, sino destruirlos. Fruto del odio y la envidia que residía en sus almas corruptas, que los forzaba a atacar a los ángeles, casi de forma involuntaria.

Querían destruirlos, especialmente a Ángela. Ella, a diferencia de él, era un alma humana que se había ganado el derecho a vivir en Celestia. Si conseguían destruirla, se vería forzada a volver a pasar por Terra y tras una vida allí sería juzgada de nuevo. De fallar el juicio sería enviada a Infernia con ellos. Sería un triunfo del rencor que los demonios sentían hacia los ángeles.




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