«… Y así, Akrom mató a Midenul. Y de esta forma Midenul se convirtió en el primer primogénito cuya alma vagaba perdida por la inmensidad. Fue Él quien creó Terra para que su hijo no estuviese perdido en el Cosmos infinito.» Extracto del Códice: Crónicas de Él.
«Todo aquél que apoyó a Akrom en su acto, fue desterrado a Infernia con él. Allá, lejos del astro Sol, se debilitará hasta morir. Será entonces cuando su alma, libre de recuerdos, viaje a Terra para iniciar los ciclos necesarios hasta limpiarse y así, quizás algún día, vuelva a nuestro lado.» Extracto del Códice: Crónicas de Él.
«No todos fuimos gusanos en nuestros inicios, amigo mio. Y de los que no lo fuimos, yo fui el primero y el más poderoso. Se nos confinó aquí a morir... pero descubrí cómo evitarlo. Hoy aprenderás a Devorar y a vivir sin la energía del astro Sol. Hoy te enseñaré lo que descubrí. Hoy aprenderás a ser infinito.» Arkom, el destructor, el pecado, el primer asesino, señor de los caídos. 2º Era, en algún lugar de Infernia, enseñando al primer humano llegado a Infernia a devorar almas para evolucionar de larva a gárgola y convertirse en el primer sirviente del Señor Supremo de Infernia.
Agnes se despertó, bastante descansada, como todos los lunes, como todos los días entre semana, con la idea de ir a clase… y por supuesto, de buscarlo en el cruce. Pero esta vez, por primera vez desde que cruzará su mirada con la de Héctor, sintió rabia.
Agnes era una chica a la que le gustaba ser pragmática, así que ante esa sensación, se sorprendió y mientras se arreglaba reflexionó.
«Es solo que me siento rechazada.» pensó y sonrió, aún así la sensación de enfado prevaleció.
Quizás por la calma que le brindó Maxi la noche anterior o por el desgaste del pasar de los días sin noticia alguna de Héctor, pero fuera por lo que fuera, ese día Agnes no se paró en el cruce como de costumbre. Llegó, miró y continuó ante los ojos atónitos de Lorena, la cual ya estaba a punto de despedirse de su hermanastra.
El cruce, que habitualmente estaba lleno de esperanza, hoy estaba lleno de bullicio, de ruido de coches, de personas transitando de un sitio a otro y de malestar, de mucho malestar. No le pareció un buen lugar para estar.
Fue un día de perros. Llegó a casa, revisó de mala gana un par de veces el perfil de Héctor, de una manera vacía le dio las buenas noches a Lorena y se acostó.
Lorena se despertó a la mañana siguiente, ligeramente preocupada respecto a Agnes. El hecho de que le despertasen ruidos provenientes de la cocina incrementó su preocupación.
La causante de tal escándalo era sin duda alguna Agnes, y a pesar de que tendía a ser una persona cuidadosa y silenciosa, esa mañana parecía como que estuviese enfadada con la alacena de la cocina.
—¿Buenos días? — preguntó Lorena mientras se frotaba los ojos y se desperezaba.
—Buenos días — respondió Agnes con una sonrisa burlona —. Date prisa o llegaremos tarde — añadió Agnes, lo cual causó que automáticamente Lorena sonriera y se fuera corriendo al baño para prepararse.
Ese día tampoco se detuvo en el cruce, siguió caminando ante la sorpresa de Lorena la cual pensaba que el suceso del otro día fue meramente fortuito y no debido a la conversación con su madre. Durante el día tampoco preguntó por él, de hecho al final del día, no habló de él, aunque apenas habló de nada.
Lorena se sentía triunfante y agradecida con su madre por el efecto que había tenido sobre Agnes.
La semana avanzaba y el ambiente en la casa estaba raro.
Agnes estaba distraída y absorta en su mundo interior: apenas hablaba, estaba seria, molesta y maldecía por lo bajini a casi todas horas.
Lorena se sentía como si viviese con una olla a presión a punto de estallar. Con cada día que pasaba, su opinión respecto a las razones que llevaron a Agnes a cambiar las rutinas, las dejó de atribuir al hecho de la supuesta liberación que pudo sentir al poner en común las cosas con la familia y empezó a atribuirlas más, al posible hecho de que Agnes odiase la situación en la que se encontraba respecto a Héctor.
Era jueves por la noche, Lorena miraba la tele mientras Agnes seguía en la mesa del salón mirando apuntes, tomando notas y estudiando, eso sí, con el portátil apagado. Lorena se la quedó mirando y en un intento de comprobar cómo estaba en realidad realizó una pregunta de la que pronto se arrepentiría:
—¿Sabes algo de Hector? —dijo casi sin pensar.
Agnes la miró, fría, distante, molesta. —¿Qué?
A Lorena le titubeo la voz.
—Te decía que si sabías algo de Hector.
—Lorena cariño, trato de estudiar, tengo mucho por recuperar. —respondió con voz calmada y una leve sonrisa.
Al poco Lorena se levantó y se fue a su cuarto. Era consciente de la cagada que representaba esa pregunta, ella solo echaba de menos estar con su hermanastra hablando mientras las dos estudiaban y pasaban tiempo juntas, pero no eligió las palabras adecuadas. Se sentía avergonzada, triste y frustrada.
Cuando Lorena despertó Agnes ya no estaba.
«Espero que no se haya enfadado tanto conmigo, quizás estoy dándole muchas vueltas.» pensó mientras salía de casa en dirección a la universidad.
El viernes se le hizo bastante largo, sin noticias de Agnes y preocupada por la estúpida pregunta que le hizo.
Al llegar a casa, mientras habría la puerta, escuchó ajetreo en el interior de la casa, mucho barullo, tanto que se apresuró a entrar.
—¿Qué pasa? preguntó en cuanto hubo abierto la puerta.
Nadie respondió, aunque sin duda alguna el barullo provenía del salón así que se apresuró a asomarse.
Allí estaba Agnes, moviendo apuntes, libretas y fotocopias de un lado a otro, desquiciada, con todo el suelo del salón lleno de pequeños montones desorganizados, el portátil tirado en el sofá y el móvil en la oreja.
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Editado: 05.03.2020