Vincent

La luz en la oscuridad

            Llevaba tiempo abandonado en aquel ático sin saber nada del mundo, o al menos no más allá de lo que lograba divisar por aquella ventana por la que ingresé. La batalla en los cielos había sido dura, no muy extensa, pero finalmente esas fuerzas oscuras me dejaron totalmente débil y caí sin control hasta chocar con el vidrio del ático, quedando tirado en el polvoriento piso donde me encontraba.

            Los días pasaron; lentamente recuperé la consciencia y esperaba que alguno de mis compañeros viniese por mí, pero nada de eso pasó. Me era imposible moverme, solo lo necesario para respirar. Conforme pasaban las horas mis heridas se iban recuperando, no sentía dolor pero llevaba demasiados días sin alimentarme, por lo que incluso una vez recuperadas las heridas al ciento por ciento no podría salir de allí por mi cuenta.

            Todo en mí era debilidad. Trataba de afinar mi oído para lograr tener algún indicio de donde me hallaba pero fue poco lo que pude averiguar. Sin dudas era una casa un poco más alta de lo normal, oía voces provenir de las habitaciones de abajo, muchos sollozos, pero todo era demasiado borroso y los sonidos se esfumaban tan rápido como llegaban. Había asumido mi muerte en realidad, aunque eso llevaría bastante tiempo; toda esperanza de ser encontrado por quien fuese se había extinguido totalmente, así que tan solo me dediqué a pasar el tiempo allí inmóvil como estatua, observando sin cesar los matices cambiantes del pedazo de cielo que mi ubicación me regalaba. Por algunas horas mi estado parecía no ser tan terrible; el invierno estaba terminando su reinado y amaba sentir las gotas de la lluvia golpear el tejado próximo y su resonar en la pequeña ventana, pero sin duda lo que más disfruté fue el dulce e imponente estruendo del cielo cuando las nubes chocaban entre sí. Una dulce sinfonía violenta de los dioses del cielo.

            Pasaron quizás dos días más cuando los nubarrones del cielo dieron paso a un imponente sol que, si bien no calentaba demasiado, iluminaba por completo el rincón húmedo en el que me encontraba. Normalmente es algo que puedo tolerar bastante bien; después de tantos años, los de nuestra especie nos habíamos acostumbrado a cierta medida a lidiar con algunas cosas, pero en mi estado cualquier factor externo se convertía en potencial enemigo mortal. Las pocas energías que había recuperado se esfumaron por completo cuando violentamente, traté de eludir la luz haciéndome hacia atrás, chocando con un par de cajas que no había visto y haciendo un estruendo audible. Me maldije por mi torpeza, ya que de seguro alguno de los humanos que moraban esa casa habría escuchado e irían a investigar y yo ya había perdido la fuerza necesaria para lanzarme encima y aferrarme a su yugular.

            Unos pasos lentos pero firmes interrumpieron mis pensamientos y todo mi cuerpo volvió a un estado de alerta que parecía darme lentamente algo de fuerzas. Oí cómo la puerta se abría lentamente y alguien iluminaba el espacio con una linterna. Sentía su pequeño corazón latir enérgicamente, lleno de pavor y a la vez dándose valor. Podía oler su sangre recorriendo su pequeño cuerpo y entonces abrí los ojos con temor a ser descubierto. Vi vagamente su silueta menuda y femenina mientras recorría con la linterna el sitio opuesto al que estaba yo, dándome la espalda. Empezaba a recobrar fuerzas, bastaría con esperar a que se acercara un poco más para poder saltar encima de ella, succionar por completo su sangre y al fin marcharía de ese lugar.

            El momento había llegado. Las sombras del ático y esas cajas me daban una gran ventaja, ella no me había visto y estaba cerca. Me moví con agilidad para salir de mi escondite pero las fuerzas que creí sentir me traicionaron por completo, delatándome y haciendo que ella volteara asustada, imponiendo toda esa luminosidad en mi rostro. Al encontrarme dio una especie de grito ahogado que casi no emitió sonido, pero de la impresión soltó la linterna y se inclinó hacia atrás. El susto había aumentado considerablemente la frecuencia con la que latía su corazón, la sangre golpeaba con más fuerzas las paredes de sus arterias marcando aún más ese aroma que tanto deseaba beber. Traté de arrastrarme un poco más a ella pero fue inútil, así que con lo que parecía ser mi último aliento exhalé un evanescente y penoso “ayuda”.

            Cerré los ojos y solo oí el silencio de su respiración y latidos, los cuales poco a poco se hacían ecos en mi cabeza. Ella marchó con el susto impregnado en su rostro y esencia y yo solo pensaba que ahora sí era mi fin. De seguro iría corriendo con sus padres a decir que había un extraño en el ático, luego vendrían ellos, los policías… La angustia y desesperanza me hicieron caer en un sueño de duración desconocida, solo sé que desperté producto de un zamarreo y una voz tímida que trataba de llamar mi atención. Al ver que abrí vagamente mis ojos ella se esforzó por movilizarme y lograr que me sentara apoyado de algunas de las cajas.




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