Vincent

Recuerdos y aromas

                Afuera la luna resplandecía elegante y magnánima como siempre, aunque un poco más brillante y grande de lo normal. Era simplemente hermosa, podía entender el odioso instinto de los lobos que le aullaban con melancolía, como si en ella estuviese la felicidad prometida con la que alguna vez nos engañaron. Caminé despreocupado, la noche era joven y la luna estaría a mis espaldas varias horas más.

               Al llegar a la casa de Alicia salté de inmediato al ático por el hueco que mi accidente había dejado en la ventana. Era un sitio privilegiado en verdad, ya que al mirar por la ventanilla no había edificios que entorpecieran la vista, dejando ver la elegante luna que el cielo nos regalaba.

              Bajé ansioso a la habitación de Alicia, deseaba que pudiese ver tan bello espectáculo. La remecí con suavidad para no asustarla, susurré su nombre pero ella no parecía reaccionar, parecía tener el sueño profundo, así que tuve que aumentar un poco la brusquedad del zamarreo hasta que por fin despertó. Quizás se habría sorprendido más de no estar tan somnolienta, pero parecía feliz de todos modos. La llevé entusiasmado por las escaleras, aunque ella aun no despertaba del todo, pero al situarla junto a la ventana fue iluminada por la plateada luz del brillante satélite y su belleza terminó por despertarla.

                – Es realmente hermosa, nunca la había visto así –murmuró.

                Me complacía el saber que le había agradado, era inevitable inflar el pecho con orgullo, aunque no podía explicarlo del todo su por qué.

               – Es un regalo, de mí para ti en agradecimiento por haberme rescatado –le murmuré cerca de su oído.

                Ella pareció sonrojarse y se acercó un poco más a la ventana para apreciarla mejor. No dijo ni una palabra y yo tampoco. El silencio era simplemente perfecto y no hacía falta decir algo más. Nos quedamos un buen rato observando la luna, pero luego el cansancio empezó a hacerse presente en el cuerpo de Alicia. Seguramente tenía que ir al colegio en la mañana y yo estaba quitándole horas de sueño, así que me apresuré por llevarla de vuelta a su cama.

              Pasé un par de días escondido en la casa pero sin que ella supiera. Me gustaba descansar junto a la ventanilla rota del ático bajo la luz de la melancólica noche, el silencio de la casa y oír los suaves pasos de Alicia merodeando por ahí, suspirando y a veces maldiciendo en voz alta por sus torpezas. Me di algunas vueltas por la casa en tal estado de sigilo que era prácticamente invisible, con el fin de conocer un poco más la dinámica familiar. Por temas de horario era poco el tiempo que la familia compartía junta, y debo decir que me desconcertó mucho verles interactuar durante el fin de semana. El sábado Alicia bajó temprano a preparar su desayuno y pronto se le unió su madre, quien no tenía una cara demasiado enérgica. La saludó con algo de desgano, parecía bastante agotada así que asumí que su frialdad y poco contacto con la joven era debido a eso. Sin embargo, con el paso de las horas pude darme cuenta que lamentablemente las cosas no eran así.

            Cerca del mediodía, Alicia bajó nuevamente y en conjunto con su madre empezaron a preparar el almuerzo. Ella aún lucía algo desganada, pero aparentemente hacía un esfuerzo para hablar con su hija, preguntándole cómo le había ido en la semana y si había conseguido un vestido y zapatos para el matrimonio, pero su voz y su temple nunca me dieron sensación de real interés en las respuestas. Poco antes de que el almuerzo estuviese listo llegó Tabatha, quien parecía resucitar de una gran resaca pero se encontraba algo animosa, pese a lo somnolienta. El ánimo de la madre pareció alegrarse un poco más y comenzaron a hablar, dejando a Alicia totalmente al margen.

                – Alex va a ir contigo al matrimonio, ¿verdad?

                – Sí. Le hacía falta una corbata, así que el otro día fuimos a comprarle una.

                – Ah, que bien. Alicia ya tiene su vestido, así que solo falta que llegue el gran día.

            – Sí, ¿ah? –dijo Tabatha en un tono burlón –. ¿Estás segura de querer ir? La gente siempre va acompañada para estas ocasiones, sobre todo en una boda tan elegante como la de la tía Berta. Y no creo que vayas con alguien…




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