Tabatha y Alex tenían la sangre inundada en alcohol y la madre de las chicas también había bebido un par de copas, por lo que me pareció prudente adueñarme del auto y llevarlas a casa, sanas y salvas. Por alguna razón nadie habló durante el viaje; Alicia iba como copiloto y atrás venían los demás deshechos, aunque la Señora Ángela no tanto, más bien iba triste y mirando con nostalgia por la ventana. Al llegar me despedí de todos aunque al rato volví a la habitación de Alicia, justo después que se había puesto el pijama y se había acostado.
– Ay Vincent… –suspiró – ¿qué diablos fue todo eso que dijo?
– Delirios de una ebria. Alicia, no la escuches.
– ¿Y si tiene razón? –dijo angustiada –. ¿Y si de verdad lo maté?
– A ver, ¿y cómo sería eso Alicia? Eras una niña, ni siquiera te acuerdas.
Alicia se veía realmente angustiada, como si muy en el fondo supiese que su hermana tenía razón. Su respiración comenzó a agitarse y pronto comenzó a sollozar con dolor. No aguantaba verla sufrir, así que la acuné sobre mi pecho e intentando calmar su temple para que finalmente pudiese dormir en paz.
Nunca he podido explicar cómo es que puedo influir en las emociones, supongo que es algo casi tan innato como respirar. Logré hacer que Alicia durmiera, pero incluso estando sumida en el sueño sabía que estaba profundamente dolida y perturbada. No era fácil entrometerse en ese estado, ya que se trataba del territorio de la inconsciencia y eran demasiadas las variables con las que lidiar. Aun así no me di por vencido e intenté concentrarme profundamente para lograr alcanzar ese manojo que tanto la perturbaba, pero entonces, pasó algo que nunca pensé posible. De algún modo caí en una especie de sueño consciente y podía darme cuenta que estaba conectado con lo que en un principio pensé que eran sus sueños, pero luego me di cuenta que eran recuerdos perdidos, una especie de oscuro secreto escondido en las profundidades de la inconsciencia.
Podía ver la escena en primera persona como si fuese la misma Alicia, sintiendo lo que ella sentía. Estaba en la playa junto a su madre que lucía bastante más joven y viva, Tabatha tenía cerca de 8 años y estábamos en compañía de un hombre que deduzco era el padre de las niñas. Era una escena bastante feliz; la señora Ángela estaba bajo la sombra del quitasol, Tabatha estaba cerca haciendo castillos de arena y yo estaba con su padre en unas rocas cerca de la orilla, mientras él con entusiasmo me enseñaba sobre las criaturas y cosillas que hallábamos en las rocas y la arena.
– Mira Alicia, ¡que perfecto espécimen de cangrejo hemos encontrado! –dijo emocionado.
– ¡Qué bonito! ¿No me va a morder?
– No querida, está muerto. ¿Por qué no vas y se lo muestras a tu mamá?
Partí con emoción al quitasol, viendo la arena casi encima de mí debido a mi escasa estatura, viendo todo más grande de lo que era realmente. Al llegar donde “mi madre”, ella se asomó con poca emoción pero se espantó al ver a una “criatura tan asquerosa” y suplicó que la sacara luego de ahí. Para ese entonces, “mi padre” ya había llegado junto a nosotros y bromeó con su esposa por tenerle tanto miedo a un cangrejo muerto. Él se agachó y palabreó un poco con ella, palabras que como infante no entendía ni prestaba atención, así que por hacer caso me fui en silencio hacia la orilla para devolver el crustáceo. Sin embargo, al llegar a la orilla una ola furiosa sobrepasó su límite habitual y me arrastró consigo. Grité e inmediatamente apareció el hombre para rescatarme, pero el mar estaba bravo y no conseguía acercarse a la orilla. Pronto llegó la señora Ángela, quien con dificultad pudo sacarme del agua y me llevó sana y salva a la arena. Luego, todo fue caos; mamá estaba conmigo, mientras yo lloraba desconsolada y angustiada, viendo cómo la gente se acercaba al mar pero no lograba ver nada, lo que aumentaba más mi angustia. Empecé a preguntar por papá, pero la madre estaba en una especie de shock, quizás tan angustiada como yo, ocupada en mí y en Tabatha que comenzaba a llorar y trataba de contenerla para que no se acercara. En algún momento “mi madre” se descuidó y me escurrí con agilidad hacia el tumulto de gente y pude ver el cuerpo del hombre tendido en la arena mientras que otro le hacía presión contantemente en el pecho, intentando reanimarlo. Sin embargo, nada pasó. La imagen comenzaba a transcurrir con lentitud, como si la situación le hubiese dado el tiempo preciso a Alicia para ver cada detalle y memorizarlo cruelmente. El hombre que reanimaba había cesado sus intentos y miraba hacia arriba con lástima, madre lloraba y yo no podía quitar la vista del cuerpo que se tornaba pálido y del que escurría una estría de sangre más o menos grande desde su cabeza.
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Editado: 24.07.2019