Vincent

La calma después de la tormenta

               Pasé un par de días dedicándome a la pastelería, intrigado por lo que pasaba con Alicia. Después de la noche de su cumpleaños me suplicó que la dejara sola un par de días y me hizo prometer que no rondaría el ático y que no la visitaría en secreto por las noches, pues necesitaba la soledad para absorber todo el dolor de su realidad y saber cómo salir adelante. No podía evitar sentir que sus deseos eran demasiado masoquistas, ya que normalmente las personas necesitan de quién afirmarse en un momento como tal. Sin embargo, pese a que me costó mucho acceder y cumplir su petición, logré llevarla a cabo cuando ella me prometió que apenas se sintiera con el ánimo adecuado me dejaría el recado en la pastelería para ir a verla.

              A pesar de que me carcomía la curiosidad por verla no me encontraba demasiado ansioso y tenía un extraño sentimiento de plenitud. Cuando me aburrí de los asuntos de la pastelería y el mundo de los humanos bajé a las catacumbas a saludar a mi buen amigo Claude, quien como siempre tenía una sonrisa y un muy buen trago para mí.

              – Has estado desaparecido otra vez, ¿qué te tiene tan ocupado?

              – Ya sabes… Negocios.

            – Negocios y algo más me intuyo.

             – No han sido días fáciles para Alicia.

            – ¡Ah! ¡Al fin me revelas el nombre de tu pequeña enamorada!

             – ¿”Enamorada”? Nada de eso –dije un tanto asqueado por el término que usó.

           De pronto esa palabra y todas sus variables y significados empezaron a dar vueltas en mi cabeza como un torbellino que agarraba cada vez más potencia y me apretaba el corazón. ¿Amor? Sentía un gran aprecio por Alicia, me gustaba aunque me perturbaba saber que no era correcto en varias maneras. Cuando estaba con ella lo único que deseaba era verla feliz, estar a su lado y servirle como fuese que ella me necesitase; había tenido el atrevimiento de robarle un beso, el más dulce y profundo que alguna vez había saboreado y lo único que deseaba era volver a sentirlo. Alicia tenía una forma particular de seducirme y tenerme internamente embobado, bastaba solo con su sonrisa, su cuerpo próximo al mío, el aroma de su sangre danzando traviesamente bajo mis narices. Quizás… Claude tenía razón y no tenía voz para admitirlo.

            – Haré que te creo… –dijo no muy convencido – Tienes un mensaje de tu amigo William, dice que lo llames a penas puedas –dijo cambiando radicalmente de tema.

             Al oír su nombre sentí como una especie de escalofrío recorriendo toda mi espalda. Una llamada de William solo significaba que ya no tenía ningún tipo de inconveniente para poder recibirme y seguramente estaba esperando ansioso mi regreso. ¿Y qué se supone que le diría? Ante su insistencia solo me limité a dar respuestas vagas y esquivas, con la mentira de que estaba algo atareado atendiendo unos últimos asuntos de mi pastelería y que luego de eso viajaría.

        El día siguiente me lo pasé dentro de la pastelería preparando algunas cosas, ya que el tema administrativo me aburría demasiado. Hacían falta pequeños cupcakes de chocolate, intuía que serían los favoritos de mi pequeña adicta al chocolate, así que me esmeré por hacerlos perfectos y llenos de amor. Apenas los pastelillos habían terminado de ser decorados, llegó Sabrina diciéndome que Alicia estaba afuera del local.

           Era bastante tarde y ya estábamos por cerrar, pero por supuesto no le negaría la entrada a mi humana favorita, sin embargo, al verla me di cuenta que algo no andaba bien. Parecía de buen ánimo y al verme me regaló esa dulce sonrisa que tanto adoraba, pero notaba que algo dentro de ella no estaba bien, además del hecho que se veía más delgada de lo que ya era, por lo que tenía un aspecto más bien enfermizo. Al preguntarle, me confesó que había pasado unos días complicados en los que el ánimo no le permitía comer, pero ahora se encontraba mejor y me recibió de muy buena manera uno de los cupcake que había preparado pensando en ella.

         – Necesito pedirte algo –dijo después de que nos acomodamos en una mesa – Quiero que me acompañes a la playa que viste en mis recuerdos.

             – ¿Estás segura?




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