Vínculo

Capítulo 1: El comienzo del pacto

Leah Foster estaba sentada detrás de su escritorio, con una montaña de papeles delante. Facturas, documentos legales, se entrelazaban unos con otros como si se burlaran de su impotencia. Las finanzas del bufete estaban tan mal que le daban ganas de vomitar, los clientes se marchaban más rápido de lo que corrían y el dinero que debía se sentía como una deuda que nunca se saldaría. Agarró el bolígrafo con los nudillos blancos, el corazón le latía como un tambor y le zumbaban los oídos.

──«Leah, ha llegado el Sr. Howard». La asistente estaba en el umbral de la puerta, con un tono inquieto y burlón.

¿Howard? Su corazón se aceleró durante una fracción de segundo y fulminó a su ayudante con la mirada. Kevin Howard, heredero de la familia Howard. Un tipo de sangre fría, poderoso y multimillonario. Nueve de cada diez veces, no había venido a verla hoy para regalarle flores.

Respiró hondo, se levantó y se dirigió a la puerta. Tuvo que enfrentarse a la alta figura e intentar parecer menos miedosa.

Kevin Howard estaba de pie en la puerta, con el traje recto, el pelo castaño oscuro un poco desordenado y la mirada penetrante, como si pudiera abrirte en canal en cualquier momento. La miró con ojos un poco juguetones.

──«Leah Foster», su voz era grave y magnética, como si dijera: «Puedo controlarlo todo sobre ti».

──«¿Tienes unos minutos? Me gustaría hablar contigo».

Ella asintió, un millón de veces reacia. Al indicarle que se sentara, pensó para sí: «No voy a sentarme a tu lado por miedo a morir aplastada si lo haces».

Kevin se sentó y su aura surgió, haciéndola preguntarse literalmente si era aire. No tenía que hacer nada, sólo sentarse allí podía dejarle a uno sin aliento. No era de extrañar que hubiera ascendido de heredero de la familia Howard a multimillonario.

──«Conozco el estado de tu empresa». Fue directo, sin andarse con rodeos.

──«Necesitáis financiación, y resulta que yo tengo una oferta».

Casi se echó a reír. Menudo momento para que viniera con una oferta. Pero mientras intentaba mantener la calma, una oleada de pánico la recorrió.

──«¿Qué oferta?» Reprimió su ira y preguntó con toda la calma que pudo.

Kevin sacó un documento de su maletín y lo colocó suavemente delante de ella. De un vistazo pudo darse cuenta de que tenía forma de testamento, con el logotipo de la familia Howard, frío, formal, como si la estuvieran sentenciando a muerte.

──«Estos son los términos del testamento de mi madre». Kevin la miró con una emoción esquiva en los ojos.

──«Ella exige que viva con una pareja de confianza durante cinco años antes de poder heredar el negocio familiar. Necesito ayuda para encontrar a alguien con quien pasar esos cinco años».

El corazón de Leah se aceleró y sus ojos se abrieron de par en par, ──«¿Por quién me tomas? ¿Una salvadora?»

──«No.» Las comisuras de la boca de Kevin se torcieron ligeramente, pero su tono era tan frío que podía congelar.

──«Te veo como la única, que puede tomar decisiones sin ser presionada».

Leah sintió como si una roca le oprimiera el pecho. Había un poder sofocante en sus ojos que le hizo sentir que perdía el valor incluso para contraatacar.

──«¿Fingir ser tu esposa?» Su voz estaba apenas bajo control, con un ligero temblor.

──«¿Eso es lo que me propones?»

Los ojos de Kevin se volvieron más fríos, como si ya hubiera tomado una decisión: ──«Sí. Durante cinco años, como pareja, me ayudas a superar este momento difícil. A cambio, yo te ayudé a estabilizar la empresa».

Leah sintió el aire pesado, el corazón acelerado, la cabeza zumbándole. Quería negarse, gritar, decir: «¡Sabes que es una broma!». Pero no lo hizo, se limitó a mirar los papeles que tenía sobre la mesa y a golpear el escritorio con las yemas de los dedos, como si se dijera a sí misma: «No seas tonta, no es una broma».

──«Sabes, no es sólo un trozo de papel». susurró Kevin, con un tono tan frío que parecía congelarse.

──«Una vez que lo firmas, tu vida ya no es tuya».

El corazón de Leah latía cada vez más rápido, casi saliéndosele del pecho. Su mente estaba llena del sonido del rechazo, y de esa presión invisible. El dilema de la empresa, las expectativas de sus padres, su orgullo y ese contrato de cinco años la presionaban.

Respiró hondo y cerró los ojos, casi con ganas de agarrarlo y estrangularlo:──«Necesito tiempo para pensar».

Kevin se levantó, con la mirada fría y los pies apagados:──«Tienes veinticuatro horas, Leah. Lo que necesito es tu firma».

Se volvió para marcharse, la opresiva sensación en el aire le seguía. La puerta se cerró suavemente y en el despacho volvió a reinar un silencio sepulcral.

Leah miró el contrato de matrimonio, con la mente hecha un lío. Las yemas de sus dedos se deslizaban sobre el documento, incapaz aún de reunir el valor necesario para firmarlo. Sabía que ese trozo de papel estaba a punto de decidir su futuro.




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