VÍnculos

capitulo 32

El miedo es una emoción natural que nos protege de peligros reales y el temor es una emoción artificial que nos hace huir de un peligro imaginario. Helena no sentía ninguna de las dos. Ella sentía algo que estaba por encima de aquellas insulsas definiciones. Si existían varios tipos de miedo, ella seguramente habría agregado un escalón extra a esa lista. La parálisis frente a la distorsionada imagen que tenia de la mujer que conocía hace varios años y que le había abierto las puertas de su lugar favorito incluso cuando la escuela cerraba, era algo involuntario. Era la transformación de un rostro que conocía en algo monstruoso. Esa era la forma perfecta de arruinar los recuerdos agradables de una niña. Aunque lo que en verdad le quitaba la respiración y le hacía tambalearse, no era la distorsión de una persona. Era el poder de las palabras de Ezra. Cosas que no entendía, no obstante, las sentía familiares. Él hablaba como si la conociera, como si en realidad tuviera una conexión muy profunda con su ser, y eso era lo que le producía pavor.

Cerro los ojos tratando de evocar la imagen de su madre, logro ver la cabellera larga y sedosa, su sonrisa y sus ojos. El recuerdo duro poco. Luego el recuerdo maravilloso fue remplazado por la asquerosa pesadilla que había tenido la noche anterior. Se estremeció al recordar las palabras de Ezra tan similares a las que había pronunciado hace poco. La semejanza del sueño con lo que estaba pasando la desconectaba de la realidad. No quería destruir el mundo. No quería hacer elecciones importantes que afectaran el bienestar del mundo. No quería tener nada que ver con esa criatura. No quería lo que estaba pasando en ese momento.

—Aun no estas lista— Helena no abrió los ojos— pero seguiré insistiendo y cuando llegue el momento oportuno tendrás el mundo a tus pies.

Reunió todas sus fuerzas para poder hablar—No quiero el mundo. Ni tampoco te quiero cerca. Eres el malo y los malos nunca ganan.

—Pero que tierna— le sujeto la mandíbula y le obligo a abrir los ojos— sigues creyendo en esa tontería.

—Es la verdad. Mis padres me lo dijeron.

Su risa sonó como una cascada de piedras deslizándose por una lámina de madera— ¿Y tú les crees? — aunque sabia que Ezra era quien hablaba se sentía aturdida por seguir viendo lo que quedaba del rostro de la anciana— ten cuidado de a quien le crees. Los adultos mienten, los ricos mienten, los humildes mienten, los gentiles mienten, los marginados mienten. Todo el mundo dice mentiras. En especial a los niños.

—¿Y porque tendría que creerte? — no sabía de donde sacaba el coraje para responderle, pero lo agradeció— ¿que lo hace diferente?

—Nada— respondió con naturalidad— Puedo decir tantas mentiras como yo quiera. Es más, yo invente las mentiras. Pero no tengo necesidad de mentir en este momento. La verdad está de mi lado y como algo nuevo la voy a usar. Muy en el fondo sabes que digo la verdad- chasqueo la lengua-Solo te quiero informar que te daré instrucciones sobre cómo actuar.

Le coloco ambas manos alrededor de la cabeza. Sintió como un calor se extendía por su cuerpo. Con cada segundo que pasaba sentía que su piel se desintegraba. Se miró, pero estaba intacta. La cabeza comenzó a dolerle y vio imágenes de su pesadilla mezcladas con otras de paisajes desérticos y mucha gente enferma. También vio un trono y sentado en el, un hombre viejo que jamás había visto. Se sintio debil.

Una voz en su cabeza le grito que corriera. Una voz que conocía. Ella no se movió. Seguía observando las imágenes que se reproducían en su cabeza sin piedad.

— Te daré una ventaja. Una distracción— la voz de Ela sonaba dentro de su cabeza— pero tienes que correr. No pares hasta llegar a tu casa. Cuando te diga abrirás la puerta y no miraras atrás. ¿Entendido?

Helena asintió de forma que la cosa que la tenia sujeta no se diera cuenta.

—¿Lista... ¡¡¡AHORA!!!

 




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