VÍnculos

capitulo 16

El paisaje había cambiado drásticamente. El firmamento que antes se había presentado en su versión mas bohemia, se había tornado oscuro, más apagado y lóbrego de lo que debería ser, incluso en las noches más oscuras sin rastro de luna. El ambiente ya no era tranquilo, se había tornado tenebroso, solitario, frio e inseguro. Los animalillos que antes descansaban tranquilamente habían desaparecido sin dejar rastro. Solo la abeja que se había posado sobre la flor permanecía inmóvil sobre esta. Entonces la flor seca comenzó a moverse, a expandirse, los resecos pétalos se retorcieron, se elevaron y en un acto de salvajismo aplastaron a la pequeña abeja de una forma tan gráfica y grotesca, que no habría habido diferencia en el trauma si hubiera sido una persona. Alguien gritaba una y otra vez el nombre de Helena, pero esta se había quedado paralizada, solo veía el cuerpo aplastado del insecto resbalar por los pétalos de la planta carnívora.

Un fuerte ventarrón levanto todas las hojas que habían caído de los arboles formando un remolino con ellas, un alto y amenazador remolino naranja y café. Entonces fue cuando la niña cayo en cuenta de la voz que gritaba órdenes.

—HELENA CORRE—Ela gritaba con todas sus fuerzas tratando de sacar a Helena de su shock, sabía que tendría que haber salido de la fresa y arrastrar a la niña lejos, pero no quería revelarse aún. A pesar de las circunstancias y el terrible peligro que eso podía representar, sabía que si salía en ese momento la niña daría el fino paso que hay entre la tierna niñez y el monstruoso cambio hacia la madurez, al menos la de la pre adolescencia. Por eso opto por seguir gritando.

—¡¡¡¡NIÑA DESPIERTA TIENES QUE CORRER!!!!— al fin la niña sacudió la cabeza en señal de vida.

Helena volteo a ver a Ela. La fresa brillaba con intensidad y chillaba que se fuera de ahí. Ella se giró por un momento a mirar a su alrededor. Todo parecía ir más despacio, en cámara lenta. Logro ver como el remolino giraba en una lenta danza de hojas, piedras y ramas. Los árboles se inclinaban de un lado a otro como cuando se tararea una canción. La fresa, se fijó Helena, no tenía un brillo constante, se encendía y apagaba de forma intermitente como las luces de navidad. Eso fue lo último que vio antes de que todo volviera a moverse y convulsionarse de forma ostentosa.

—!!!POR FAVOR HELENA CORRE!!!

—¡¡¿Qué hago?!!— De pronto se sintió demasiado consciente sobre el miedo que la había invadido.

— Ve a tu casa— grito Ela mientras la niña seguía los mandatos sobre la marcha— escóndete y no salgas. ¿Entendido?

—pero...

—¿ENTENDIDO? — repitió con firmeza

Helena asintió y tras un momento de vacilación echo a correr lo mas rápido posible. No fue difícil alejarse de la espesura del bosque, a fin de cuentas, Helena tenía esa cualidad que irremediablemente poseen todos los niños. Correr más rápido que un guepardo. Los pequeños pies de la niña casi no tocaban el suelo.

Cuando estaba a medio camino de la entrada de su casa Helena se detuvo en seco y en una tortuosa lentitud se giró para encontrarse con una imagen surrealista. El bosque entero brillaba con un enfermizo color verde y el torbellino se había vuelto tan grande que superaba por varios metros a los robles. Luego de semejante escena Helena retomo la marcha con mas ahínco.

 

 




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