La noche había caído, Satoru salía de una reunión con los altos mandos. Odiaba eso, escuchar las hipocresías en sus palabras, atender a ordenes rebuscadas y complacientes. Los vendajes siendo reemplazados por sus lentes oscuros, las sombras debajo de sus ojos se parecen al abismo de la oscuridad. El viento se cuela por los ventanales, sus pasos resonando en el piso de madera y los gritos que se cuelan en su cabeza, se vuelven un caos pesado; una rutina que le entumece ¿Cuándo fue la última vez que descansó correctamente? No había puesto atención en ese detalle, puesto que su vida se había convertido en un ciclo de ir y venir entre las misiones y las clases, entre sus preocupaciones y sus miedos.
Nadie lo espera realmente para felicitarle y tampoco esperaba tal trato. Desde niño se le fue encomendado ser perfecto, ser la herramienta necesaria para mantener el equilibrio, ser el líder de su clan, ser el más fuerte tanto física como mentalmente. ¿Cuánto de eso ha cumplido? ¿Cuánto de eso ha sido un fracaso? Un sueño, solo eso pide; poder cumplir un sueño, una meta, un objetivo. Apuesta a sus estudiantes, una apuesta a ver realizada, una meta que siente lejana. Sus propias metas son un fracaso, un falso dios que cumple a medias las expectativas de quienes le rezan, mientras las propias se hunden en un agujero sin fondo.
Esconder las mentiras detrás de un semblante perfecto, los miedos detrás de una sonrisa y los fracasos detrás de la estupidez. Aunque tiemble debe ser él quien esté al frente, pensar en caer en la desesperación solo traería el peso del mundo y el suyo propio a quienes vienen detrás. No permitiría que sus ínfimas esperanzas sientan lo mismo, aunque ya lo ha hecho. Sus equivocaciones dejan estragos en quienes aprecia.
No es perfecto, no puede serlo, nunca lo ha hecho.
Sus pasos se detienen ante sus caóticos pensamientos, una luz se enfrenta a su oscura soledad. Como una invitación para salir un breve instante de sí mismo y volver a la mentira que ha creado. Entra al ala medica, el primero en recibirlo es el denso olor a cigarrillo y luego esos ojos café que parecieran nunca haber descansado desde hace años. La sonrisa despreocupada aparece en un mecanismo automático para saludarla como de costumbre. Ella solo le responde con desgana.
—Ah, Gojo ¿Termino la reunión?
Satoru se deja caer en una silla frente a ella mientras asiente, estirando los brazos detrás de la cabeza. Le molesta el humo, le trae recuerdos que quisiera erradicar como a cualquier maldición. Debe actuar, actuar como que no le importa, evitar que su farsa de perfecta ignorancia se desplome por dejar ver sus verdaderos deseos.
—Gracias, Shoko.
— ¿A qué te refieres? —dice mientras suelta un hilo de humo.
—Dejaste a Megumi como nuevo.
—Eso no fue nada ¿Por quién me tomas?
Shoko parece notarlo, notar lo que él cree esconder. Siempre lo ha visto desde la distancia, quisiera haber intervenido en ocasiones y no haber guardado silencio. Ya es tarde, nada de lo que haga ahora podrá cambiar lo que ya ha pasado. No se atreve a opinar si no es realmente necesario, se dedicaría a hacer su trabajo y nada más. Sin embargo, no dejaría que su único amigo, a quien considera un familiar aunque este no lo sepa se siga hundiendo en su miseria. Apaga el cigarrillo atrayendo la atención de Gojo para luego abrir la boca ante una nueva inquietud.
—Encontré residuos de tu energía maldita en la herida —Satoru reacciona muy sutilmente pero Shoko se da cuenta—. ¿Puedo preguntar qué pasó realmente? No creo que hayas intentado usar RCT, no eres capaz de hacerlo.
La sonrisa se desvanecía lentamente y una sombra de preocupación cruza su rostro.
—Fue... un incidente. Me estoy volviendo paranoico, no creo que lo que veo es realidad —hizo una pausa, mirando al suelo. Cuando levanta la vista parece ver a su amigo Geto ensangrentado culpándole por no haber detenido a Toji, culpándole por haber fracasado la misión mientras la sonrisa de Toji se reflejaba en sus anteojos ocasionando que Gojo cerrara sus ojos con fuerza.
—No estás paranoico, solo eres un idiota.
Satoru quiere creer eso, que la faceta de su estupidez se ha salido de control. Aun así, no puede evitar sentirse culpable por lo de Geto, por ser un fracaso andante, no salvar a los que quiere y no proteger a su ser más preciado.
—Tal vez si hubiera hecho algo diferente...
—Gojo, no sé que cunde tu cabeza en este momento, nunca me dices nada y en parte es mi culpa por no haber sido una buena amiga.
—Shoko.
—Algo es claro, no puedes culparte por lo sucedido con Geto. Hiciste lo mejor en ese momento y ese idiota tomó sus propias decisiones.
Las palabras de consuelo no parecían alcanzarle, Satoru no dijo ni una palabra. Su teléfono suena rompiendo el silencio en la sala, al ver la pantalla es Ijichi y al terminar la llamada finalmente se levanta para dirigirse hacia la puerta, encontrándose de cara con Nanami. Este le saluda como de costumbre pero Gojo no le devuelve el saludo, pasando de él y desapareciendo en la oscuridad.
Nanami saluda a Shoko sin preguntar ni opinar por lo sucedido, “no es de su incumbencia” se dice. Esta se pone a trabajar curándole una herida en el brazo. Ve que no es ella misma, como si quisiera decir algo pero no sabe cómo hacerlo. Sus senpais desde aquel incidente se volvieron de esta manera, distantes, perdidos. Los comprende, de cierta manera lo hace; viven en un mundo despreciable, sin misericordia con los suyos. No hay en quien apoyarse, no hay quien te ofrezca una mano mientras te hundes en la desgracia; eso siendo de los de su clase pero ¿Qué pasa con aquellos que son los más fuertes? Aquellos seres solitarios que no tienen derecho de mirar hacia atrás, que son juzgados por equivocarse, quienes deben asumir una responsabilidad que no les corresponde.