Narradora
Sophia yacía exhausta en la cama del hospital, el sudor perlaba su frente mientras las últimas ondas de dolor se desvanecían. Los gemidos de los recién nacidos llenaban la habitación, un sonido que ella anhelaba escuchar y atesorar. Pero antes de que pudiera procesar el momento, las puertas se abrieron con urgencia.
Carlos entró, su presencia era tan imponente como siempre, pero sus ojos revelaban una urgencia que Sophia nunca había visto antes. Sin decir una palabra, tomó a los gemelos en sus brazos, envueltos en mantas suaves, y se dirigió hacia la salida.
—Solo un momento, por favor—suplicó Sophia, extendiendo una mano temblorosa—Déjame verlos, solo una vez.
Carlos se detuvo, su silueta recortada contra la luz del pasillo. Hubo una pausa, un momento suspendido en el tiempo, antes de que él negara con la cabeza, su voz apenas un susurro.
—Lo siento, Sophia. El contrato era claro lamento lo que paso con tu madre pero te di el dinero ahora debo llevarme a los bebes
—Carlos, Son mis hijos también. He llevado a estos bebés en mi vientre durante meses. No puedo simplemente dejarlos ir sin al menos mirarlos una vez.
—Sophia, esto fue parte del trato. Tú eras solo el vientre en alquiler. No tenías derecho a formar un vínculo con ellos. Ahora, déjame ocuparme de todo.
—Pero, Carlos, no puedo... no puedo simplemente olvidarlos. No después de sentir sus pataditas, de soñar con ellos. ¿No tienes corazón?
—Mi corazón está en otro lugar, Sophia. No podemos permitirnos debilidades. Estos bebés son importantes para alguien más. No para nosotros.
Y con eso, se fue, llevándose una pieza del corazón de Sophia con cada paso que daba alejándose de ella.
La mansión de El Patrón estaba en silencio, una calma tensa que precedía a la tormenta. Carlos avanzaba por los pasillos, con los gemelos acurrucados en sus brazos, cada paso resonaba con el peso de la responsabilidad que le habían encomendado.
Finalmente, llegó a las puertas dobles de caoba que conducían al estudio privado de El Patrón. Con un suspiro que nadie escucharía, Carlos entró.
El Patrón estaba de espaldas a ellos, mirando por la ventana panorámica que ofrecía una vista de los jardines iluminados por la luna. Se giró lentamente, su rostro era una máscara de autoridad y poder indiscutible.
—Los traigo, señor—dijo Carlos, su voz firme a pesar del tumulto interno.
El Patrón extendió sus brazos y, por un momento, su expresión se suavizó al ver a los bebés.
—Bienvenidos a la familia—murmuró, y aunque sus palabras eran suaves, había un filo en ellas que no se podía ignorar.
Carlos observó la escena, una mezcla de alivio y aprensión en su corazón. Había cumplido su misión, pero ¿a qué costo?
Despues del velorio de su madre Sophia, estaba atrapada en una tormenta de emociones, se aferraba al recuerdo de los gemelos que había llevado en su vientre. El dolor de la pérdida era abrumador, y cada latido de su corazón parecía un eco de su sacrificio.
La habitación estaba sumida en la penumbra, solo la luz de la luna se filtraba por las cortinas entreabiertas. Sophia se sentó en la cama, sus manos acariciando el vientre vacío. Las lágrimas brotaban sin control, mezclándose con la tristeza que la envolvía.
Su madre había muerto el mismo dia en que Sophia se convirtiera en la madre biológica de los gemelos. La ironía no se escapaba a ella: había dado vida mientras la muerte se llevaba a su madre. Los sacrificios que había hecho, ahora son nada esta sin su madre y sin sus bebes.