Julia comenzó a desmotivarse, ese año ni siquiera había habido percances jocosos, ningún tropezón, ninguna caída de árbol, así que decidió alejarse hacia algún lugar fresco, descontaminado y solitario. Caminó entre los árboles con la esperanza remota aún de oír algún alboroto que delatara una caída, pero solo vislumbró a lo lejos a Clara que parecía estar leyendo, delatada por la posición de su cabeza, apaciblemente debajo de un manzano. Se acercó despacio intentando no sobresaltarla, tarea imposible. Inevitablemente, dio un salto al oír el saludo de Julia.
―¿Puedo sentarme a tu lado? ―Clara asintió con un movimiento leve de su cabeza y cerró el libro que leía.― ¿Has huido del humo también? ―Sonrió bajando la vista tímidamente, aquel rasgo era real después de todo.
―Es la forma que tiene mi padre de dar sus grandes noticias.
―¿Va a casarse con una pelirroja esta vez?― El semblante de Clara cambió instantáneamente, pasando a una seriedad desconcertante.
―¿Cómo lo sabes? ¿Ha dado la noticia ya? Pensé que esperaría a que anocheciera y soltar su discurso bajo la luz de la luna y el sonido de los grillos de fondo.
―¿Hablas en serio?― Julia miraba perpleja a aquella joven que tenía sentada al lado y que parecía poseer un extraño sentido del humor que no se correspondía, al menos no era una cualidad a descubrir a simple vista, con su apariencia.
―Es broma.― Clara asintió pícaramente. No era tan tímida después de todo.
―Dime, ¿te apetece un vino lejos de aquí?― Julia obtuvo un gesto afirmativo y sonriente por respuesta y, ante el temor de que cambiara de opinión tan rápido como había aceptado, la arrastró hasta su casa, recogió dos cascos y sacó su Virago sin arrancar para no levantar sospechas hasta el que consideraron un lugar seguro. En tan solo cinco minutos habían llegado a un verdadero y típico guachinche, que probablemente tendría alguna comida como carne de fiesta o garbanzos y un vino que no serían recomendables a aquellas alturas del año.