Julia se aventuró a sacarla de su ensimismamiento con una nueva pregunta.
—¿No tienes intención de volver algún día? —Clara permaneció pensativa durante unos segundos más, como si meditara la respuesta realmente.
—Tal vez cuando decida casarme. —Julia no pudo evitar soltar una carcajada que probablemente despertaría a todos los cangrejos de la zona obligándolos a asomarse para comprobar de donde provenía aquel alboroto, alegrándole la existencia a los pájaros que dormitaban en sus nidos— ¿Por qué te hace tanta gracia? —El rostro de Clara se debatía entre la incertidumbre y aquella risa contagiosa. Julia se tomó su tiempo para recomponer el rostro y la seriedad.
—Pues porque no creo que te cases, en fin, ahora podrías hacerlo, pero no lo creo.
—¿Qué insinúas? ¿Qué nadie me soportaría? —Julia exhaló el aire de forma escandalosa y escudriñó el rostro de la joven, no quería perderse ni un detalle de su reacción aunque la penumbra dificultara la tarea.
—Insinúo que eres gay.
El gesto de contrariedad de Clara fue exagerado, como el de un niño que aún no posee la capacidad de controlar la expresión de sus emociones.
—¡Claro que no lo soy! —Julia volvió a reír, esta vez sin tanto ruido.
—A ver, ¿cuántos novios has tenido? —Clara se tomó su tiempo para responder, se sabía acorralada.
—Solo puedo considerar a uno como tal. Pero, sí que he tenido algunas historias no muy largas.
—Ahí lo tienes.
—Eso no quiere decir nada, simplemente estudiar y trabajar no te deja mucho tiempo libre para dedicarte a alguien. Y tampoco es tan fácil encontrar a un hombre con el que congenies y prefiera estar contigo antes que con sus amigotes de fiesta en fiesta.
—Venga Clara, sé honesta. Nadie a tu edad está tan hastiada de los hombres. Mira a tus hermanas, son más jóvenes y ya están a punto de casarse. Hasta tu padre consigue novia después de tantos fracasos.