—No estoy hastiada de ellos, me he acostado con unos cuantos y aún lo hago.—Julia decidió quemar su último cartucho, resignada, para demostrarle que se empecinaba en defender una mentira. Se acercó decidida, pero con delicadeza, apartando el pelo de su nuca y agarrándola suavemente, pero con la firmeza suficiente para que no pudiera esquivar el beso. La reacción de Clara fue completamente diferente, no demostró desagrado ni una leve intención por rehuirla, correspondiéndola y aceptando el beso como si hubiera esperado aquel momento toda la tarde. Julia se separó lentamente comprobando que Clara tenía los ojos cerrados aún y reafirmó su postura sin dejarla reaccionar.
—¿Lo ves? Eres gay. —Clara continuaba negando con sus gestos lo que a esas alturas era más que evidente—. Vamos, reconócelo, te ha gustado el beso, si hasta has cerrado los ojos.
El momento cumbre de aquella escena idílica se vio interrumpido, para desesperación de Julia, por la escandalosa aparición de un Land Rover destartalado y descatalogado ocupado por dos auténticos velillos reconvertidos en macarras de pueblo, que habían sustituido la pachanga por el reguetón a un volumen que habría hecho temblar hasta los cimientos del faro. Las dos jóvenes decidieron a la vez y sin emitir palabra alguna que era hora de dejar aquel sitio y pusieron rumbo hasta el lugar en el que habían dejado aparcada la moto, momento que Julia aprovechó, justo antes de colocarse el casco, para invitar a su amiga, aunque los términos de amistad no estaban definidos en aquel momento, a cenar a la tasca de un amigo suyo, aclarándole que estaba cerca de su casa y que podría irse a dormir a la hora que quisiera. Clara aceptó de forma silenciosa, sin ningún reparo y se alejaron de la costa retomando la misma carretera en sentido "inverso". Entraron en un local que nada tenía que ver con el de hacía algo más de una hora. No era demasiado grande, tenía seis o siete mesas, número razonable para ser atendidas por un único cocinero y un único camarero.