Habían distribuido el espacio ingeniosamente, separando cada mesa por unas finas paredes que no llegaban al techo de bloques de cal, suficiente para ofrecer cierta intimidad sin llegar a resultar agobiantes. Escogieron una mesa al lado de una ventana y, aunque ya se había puesto el sol, sí que se podía observar el mar y el rastro que dibujaba el reflejo de la luna. Julia decidió darle un tiempo a Clara para no atosigarla y dedicó un buen rato a elegir un vino de la zona, ya que ella nunca se había considerado lo suficientemente esnob como para despreciar lo autóctono, dejándola romper el hielo después de probar el vino, intercambiar opiniones con el camarero y pedir la comida.
—Nunca pensé que alguien pudiera creer que yo soy gay.
—Si lo piensas detenidamente no es tan terrible. Seguro que hasta miras a las chicas aunque creas o intentes convencerte de que lo haces por otras razones.
—¿Por comparar? —Julia le sonrió con cierto aire de ventaja, ella ya había pasado por ese trance anteriormente, aunque su experiencia fuera distinta.
—Puede que hasta esa fuera una de las razones para irte a estudiar fuera, aunque tu decisión no fuera consciente.
—¿Crees que he huido? —Julia movió de forma exagerada la cabeza para asentir mientras seguía con su razonamiento.
—Descaradamente además. Lo único que ha ocurrido es que no te has encontrado con la persona adecuada o, tal vez sí, pero no has sabido interpretarlo. Con lo inocente que eres, podría haberte escrito un cartel en letras rojas, pero si no te hubiera besado como yo no te habrías enterado. —¿Tú nunca has pensado en irte de esta isla?
—Sí. De hecho, le sugerí a mi padre montar un local en algún lugar que ofreciera sus vinos entre otras cosas, pero ahora la situación no está como para hacer esa inversión. —La conversación les absorbía tanto que ninguna de las dos reparó en que un hombre moreno se les había acercado con una sonrisa, un tanto lasciva, de oreja a oreja y se había sentado sin pedir permiso en una de las dos sillas que quedaban libres.
—Vaya, vaya, vaya.