—Si tenemos aquí a la tía más guapa de toda la comarca—. Seguido por su amigo, que colocó las copas en la mesa y las llenó de la misma actitud descarada. Parecían haber planeado cuidadosamente su estrategia cuando estaban en la barra, aunque Julia intuía que la idea provenía del primer sujeto ya que parecía conocer a Clara de una forma aparentemente más íntima. —Espero que no les importe que nos hayamos sentado, pero no hay ninguna mesa libre en el local. Así mi amigo no se sentirá tan solo—. El tipo callado le dirigió una sonrisa tan lasciva como la del otro sujeto a Julia, que sintió que todo su vello se erizaba y no precisamente de emoción. Clara, que seguía perpleja, solo acertó a musitar un débil "tengo que ir al baño, perdón", y salió casi corriendo, como quien se despierta de un estado catatónico y ansía recuperar el tiempo perdido.
Por su parte Julia, que se sentía abandonada ante el peligro, trataba de recuperarse de su asombro ante la desfachatez de aquellos dos tipos de tan poco arte interpretativo que ni siquiera habían sido capaces de disimular sus intenciones libidinosas.
—Dime, ¿hace mucho que conoces a Clara?— El grandullón que se había acercado a la mesa primero se llamaba Carlos y le había dirigido la palabra sin demostrar demasiado interés en entablar una conversación. El otro, que la había babeado al presentarse como Felipe, sorbía el vino como si se tratara de un refresco y ya estaba a punto de acabar con la botella.
—Somos vecinas desde la infancia—. Emitió aquella respuesta en un tono áspero y derrochó miradas de asco, sutilezas que fueron ignoradas por aquellos dos auténticos prototipos de orangután. Decidió disculparse para ver como se encontraba Clara y así dejar de respirar aquel aire viciado.