El resto de la noche transcurrió con absoluta normalidad, sin que nadie extrañara la ausencia de aquellos dos hombres. Las dos muchachas abandonaron el local en último lugar tras aceptar la invitación para tomar una botella de vino más con sus dueños. Lo cierto era que Julia se alegraba de haber escogido aquel sitio cerca de su casa porque no habría podido conducir una distancia larga. Clara estaba risueña aún, satisfecha por su pequeña victoria, y se había apoyado en el asiento de la moto dispuesta a alargar un poco la velada.
—Tus amigos son muy agradables. —Julia asentía agarrada al manillar de su moto—. Son pareja, ¿verdad? —Siguió asintiendo con una sonrisa aniñada—. Pues son muy valientes. Más de uno se lo pensaría dos veces antes de vivir abiertamente en pareja en un pueblo.
—En la mayoría de los casos la normalidad empieza por nuestra propia aceptación. —Continuó sonriendo y decidió sentarse a horcajadas mirando a Clara.
—¿Tus padres saben que te gustan las mujeres?
—Desde hace tiempo, sí.
—Yo creo que si le dijera a mi padre algo así le daría un ataque al corazón después de desheredarme, claro.
—Pues es probable, teniendo en cuenta que tus dos hermanas son menor que tú y están a punto de casarse. Le darán nietos de diferentes colores y él se sentirá feliz. —Rieron de forma descontrolada, condicionadas más por el alcohol que habían ingerido que por la ingeniosidad del comentario, hasta que les faltó el aliento, dejando paso al silencio nuevamente. Julia observó a Clara unos instantes. Su belleza no tenía nada que ver con sus hermanas. Aquella serenidad que le caracterizaba sin duda acrecentaba su atractivo. La sorprendió con su mirada directa a los ojos. En esta ocasión la timidez había cambiado de víctima y Julia esperaba sin saber muy bien qué paso dar. Dudó antes de besar a Clara ya que, aunque lo deseara, no era el lugar más apropiado para hacerlo.
Ambas tomaron aquel beso como unas buenas noches anticipadas y se separaron con otro más casto en la mejilla al llegar a casa. Julia entró silbando y sonriente en su casa, despertando a sus padres de la languidez en la que vegetaban aún en la cocina, pero solo su padre se sintió motivado a expresar su extrañeza ante tal demostración de alegría.
—¡Vaya! Vienes muy risueña.
—Ha sido un día hermoso. —Se dejó caer pesadamente en una silla al lado de sus padres.
—¿Has estado con la vecina?
—Sí, la he llevado de paseo. Nos hemos reído bastante. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque las estuvimos buscando un buen rato para pisar las uvas.
—Lo siento. Pero tendrías infinidad de voluntarios, supongo. —Su padre la observó detenidamente, con descaro, consciente de que había ocurrido algo más.
—A ti te ha ocurrido algo más. Lo tienes escrito en la cara. —Julia no dudó al contestar desinhibida en gran parte debido al vino.