—Me he enamorado. —A su padre no le sorprendió aquella respuesta en absoluto. Su madre, sin embargo, la observó con cierto recelo.
—Esa chica no te conviene de ninguna manera. Cuando menos te lo esperes te abandonará y te romperá el corazón. Su familia está muy preocupada por guardar las apariencias.
—No creo que sea por guardar las apariencias, simplemente pasará porque no vive aquí. —¿Vas a seguirla hasta Madrid?
—Pues no me vendrían mal unas vacaciones. —Su madre apartó la mirada con irritación.— Mamá, ¿por qué tienes que hacer un drama de todo? —Su madre salió de la cocina moviendo la cabeza de forma exagerada seguida por su padre que le había prometido que hablaría con ella, convencido de que su preocupación era lógica, ninguna madre desea que sus hijos sufran. Julia los imitó y se metió en la cama, si bien todas las emociones de aquel día y las palabras de su madre rondando en la cabeza le impedían conciliar el sueño.
La duda de que tal vez tuviera razón, que aquella chica estaba más interesada en agradar a su padre que en ser feliz la mantuvo despierta un buen rato más; tiempo suficiente como para que sus sentidos se acostumbraran a la penumbra y al silencio y fuera capaz de percibir un suave toque, roce más bien, en la ventana de su dormitorio. La abrió despacio pensando que tal vez era uno de los gatos que deambulaban por aquella zona en busca de refugio, porque había comenzado a llover ligeramente. Sin embargo, lo que se encontró fue con el rostro mojado de Clara que o bien había caminado durante un largo rato o había permanecido esperando sin cobijarse más tiempo del recomendable, ya que aquella lluvia fina del final del verano terminaba calando hasta los huesos a los imprudentes.
—No podía dormir.
—Yo tampoco. —La metió en la habitación y le dio ropa seca y una toalla para que no enfermara. Julia esperó pacientemente en un discreto rincón hasta que su amiga se le acercó y comprobó que su cabello casi chorreaba aún. La sentó en la cama y comenzó a secarlo con esmero.