A veces le gustaría que no fuera tan obstinada, qué expresará más sus preocupaciones, pero suponía que necesitaba sentirse adulta y tomar sus propias decisiones.
—Prométeme al menos que darás una vuelta por ahí. —Julia asintió con un movimiento de cabeza y sin abrir los ojos.— Y lleva mi coche, que ha refrescado. Julia decidió seguir el consejo de su padre, no en vano le llevaba algunos años de ventaja en experiencia, y puso rumbo calle arriba en su coche. Hacia la mitad de su recorrido comenzó a vislumbrar dos figuras y, aunque la luna y las farolas iluminaban el camino, no pudo asegurar con rotundidad que una de las siluetas era Clara hasta que no estuvo justo a su altura y se vio en la obligación de parar ante la insistencia de sus señas. Le pidió que la llevara a su casa al final de la calle, sintiéndose agradecida de que alguien pasara por allí y no tener que soportar la compañía de aquel sujeto, que Julia reconoció como uno de los jornaleros que habían trabajado en la vendimia el día anterior. Clara se decidió a terminar con el incómodo silencio que se había instalado entre las dos, consciente de que le debía una explicación a su amiga.
—¿Has vendido tu moto?
—No, este es el coche de mi padre. Casi no lo usa, por eso está reluciente.
—Siento no haberme despedido esta mañana, pero dormías tan profundamente que no quise despertarte. Lo cierto es que llamé a tu casa, pero tu madre me dijo que estabas muy ocupada. Después mi padre me retuvo con sus líos de boda. —Julia le restó importancia y paró delante de la casa de sus vecinos. Clara insistió, necesitaba recuperar la complicidad que habían conseguido la noche anterior, incluso en los momentos de silencio.— ¿A dónde vas?
—Pues a un local de ambiente supongo, donde no conozca a nadie preferiblemente y nadie me salude como si me conociera de toda la vida.
—¿No vas a invitarme? ¿Ya no piensas que soy gay? —Julia arqueó una de sus cejas y miró con descaro a Clara.
—¿Crees que podrás resistir tantas mujeres, bueno, algunas no tan mujer, juntas?
—A cualquiera que no sea de mi familia. —Pusieron rumbo a la ilustrísima ciudad universitaria de San Cristóbal de La Laguna, Patrimonio de la Humanidad para más boato y pompa de sus habitantes, sobre todo los de nacimiento, y entraron en uno de los locales de ambiente tras dar multitud de vueltas buscando aparcamiento que escaseaba incluso un jueves como aquel.