Le habló mientras la abrazaba por la espalda, como si intentara que no volviera a escaparse sin una despedida.
—Temí que hubieras huido de nuevo. —Clara se giró para poder abrazarla y besarla.
—Quería preparar el desayuno, pero lo cierto es que solo he sido capaz de encontrar café. Tengo la sospecha de que en esta casa el único que come bien es el gato. Así que mejor nos duchamos y desayunamos por ahí.
Al regresar a casa Gabriel preguntó a su hija cómo lo había pasado, a pesar de que la respuesta era más que obvia a juzgar por la amplia sonrisa que traía dibujada en el rostro, para desesperación de su madre que seguía sin ver el horizonte claro en aquella relación en ciernes. Comió con ellos y se acomodó en la butaca de su dormitorio dispuesta a disfrutar de un libro, aunque consciente de que se dormiría antes de ser capaz de leer un capítulo. La despertó el murmullo de voces lejanas que saludaban y se despedían casi a un tiempo, el sonido de la puerta cerrarse y el motor del coche de su padre alejándose calle arriba. Probablemente no volverían hasta la madrugada como cada viernes. Antes de que el sonido del Peugeot de su padre se hiciera imperceptible, la sonrisa de Clara apareció tras la puerta de la habitación.
Sus movimientos al acercarse delataban la confianza recién adquirida, trasmitiendo por el corto recorrido el mensaje de sus padres de que no los esperara despierta.
—Eso quiere decir que... —Clara la interrumpió.
—Que estamos solas. —Se sentó sobre las rodillas de Julia y se dejó acariciar el cabello.
Pasó algún tiempo antes de que esta última se aventurara a inquirir por sus pensamientos, que comenzó a desgranar de forma lenta, en un tono de voz casi inaudible, como si hablara para sí misma, como la suavidad de sus manos dibujando su rostro.
—Pensaba en lo curioso que es el destino a veces. En menos de cuarenta y ocho horas me he enterado de que me gustan las mujeres y me he enamorado de una. —Julia sintió una punzada en el pecho consciente de que el amor que aquella joven pudiera sentir por ella no sería suficiente como para retenerla a su lado. Aun así guardó silencio. Se dejó arrastrar dócilmente hasta la cama, desnudar, besar y acariciar, hasta terminar enredadas de nuevo sin nada que separara sus pieles desnudas, revelando sus pensamientos con voz jadeante.
—Tengo que confesarte algo.