Vino

19

—Me gustaría llevarte yo. —Clara le dirigió una mirada ensombrecida.

—Prefiero despedirme aquí, no quiero alargar la tristeza del adiós. —Hizo una pausa, la abrazó, la besó en la mejilla y empezó a susurrarle al oído—. Escucha, no habrá más hombres, pero tampoco habrá otra mujer, ¿comprendes?, solo te quiero a ti y quiero que acudas a mí cuando te hayas decidido a hacerlo. Solamente me sirve tu amor, la forma en que me tocas, la forma en que me amas. No voy a permitir que renuncies a mí por una maldita parra. —Se retiró ligeramente y puso sus dedos sobre los labios de Julia impidiéndole emitir una sola palabra que contradijera sus deseos y los besó sin importarle que su padre pudiera verla desde el coche. Julia se sintió reconfortada por la valentía de aquella mujer que se alejaba senda arriba y que salió de su vida con un ligero movimiento de mano, al tiempo que se dejaba consolar por el abrazo de su padre mientras la imagen del coche se iba disipando. Caminaron en silencio hacia la entrada de la casa, Gabriel con una idea en la cabeza, Julia con una imagen borrosa que atenazaba su garganta.

—Escucha hija, no puedo seguir haciéndote responsable en algo de lo que tenía que haberme ocupado yo. —Julia observó extrañada a su padre, pero permaneció en silencio y lo dejó terminar sus frases—. Dime, ¿eres capaz de preparar tu maleta en diez minutos?

—¿A dónde quieres ir a parar papá?

—Quiero que aproveches tu dinero, tu juventud y te largues con esa chica, que hagas tu vida. Y sé que si no te empujo yo, no lo harás. Y si no lo haces, no me lo perdonaré en la vida. Así que te espero en diez minutos en el coche para llevarte al aeropuerto. Y no quiero pretextos ni recelos absurdos. —Su padre debía sufrir un ataque transitorio de locura, pero no iba a llevarle la contraria, estaba lo suficientemente apenada en tan solo cinco minutos de ausencia de Clara que no tenía fuerzas para hacerlo. Daba vueltas por la habitación tirando cosas e intentando decidir qué llevar en la maleta. Sabía que metiera lo que metiera iba a llevarse cosas que no le serían útiles, pero tampoco tenía tiempo ni claridad mental como para decidir acertadamente. La cerró, bajó la escalera corriendo, buscó a su madre sin éxito y metió la maleta en el maletero.

     Su padre, como si fuera capaz de leerle el pensamiento, puso rumbo al aeropuerto y le comunicó que él la despediría de su madre cuando volviera de sus recados. Julia no había visto a nadie subir aquella cuesta a tanta velocidad en su vida, menos a su padre que nunca pasaba de cuarenta por allí. Llegaron con el tiempo justo de comprar un billete, facturar, darse dos besos y un abrazo de despedida y de sufrir un nuevo y último empujón.

—Ve a buscarla.

     Pasó el control de seguridad y se dirigió a la puerta de embarque, buscando entre la multitud a Clara. Allí estaba, la cabeza agachada, tan inmersa en su lectura que ni se percató de que alguien se sentaba a su lado. Respiró hondo y pronunció un débil hola. La muchacha levantó la vista al instante al reconocer aquella voz, sorprendida y satisfecha.

—¡Vaya! Te has decidido antes de lo que esperaba.

—En realidad ha sido mi padre que siempre llora al final de las comedias románticas.

     Clara nunca dejaría de agradecer aquel bendito sentimentalismo, pero no se sintió segura de que aquello no era un sueño hasta que el avión aterrizó y recogieron el equipaje.

FIN.



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En el texto hay: romance, drama, lgbt

Editado: 12.12.2019

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