Vino Púrpura

I

“El genio vive solamente un piso por encima de la locura.”

Arthur Schopenhauer,  “Parerga y Paralipómenos: Escritos filosóficos menores.”

       Tengo el mismo sueño todas las noches, estoy en una habitación oscura recostada en una cama mientras están todos a mí alrededor, riendo fuertemente, todos y cada uno de ellos mofándose de mí, sé que los conozco pero nunca distingo sus rostros ya que siempre se encuentran borrosos, esa mañana sentí como sacudían la cama, – ¡váyanse! ¡Déjenme en paz! Grite un par de veces hasta despertar, voltee para los lados mientras mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho, temblé al sentir las gotas sudorosas pintando mi cuerpo, cubrí mis ojos con las palmas de mis manos para luego postrarme sobre mis rodillas y llorar en silencio.

 

¡Maldita sea la luz de la mañana! Era tan sublime y tan correosa, después de calmarme me dirigí a la cocina para preparar el desayuno y sentía como si hubiese estado bebiendo alcohol la noche anterior ¿resaca? maldita resaca, maldita sea la resaca que tenía estando sobria, una sobriedad que me había rebatado veinticinco años, ¿pero cómo era posible? jamás en mi vida he bebido y mucho menos he estado en un bar. De regreso ya en cama nuevamente y sin ánimos escucho mi teléfono, el cual  no quise atender; no me importo ya que de todos modos la contestadora lo haría por mí. –Hola, pequeña –escuche una voz delicada a través de la bocina–.  Quizás, no querrás saber nada de mí pero quería hablarte. –sus tartamudeos dibujaron una breve sonrisa en mi rostro, la cual borro con suma facilidad cuando agrego que esperaba ver mi frío corazón detrás de la madera de un ataúd.

                Comenzó de forma tan armoniosa para terminar con un estruendo, aquella voz fue triste, suave pero a su vez áspera, ¿Quién podría ser? ¿Quién era? ¿Fue una amenaza? ¿Por qué? –Eres una inútil –exclamaba una voz en mi mente.

         –Entonces –dijo aquella chica-.  ¿Quién eres?  –preguntó riendo mientras nuestros labios se unían haciendo juego con mis jadeos mañaneros. Aquella imagen había nublado mis pensamientos  no sabía si se trataba de una fantasía o un recuerdo. Tantas cosas fueron propiciándome dolor de cabeza, no pude distinguir entre la realidad y la ficción, alucinaba con una bella mujer mientras alguna voz me hacía sentir insuficiente y no pude dejar de pensar en la pregunta que la joven me había hecho y que aun así quería responder pese a estar en medio de mis jadeos, sucios y tórridos jadeos que hacían coro con mi polvorienta transpiración por mi acto de masturbación, y tan solo era el comienzo de otro día más de mi vida y ya mis manos habían disfrutado un comienzo sublime con la luz de la mañana y el rostro de esa mujer.

        La húmeda neblina matutina me haría perder la noción del tiempo. ¡Demonios! Llegaría tarde una vez más para la editorial. Mi jefe es una buena persona y alguien que me aprecia demasiado pero aun así no tenía por qué subestimarlo llegando siempre tarde, a fin de cuentas sigue siendo mi jefe.

–Vaya, bienvenida –dijo al verme entrar–,  ¿mucho tráfico? –lo dijo con gran amabilidad al notarme cabizbaja.

–Demasiado –dije riendo avergonzada.

–Te espero en mi oficina.

     

              Podía escuchar mi despido al cerrarse la puerta de su oficina, parece que había llegado el momento de preparar mis maletas.  Me sentía frágil pensé que esta vez vería su lado más duro. Habría colmado la paciencia de este buen hombre llegando tarde a trabajar desde que me contrato, mi ineptitud debía ser compensada con un despido o por lo menos con unas fuertes palabras.

– ¿De dónde eres? –dijo sonriente mientras encendía un puro.

–San Diego –mentí.

Mientras él solo volvía a sonreír, definitivamente era un hombre excepcional podía sentir una figura paterna cuidando mis pasos tan sigilosamente. ¿Dónde está el reclamo? ¿Y el despido? ¿Y La ira? ¿Acaso excede sus límites de bondad conmigo?

–No  –me reto.

–Venezuela, señor  –respondí.

–Hay muchos de los tuyos en el mundo  –musitó sirviéndose  un escocés.

–Lo lamento –murmuré. Todavía sin poder verlo a los ojos, empuñando mis manos sobre mis rodillas, mientras me sentía incomoda al estar en aquella silla de cuero.

Él solo rio a carcajadas.

 

– ¿Por qué?  –Pregunto ofreciéndome un vaso con escocés-. No hay nada que lamentar pequeña, el mundo es muy grande y cabemos todos.

Con él había aprendido un poco acerca de la libertad, aun cuando eres un empleado con un sueldo bajo, con ninguna o pocas aspiraciones puedes ser alguien libre sin presiones, sin asfixiarse con el mundo de acero en el que vivimos, todos somos aves enjauladas pero con una mano amiga que pueda abrirla, podríamos volar todo lo que queramos.

        

          Al final solo fueron mis temores los que me sermonearon durante mi estadía en su oficina y él solo término chocando su vaso con el mío para luego sacarme de ahí abrazándome con fuerza. –Vuelve al trabajo, jovencita.  –Este señor era tan impredecible como buena persona. No me despidió, otro día más de gran amabilidad de su parte solo que esta vez quiso saber de mi proveniencia y así de fácil lo supo, solo no sabía por qué. –Perdedora –murmuraron en mi oído-.  Hacía tiempo que escuchaba estas voces y no dejaba de preguntarme a mí misma. ¿Qué podría tratarse? ¿Eran ángeles? ¿Eran demonios? ¿Mi consciencia?




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