Vino Púrpura

II

“Lo que la gente comúnmente llama destino es, por regla general,

Nada más que su propia conducta estúpida y tonta.”

 

Arthur Schopenhauer,

“Parerga y Paralipómenos: Escritos filosóficos menores.”

 

           Ácido, así estuve sintiendo mi existencia llevando consigo un corazón destruido. Solía preguntarme a diario ¿a qué se debía tanta tristeza? Siempre fui tan incapaz de sonreír o de disfrutar las cosas.

            Así que decidí salir de la cama ese sábado, llame a mi vecina que ya se encontraba esperándome fuera de mi departamento, nunca lo olvidare, por primera vez estaba en un club, me embriague lo suficiente como para ver el cantinero como el hombre más hermoso del lugar ¿del lugar? quise decir del mundo, pude sentir la suavidad de las luces sobre mi piel húmeda, las luces vestían y desvestían mis impurezas mientras caían ante mí como gotas de lluvia.

            – ¿Lo estás disfrutando? –preguntó.

            –Como si no hubiera un mañana. –respondí sonriente mientras ambas bailábamos chocando nuestras espaldas.

            – ¿Cuál es tu nombre? –le pregunte al terminar yendo hacia una mesa.

            –Yo soy… yo. –dijo.

            – ¡Vamos! Dime tu nombre. –insistí.

            –Por las mañanas nadie puede verme. –Explicó–, porque soy inalcanzable, irradio luz pero nunca de día, me aparezco de noche y siempre ahí… –bebió– te hago compañía, puedes llamarme como quieras pero prefiero solo me digas, amiga.

            –Estás hablando en acertijo. –dije.

            – ¿Y quién soy?

             –La luna. –respondí sarcástica soltando una carcajada a punto de derramar mi bebida. Seguido de eso continuamos nuestra travesía en la pista de baile, sentía que era la única chica en el mundo y en medio de las luces termine en la nada, una habitación oscura, luces lloviznando sobre mí y solo continuaba bailando como si mi alma fuera a salirse de mi cuerpo.

–Mamá –dijo una niña en medio de la pista.

– ¿Qué haces aquí, pequeña? –dije acercándome a ella-. ¿Y tú mamá? –la sostuve y nadie parecía verla ya que todos seguían bailando.

–Aquí está –me señaló.

        ¿Yo? ¿Cómo podía serlo? Debía tratarse de una ilusión, tan solo eran secuelas del alcohol. Volví mi mirada hacía la niña pero ya no estaba mientras me encontraba de rodillas en el suelo, mi cuerpo estaba inmóvil a mitad de la pista. Poco después salí del lugar, esta vez volvería sola a casa ya que mi vecina no se encontraba por ninguna parte, erguí un poco la cabeza para contemplar la luna y soltar una sonrisa al pensarla. –hola, amiga –musité contemplando el cielo y llevando mi mano hacía ella, esperando poder tomarla, luego solo continúe caminando, mi mente estaba nublada y mis piernas apenas podían sostenerse se fueron las  horas antes de pasar un auto, las calles estaban vacías y oscuras, temí por un momento y justo cuando por fin consigo detener un taxi, una bella mujer posiblemente de mi edad, apareció de la nada pidiéndome que lo compartiéramos, y yo acepte.

–Que bella se ve la noche –murmuró viendo hacia la ventana.

–Sí, lo es.

– ¿Eres de aquí? –Dijo viéndome a través del reflejo de la ventana-.  Nunca te había visto. –sonrió.

          ¿Acaso estaría feliz de conocerme? No pude dejar de verla, el tiempo se nos hizo interminable entre el choque de nuestras miradas; después de eso no volvimos a cruzar más palabras solo viajamos en silencio, yo tan tímida y ella tan dulcemente contemplando las estrellas, las cuales empañaban aquellos ojos azules aperlados, su tez blanca, cabello de hebras doradas y largo como el de los cuentos de hadas, me trajo calma su presencia pero algo en mí incitaba a más. –Bésala –me tentaba una voz en mi mente. Desconozco estos deseos, moría de ganas de poder cumplir el capricho de una de esas voces. –Bésala –decían al unísono cada que ella me robaba una mirada, me obsequiaba una sonrisa o sus dedos rosaban con los míos.

–Aquí me quedo –dijo con su mano en la puerta-. Descansa, pequeña.  –Musitó robándome un beso.

       Había sido ella quien obedeciera a las voces, dejándome sin aliento con ese beso. Imposible olvidar aquellos suaves labios que me adormecieron.

–Buenas noches. –Tartamudee.

En el camino solo iba pensando en ella mientras acariciaba mis labios con las yemas de mis dedos.

 

 

             Poco después volvieron los susurros, nunca cesaban; los malditos disfrutaban hacerme sentir miserable, era un hecho, me había vuelto loca. La mañana siguiente desperté sintiéndome bien, era extraño pero había despertado sin resaca y con mucha energía. Me preparé el desayuno, algo muy americano, algunos huevos, tocino y panqueques. Había olvidado lo que era cocinar y más aún el sabor de la comida hecha en casa, casi siempre terminaba comiendo cereal por las mañanas. El primer bocado me supo a gloria hasta que el primer sorbo de café trajo consigo los rezos de una anciana.

 

Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre... perdónanos, así como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.




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