“Abandonen toda esperanza aquellos que entren aquí.”
Dante Alighieri, “La Divina Comedia.”
Desperté con el sonido de un líquido cayendo cerca de mí. – ¿Vino? –dijo acercándomelo–. Ahí estaba sobre mi mesa de noche con sus piernas cruzadas, sorbiendo el vino de forma lujuriosa, disfrutaba ser una tentación, resulto ser un gran atributo de su maquiavélica personalidad.
–No me mires así. –musitó sonriente sirviéndose mas.
–Disculpa, aun no me acostumbro.
–Después de esto, lo harás –dijo sirviéndome una copa.
Cada tela de ese extraño vino iba volviéndose púrpura y pude sentir como su sonrisa engañosa se deslizaba sobre mí, si no era el Diablo posiblemente era uno de sus demonios que se había escapado para jugar.
–Ya deja de creer que vengo del infierno.
– ¿Disculpa? –exclamé.
–Sé que piensas, imbécil –sonrió–. Soy tu, te lo dije. –agregó acercando la copa a mi rostro. – Ahora, bébelo.
–No lo tomare.
–Verás a Dios al tomarlo.
–Déjame. –exclamé golpeando su brazo.
– Vamos querida, seamos una sola–dijo tomando mis mejillas con mucha fuerza hasta abrir mi boca, obligándome así a beber de su extraño néctar púrpura.
¿Qué si vi a Dios? No lo sé, tal vez lo vi pero no lo recuerdo y tampoco tengo nociones de haber visto el Diablo. No hubo infierno, tampoco hubo un cielo que apreciar solo se nublo mi mente y después de ese momento algo cambio en mí.
Las cicatrices se volvieron permanentes, ahí estaban esas horribles palabras que frustraban mi existencia y ahora si habían desaparecido los susurros era algo obvia su desaparición ya que las malditas palabras pintaban mi pálida y huesuda carne. El sol cayó aquella caliente tarde pero mi cuerpo estaba helado; pude sentir un hedor a muerte a mí alrededor, un hedor peculiar de cerezas putrefactas y nuevamente entre mis piernas pálidas y desnudas se encontraba otra trinitaria.
–Amanda –dijo el detective molesto por robarle gran parte de su tiempo. –muy linda tu historia pero ya es hora de confesar. –explico deshaciéndose de la colilla de su cigarrillo.
–Detective. –exclame fría viéndolo con desprecio.
–Dime, Amanda.
–Enamórese de su yo interior. –respondí con sonrisa burlona.
El detective disgustado por mi comportamiento se dirigió hacia la otra habitación que se encontraba detrás del ventanal de la sala de confesiones.
– ¿Tiene algo detective?
–Además de una lunática desesperada por atención, no tengo nada.
–Asegura que Tessa y ella son la misma persona.
–Como dije, lunática.
El detective había vuelto con su compañero y dos tazas de café, me ofreció una, la tome como si fuera Tessa.
– ¿Era Tessa la chica que te beso esa noche en el club?
–No, señor. –Agregué– es imposible besarse consigo mismo.
– ¿Qué sucedió con ella?
– ¿Con la chica o con Tessa?
–Tu dinos, Amanda. –sonrió encendiendo otro cigarrillo.
Después de vernos esa noche, cada viernes al salir del trabajo siempre nos encontrábamos, al comienzo solo me pareció una linda sorpresa, luego fue volviéndose en una extraña recurrencia, siempre me mentía aunque no me importaba ya que amaba estar con ella. Me gustaba que robara parte de mi tiempo.
– ¿La amaste? –Dijo confundido el detective–. Son fuertes declaraciones. –Agregó derramando algo de su café.
–Dije que amaba estar con ella.
– ¿Se encuentra con vida?
–Al igual que cualquiera que me haya abandonado, lo está.
–Entonces el crimen está en que te amen.
–No. –dije molesta golpeando la mesa.
Él rió débilmente.
Era difícil borrar el recuerdo de la mujer que me beso ese sábado y aunque amara su presencia fue convirtiéndose en mi colapso existencial, me había vuelto adicta a ella, me volví dependiente a su sonrisa; era feliz con su alegría pero siempre al estar juntas podía escuchar la risa burlona de Tessa revoloteando por mis oídos. Podría tratarse de alguna aliada de ella pero no me importaba, era feliz estando a su lado. En mi vida solo llegue a sentirme así una vez con una mujer, estaba en la secundaria, era hermosa, cabello negro, ojos cafés, anteojos, risueña, alegre, pero nunca me correspondió con el mismo sentimiento. Después de tantos años había vuelto a sentir aquello que creía muerto en mí, era una mujer al igual que todas pero a su vez era como ninguna. Cada viernes era magnifico, me tomaba de la mano, jugaba con mi cabello, se reía de mis chistes malos y nos conocíamos cada vez más, los viernes eran gloriosos solo por tenerla a ella haciéndome compañía.