Vino Púrpura

V

“El hombre está condenado a ser libre.”

Jean-Paul Sartre, “El Existencialismo es un Humanismo.”

 

 

          Esa hermosa chica siempre coincidía con mi horario, todos los viernes nos encontrábamos al salir de la editorial. El primer viernes que la vi fue especial, el viento soplaba con fuerza y aquel vestido celeste vestía la calle con cada hebra que ondeaba, se dibujaba de forma sutil un camino de ensueño hacia mí al verla voltear para verme.

–Hola, extraña.

–Hola, desconocida.

– ¿Qué haces aquí?

– ¿Yo? Acabo de terminar de trabajar, ¿Qué haces tú aquí?

–Esperaba por mi hermana – dijo alegre, creo que nunca llegue a notarle tristeza en sus ojos. –pero creo que la perra me dejo plantada.

– ¿Con esa boca me besaste aquella noche?

–Sí. –exclamó sonriente a punto de repetir la ocasión pero su hermana nos robó lo que pudo ser hermosa una escena que proclamaba el amor.

Rió de manera majestuosa mientras el sol hacia juego con sus ojos verdes. No soy homosexual pero tampoco estoy segura de lo que no lo sea, creo que nunca sabré lo que soy realmente.

– ¿Segura que eres virgen? –me cuestionaba el detective.

–La última vez que revise aun lo era.

– ¿Te conservas para el matrimonio? ¿Algún príncipe azul?

–No creo en esas cosas.

– ¿Y porque seguir virgen?

–Porque esperaba por alguien a quien amar y que me amara.

–Eres toda una romántica.

–Detective –expliqué–. Toda mi vida todos se alejaron de mí, todo el mundo y ya para mi adultez tuve la responsabilidad de cuidar a mi madre enferma sin poder salir de casa, tengo suerte de haber emigrado y tener trabajo después de todo.

– ¿Y porque arruinarlo?

–No lo sé. –musite. –pero no fui yo, fue ella.

–Ah claro, siempre culpan a las víctimas. –fue sarcástico. – ¿Me permitirías hablar con Tessa?

–Me gustaría pero no aparece.

–Me pregunto porque –dijo.

–No se haga el listo, detective.

–La que no debe hacerse la lista eres tú, Amanda.

 

            El detective salió después de que un oficial lo buscara dejándome con el incompetente de su compañero que no dejaba de comer, era su cuarta caja de donas y aun no culminaba la mañana. Comencé a dudar de todo incluso de salir ilesa de las garras de la justicia que no entenderían mi caso, esto iba más allá de todo racionamiento humano, era difícil de entender pero así había sido todo, el vino púrpura fue la antesala de un viaje hacia lo desconocido donde el objetivo era ser una con mi otra versión.

–Mire, detective –dijo el oficial entregándole unos papeles.

–Interesante.

– ¿La dejaremos ir?

–No, todavía no.

 

Él rió con entusiasmo.

 

                Y ahí estábamos una vez más de frente, él no dejaba de sonreír se encontraba satisfacción en su sonrisa, era dulce pero amarga y con esa misma frecuencia pude ver mi vida pasar tras de cada molar.

             –Te decía lunática en broma pero estos papeles lo confirman –exclamo arrojándolos hacia mí.

            – ¿Qué es esto?

            –Tú misma lo dijiste, pasaste años cuidando de tu madre enferma, enferma de esquizofrenia según este informe además de haber encontrado historiales de otros parientes con enfermedades mentales.

            – ¿Qué insinúa?

             – ¿Qué insinuó? Es imposible vivir solo con alguien así y no enfermar además de que tienes herencia, lo llevas en los genes.

            –No estoy loca.

            –Sabes esto podría salvarte de pasar años en prisión así que mejor cambia tus respuestas o dinos que paso con Tessa. Solo pude llorar después de eso, cabizbaja termine explicando lo sucedido con el vino púrpura.

            –Está bien, –dije– hablaré.

            –Chica obediente.

            –Yo la maté –murmuré.

  

         Así termine escribiendo mi historia ante la policía para luego ser trasladada a un hospital psiquiátrico, en el camino pude ver las calles de San Francisco revistiendo las calles de Nueva York, aun dentro pude sentir la suave brisa sobre mi rostro, las calles se despedían de mí. Me bajaron de la patrulla bruscamente y con prisa evitaron  que la multitud, las personas de los noticieros y civiles se nos acercaran. –Adiós, amiga –escuche débilmente entre ese puñado de gente. Observe a mi alrededor y sin encontrarla grite su nombre un par de veces hasta que pude verla, Eliza estaba postrada en la puerta y con su mano se despedía.




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