Vino Y Miel (gay)

PRÓLOGO

—Hola, León, mi amor —murmuró Noah sentándose—. Te traje flores. Sé que te gustan los lirios así que compre los más hermosos que tenían en la tienda. Te pensé todo el día de ayer. Te pensé todo el día de hoy y ya no lo soporté. Decidí venir a verte —sus manos temblaban con cada palabra—. Mi semana no ha sido tan interesante... Salí a pasear un rato, cocine nuevas recetas e hice pastel por primera vez en mucho tiempo. Lo vendí para poder comprar esto —enseñó el ramo con orgullo—. Valió la pena ¿Sabes? No podía venir sin traerte nada... pero... maldita sea...

En los pocos segundos que logró mentirse a sí mismo con que era feliz, la voz de Noah fue tranquila. Pero al ver al epitafio nombrar al amor de su vida, volvió a quebrarse. Lanzó las flores a un lado. Tomó la llave de su colgante. Sacó su cajetilla de cigarrillos y tras quemarse varias veces los dedos para encender uno, lo logró.
Quería morir en ese instante. El sabor hizo que se estremeciera. Nada era más placentero para su garganta que sentir el humo recorrerlo. Lo ponía feliz. Era un sentimiento de calor que hacía mucho tiempo que no sentía. Exhaló con fuerza antes de echarse a reír de sí mismo y de su debilidad.

—Odio mi vida —murmuró—. Odio tener que vivir. Odio a mi hermana. Odio a mi padre. Odio a la gente. Odio todo lo que se mueve. Odio estar aquí... Especialmente si no es contigo —gruñó— ¿Puedes decirme de qué sirve seguir vivo si no puedo verte? ¿Puedes decirme por qué me abandonaste? ¿Puedes decir algo siquiera?

El silencio fue sepulcral. No le tomó mucho tiempo saber que aquello había vuelto a romperle el corazón en mil pedazos. Aquellos trozos se incendiaban en su interior haciéndolo sudar. Estaba enojado. Realmente furioso. Fue entonces que reclamó:

—¿Crees poder decirme que me amas, León...?

Lágrimas heladas rodaron por sus mejillas con la intención de cortar su piel. Mordió su labio con fuerza antes de darle una probada más al cigarrillo. Como cada vez que iba, volvió a soltar sus pensamientos. No podía hablar con nadie. Solo el amor de su vida lo entendería. No importaba si estaba muerto o no.

—¿Crees que pueda ser feliz de una buena vez? Estoy harto de todo esto. Quiero ser feliz y no lo soy. Quiero alguien que me abrace y que pueda sentir el maldito calor del amor. Quiero poder soñar y reír ¿Qué no puedes hacer nada para enviarme a alguien así?

Estaba furioso, pero el momento en el que se dio cuenta de que no estaba bien lo que decía, cambió por completo sus palabras.

—¿No puedes hacer nada para volver y darme un último abrazo...?

Con gran dolor en el pecho y un deseo irremediable de ser querido de la manera correcta, dejó todo arreglado antes de volver a casa. Sus pesadillas se volvían realidad cuando caminaba por aquel lugar. Podía ver en todos lados un punto en el que había sido golpeado por su padre o por su hermana. Se sentía decepcionado de dejar que le hicieran todo lo que les daba la gana. Agachó la cabeza antes de subir sabiendo que no podía hacer nada en contra de ellos.
Al día siguiente llegó temprano a la universidad para comenzar un nuevo semestre. Estaba tan enojado con todo el mundo, que el aura que emanaba se convirtió en un efectivo repelente humano. Alejaba a todo el que quería sentarse cerca, a todos menos uno.
Alexander entró por la puerta principal del salón, saludo a todo el mundo y acercándose al chico de cabello claro quien intentaba evitar contacto visual, se lanzó a darle un fuerte abrazo que lo dejó sin aire. No le dio la oportunidad de moverse ni un centímetro.

—¡¿Qué mierda haces, Allamand?! —gritó con odio.
—¡Solo quiero abrazarte! ¡Sabes que no vas a poder soltarte! ¡Quédate quieto! ¡Todo estará bien! ¡No nos hemos visto en mucho tiempo! ¡No puedes negar que me extrañaste!

Causándole una risa que tuvo que esconder para no ser visto, Noah se sonrojó al sentir el verdadero calor que había buscado por casi dos meses seguidos. Cerró sus ojos y lo disfruto unos cuantos segundos antes de darse cuenta lo peligroso que era. Viraron sus rostros al mismo tiempo y sus narices chocaron haciendo a asustar a Noah de tal manera que sin medir su fuerza, lo empujó. Sabía que no debía dejar que se le acercara tanto. No debía jamás dejar que se acercara así en clase. No podía hacerlo. Le asustaba hacerlo. No quería terminar gustando de aquellas situaciones incómodas. Era solo su amigo. No podían ser nada más. Tampoco quería serlo. Apretó los dientes y viró el rostro. Se había sentido tan reconfortante ese abrazo que quiso repetirlo, pero que aquel final sorpresa se repitiera, lo aterraba.

Pocos segundos después se retractó de todo al escuchar la voz de una mujer acercarse a Alex y el reconocible sonido de los besuqueos inundó su cabeza. Regresó a verlos para reclamarles. Pero su supuesta integridad se hizo trizas en el momento en el que él deseo ser al que estuvieran besando de aquella manera. Decidida y candente. Agarrando sus cabellos con fuerza y sosteniendolo con delicadeza.
Recordó vagamente lo que había dicho la noche anterior en el cementerio. Un abrazo reconfortante y caluroso. Era lo mismo que había sentido en ese instante. Cuál inocente, imagino lo que podría ocurrir si es que pasaba algo con Alex. Un dulce beso. Otro abrazo como esos. Ciertos toques prohibidos. El roce de sus pieles. Sonrió sintiendo que parecía un adolescente idiota. Quiso olvidarlo por su cuenta, más fue obligado por otro cuando escuchó a su pareja entrar por la puerta y gritar con una sonrisa.

—¡Empezaremos en unos cuantos minutos! ¡Preparen todo! ¡Feliz inicio de semestre, chicos!

Noah no pudo ignorarlo.
Se había olvidado lo increíble que se veía su novio cuando usaba el traje de maestro de universidad. Pero no se había olvidado la razón por la cual estaba a punto de terminar toda relación con él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.