Pareciera que fue ayer cuando el General me encontró entre los cuerpos ya sin vida de las víctimas de la explosión. La cuarta guerra oriental ya había terminado, pero esa última bomba ya venía en camino y nadie además de mi pudo salvarse.
Me saco de entre ellos, con el cuerpo lleno de heridas y totalmente asustada. Aún recuerdo nítidamente su mano frente a mis ojos invitándome a salir de ahí, recuerdo que no me dijo ni una sola palabra, por el contrario, su silencio era tan reconfortante y su mirada tan cálida... que me olvide de todo por un instante y el olor a cadáver y carne quemada, a escombro, desapareció.
El General lideraba un pequeño grupo de sobrevivientes en la región del este, apenas los necesarios para no causar conflictos y poder racionar la comida correctamente. Aun hoy desconozco el porqué de su invitación para quedarme con ellos, y probablemente nunca lo descubriría.
Antes de que todo esto sucediera, yo era una chica de segunda clase, pertenecía a un pequeño porcentaje de población afortunada con una riqueza tan grande que solo los políticos más influyentes u otros empresarios superaban. Mis padres eran dueños de grandes empresas y eso nos había posicionado en la cima, y aun cuando la guerra inicio, grandes muros me separaban de los problemas. Parecía ser una fortaleza impenetrable en las lejanías. Sin embargo, una tarde decidí salir de mi fortaleza, yo desconocía lo que sucedía y me aventuré a las afueras. Fue en aquel momento cuando cayó la bomba, cuando el mundo acabo.
Yo misma pude haber muerto pues no sabía sobrevivir, pero el General lo evitó. Tal vez por ello le profesaba un amor tan profundo. O tal vez porque era el primer hombre que conocía en mi vida.
El grupo se movía rápidamente de un pueblo a otro, en ocasiones solo buscábamos comida o un lugar para pasar la noche, pero siempre buscábamos adentrarnos en el bosque y buscar una cueva, algún refugio alejado de los escombros y los cadáveres. No solíamos encontrar sobrevivientes, él siempre decía que no había espacio para uno más y seguíamos nuestro camino como si nada importara.
Cuando caía la noche, el General venía a sentarse a mi lado y mirábamos las estrellas, me explicaba cada detalle sobre ellas y me contaba historias maravillosas del mundo. Él siempre había viajado mucho, era un chico pobre, un artista que vivía en el Viejo Mundo de vender pinturas de los ríos y las personas. Me hablaba de una ciudad sumergida en el agua donde antes viajaban en lanchas y alguien tocaba canciones sencillas y cargadas de sentimientos, de una estructura de metal más grande que un edificio con jardines llenos de rosas en sus alrededores... y me hablaba del Nuevo Mundo, lleno de selvas, de animales salvajes y unas cascadas asombrosas, tan brillantes como el fuego por las tardes y con un aroma parecido a la tranquilidad, decía que el agua era helada y golpeaban con tal fuerza que te quitaban cualquier preocupación de los hombros, que te hacían olvidar hasta el más mínimo detalle de tu existencia. El General llegó aquí después de haber ido al desierto, decía que había bebido sus lágrimas y había caído en los engaños de las sirenas de tierra, aquellas alucinaciones con lugares hermosos.
- ¿Por qué quiso venir aquí?
- ¿Es broma, acaso? Este es un lugar casi tan mágico como la vida misma, aquí nacen las estrellas más brillantes, los deseos se hacen realidad, y dicen que hay una serpiente de piedra no muy lejos, al sur.
- ¿Iras al sur? - el invierno ya había comenzado en aquellos días y sin ropa adecuada, moriríamos de frio, congelados por la nieve.
-No aun, no desesperes.
Claro que yo sabía de aquello, pero jamás lo había visto, y me lo contaba como si fuera mágico, me hacía olvidarme de todo.
Pronto llegamos a costa, encontramos un barco en óptimas condiciones y el General lo convirtió en el Galeón Stravaganzza.
Nos aventuramos al mar, pasamos tormentas, huracanes fatales y días tranquilos. Las noches en el barco era muy diferentes a pasarlas en tierra. El movimiento era tal que me dejaba sin poder salir del espacio que el General decidió que fuera nuestro camarote. Cada noche, el venía a mí, nos volvíamos uno mismo y me cantaba las historias antiguas del mar, del kraken y sirenas llenas de joyas hasta que caía en un sueño profundo del que no despertaba hasta la noche siguiente.
Me habría encantado seguir así por la eternidad, pero pronto llegamos a donde el General quería. Dijo que, en algún momento de la historia, aquel lugar había estado lleno de luces y de vida. Me hablo del teatro, la ropa, la música; parecía ser la región más increíble y civilizada de todo el mundo.
-Necesito que cuides el barco. - me dijo cuando bajábamos a tierra.
-Pero quiero ir contigo.
-No puedes, debes quedarte aquí.
Sin más que decir, acepte cuidar el barco. Como agradecimiento, me entrego un cuchillo de hoja afilada para defenderme. Dijo que estaba lista y que pusiera atención a mis movimientos, sabía que yo era torpe y algo miope.
Los vi marcharse al atardecer, me dejaron comida y un arma cargada. Pero no me dijeron a donde se dirigían. Yo debía quedarme en el barco, pero al segundo día de haber permanecido ahí, decidí bajar y deambular por el lugar.
Había casas y un edificio. Todo vacío y sin supervivientes.