Estaba algo agitada, había corrido toda la cuadra como unas siete veces, era una forma de mantener mi cerebro ocupado y que este no quisiera traer a mis ¨Visitantes¨ tan temprano.
Todo eso fue en vano, desde que cruzo la puerta lo primero que logro ver es al chico de cabello verde que siempre está rondando en mi cocina, bufo e ignoro por completo que está allí tratando de preparar un sándwich, subo las escaleras hacia mi habitación para tratar de asearme.
Estoy acostumbrada a todas las alucinaciones que mi cerebro crea, tengo veinte tres años, todo comenzó cuando tenía trece, llegue a casa asustada porque había visto a unas personas con cabezas de animales, me llamaron loca, incluso visite varios centros de salud mental. Terminaron dándose cuenta que no tenía que ver con problemas mentales. Descartaron cualquier enfermedad que podría tildarme como enferma mental.
A los dieciocho fui diagnosticada con SCB, o mejor conocido como Síndrome de Charles Bonnet, este hace que las imágenes de las cuales no puedo tener una visión clara sean distorsionadas por mi cerebro o incluso remplazadas. ¿Raro no?
Salgo de la ducha y enrosco mi cuerpo en una toalla, salgo y busco algo para poder utilizar hoy, justo encima de mi cama estaba una pequeña mujer rubia bailando no se qué rayos, otro visitante que ignoro y sigo en lo mío.
Los Visitantes, así llamaba a las alucinaciones formadas por mi cerebro, no todas eran tan desagradables, incluso hasta me llegan a ser graciosas, excepto las que me hacían temblar, de las que ni siquiera podía contarle a alguien. Tomo mi teléfono y mi mochila y salgo directo al trabajo. Hoy es uno de esos días en los que todo es tranquilo, no encontré nada fuera de lo normal de camino aquí, entro y lo primero que olfateo al entrar es el olor a café.
Trabajo en una cafetería cerca de casa, me sirve para pagar la renta y lo que resta de la universidad. Voy hacia la cocina para buscar un delantal y así comenzar con mi jornada de hoy.
-Buenos días señora Fátima- Sonrió al ver a la señora que siempre viene con lo que creo que es su perro, digo creo porque para mí parece un Pokemon. --¿Qué va a tomar hoy? –Saco el bolígrafo que descansa en mi cabello y espero su respuesta.
-Esta vez solo quiero un café y un Beigel- Sonríe mostrando los pocos dientes que le quedan, lo único que saldría de mi boca sería una mueca de asco pero no lo haría, solo me dispongo a sonreír y salir hacia la cocina para entregar la orden.
***
Mi día había sido ¿Normal?
Estaba limpiando algunas mesas cuando veo a una señora sentada en las ultimas mesas de atrás, se supone que ya estamos cerrados, me acerco a ella y trato de decirle que ya habíamos cerrado, lo único que hizo fue reírse, no escuche su risa por lo que me di cuenta que mi cerebro estaba jugando una mala pasada.
Termino con las mesas, Andy y yo decidimos irnos y cerrar la cafetería. Andy era mi compañero en el trabajo y también mi amigo. Subimos a su auto y decidió primero dejarme en casa.
-Gracias por el aventón -Volteo a verle y este sonríe. –Ya es hora de que consiga un coche, no serás mi chófer de por vida –Bromeo.
-Sabes que no me molesta ser tu chófer –Lo observo divertida por esa gran mentira. –Solo algunas veces. –Me despido y bajo del coche, camino hacia la entrada de mi casa, abro la puerta y dejo mi mochila tirada en algún sillón de la sala, camino hacia la cocina y se me hace extraño ver que todo estaba despejado.
Abro el refrigerador y doy un pequeño respingo por la impresión. Había una cabeza sonriente en mi refrigerador, era tan escalofriante que cerré el refrigerador de un golpe, mi hambre había desaparecido así de rápido como si de un relámpago se tratase. Toco mi frente en señal de que estaba totalmente cansada de toda esta mierda, quizás pueda ignorarlos en la calle cuando estoy frente a personas, pero otra cosa era tenerlos en mi casa corriendo por todas partes, despertando a mi lado, observándome cada segundo, provocando escalofríos a cada segundo, lo odiaba.
Me desplomo en el piso y lagrimas comienzan a salir de mis ojos. -¡Paren! -Gritaba desesperada -Por favor- Sollozaba repetidamente, era como si cada uno de ellos se colocara a mi alrededor para reírse de mi, otros se quedaban totalmente inmóviles, mirándome de esa forma tan aterradora, odiaba con cada célula de mi ser a cada uno de ellos. Como pude me puse de pie aun con lagrimas en mis mejillas ya secas por el tiempo que dure, una figura totalmente negra paso corriendo a mi lado y apreté el barandal de la escalera tratando de aferrarme a este.
Me arme de valor y comencé a subir, tardandome demasiado, pensé que ya lo había logrado, que ya poda tenerlas todo el tiempo cerca mio, en definitiva no puedo, no lo consigo, no puedo dejar de ver a todos esos Visitantes.
***
Estaba en mi cita con el doctor, el señor Simmons era mi oculista desde pequeña, un hombre pequeño y barrigón con muy poco cabello. Desde que mi "problema" fue detectado, me refirieron al Dr. Simmons y a un psicólogo, que termine dejando con los años.