Vista al mar

Capitulo 3. Una pequeña luz al final del túnel.

Detrás de ella, entre medio de los árboles, asomaba un rifle de francotirador, apuntando hacia la cabeza de Alma. Hace rato nos venía siguiendo, esperando el momento justo para atacar. Alma nunca se dio cuenta, pero yo si, y mejor que no lo haya hecho, se hubiese puesto nerviosa y él lo habría notado. Tuve que disimular, hablarle de otras cosas y crear una distracción, para que pueda sacar el arma y protegerla.

Me acerqué al individuo, que se encontraba en el suelo resultado del disparo en la pierna, no podía ni quería matarlo, por eso fue ahí donde le dispare. Además quería interrogarlo para saber quién era y cuáles eran sus intenciones. Debí haber llamado a la ambulancia para que lo asistiera, pero no se iba a morir rápido, así que solo le hice un torniquete en la herida y le dije a Alma que se alejara un poco, y que si pasaba algo que corriera hacia la mansión sin mirar atrás.

―¿Quién eres? ―dije mientras amenazaba pegarle con la mano derecha―. Responde si quieres seguir viviendo.

―No te diré nada ―sollozó con dolor sujetándose la herida.

Luego de eso le pegué en el rostro y le apreté un poco la herida, no tuvo otra opción más que empezar a confesar. Sabía que eso no era legal, debería haberlo llevado a la estación, pero era la única forma de sacarle información.

―¡Está bien, para! ―gritó con demasiado dolor―. Mi nombre es Cristian Palacios. Me enviaron los secuestradores de la chica, querían que hiriera a la hermana mayor en forma de aviso.

―¿Dónde tienen a Micaela Mancilla?

―No sé nada más, lo juro.

―¿Qué sabes sobre la banda? Dame nombres.

―Solo sé que al líder le dicen el Faraón, es temiblemente respetado por sus colegas. Son muchas personas la que integran la banda, a los que son como yo solo nos usan para hacer el trabajo sucio en el que mas nos exponemos, solo nos dicen que es lo que tenemos que hacer sin un por qué, luego nos dan una buena suma de dinero y desaparecemos del mapa.

Luego de esos sucesos llamé al fiscal Martin Cáceres al mando del secuestro y le propuse un plan. Consistía en usar al agresor Palacios como topo, invertir su bando, que nos ayude a conseguir información y sabotear los planes de los secuestradores. Su recompensa seria la reducción de su condena. Palacios Aceptó, la oferta era tentadora, aparte de que no tenía otra elección.

Sin más demora, le pedí a algunos oficiales que me ayudaran a llevar a nuestro rehén a la mansión por la puerta trasera para que no se enteraran los periodistas, nadie más podía saber de esto excepto la familia que debía formar parte del plan.

A pesar de que parecía haber una luz al final del túnel y de que las cosas, aunque sea por poco, estaban mejorando, me sentía mal conmigo mismo, le debía una disculpa a la familia Mancilla, y en especial a Alma y Agustín, por más que ese beso haya sido sin intención necesitaba disculparme.

Reuní a todos en la sala y sin tanto preámbulo empecé a contar lo que sucedió.

―El comisario Villareal me salvó la vida ―dijo Alma interrumpiendo mi comienzo del relato―. Estábamos caminando por el bosque mientras charlábamos, cuando el comisario se detuvo y…

―Noté que alguien nos seguía. ―Esta vez la interrumpí yo―. Disculpe interrumpirla señorita Alma, pero quería aprovechar yo contar lo que sucedió para pedirles una disculpa, en especial a usted y al señor Castillo.

―¿Por qué, qué es lo que sucede? ―preguntó Agustín, que al igual que los demás, no entendía nada de lo que estaba pasando.

―Cuando me di cuenta que alguien nos estaba siguiendo, besé a Alma, por supuesto con un objetivo totalmente profesional, no quiero que me mal interpreten ni piensen mal de mí. Necesitaba sacar el arma sin que se diera cuenta el matón, al que luego le disparé e interrogué. Nos ha dado algo de información y puede ser clave para la recuperación de Micaela. Me pareció importante recalcar la parte del beso para pedirles perdón.

―Bueno, no tiene de que preocuparse, comisario. ―Solo dijo eso, con un tono un tanto soberbio e irónico.

―Muchas gracias, comisario, por salvar a mi hija. No tengo dudas que lo mismo hará con Micaela ―expresó el señor Hugo, emocionado.

―Es usted todo un héroe, señor Mateo, le estaremos agradecidos de por vida ―mencionó la señora Rosa.

―Y por lo del beso no tienes por qué preocuparte, solo fue un beso, y entiendo el motivo ―agregó Alma.

Lo que ella no sabía es que para mí no había sido un simple beso, pero eso, supongo que ya no importaba. Necesitaba enterrar mis sentimientos por ella o este amor me terminara consumiendo por dentro.

―Les agradezco mucho la comprensión. Ahora les explicaré cual es el plan, presten atención, debemos seguirlo al pie de la letra, no podemos cometer ningún tipo de error. Tenemos que hacerle creer a los secuestradores que su plan está saliendo como quieren, Alma deberá fingir que le dispararon, y esto lo haremos mediante los medios de comunicación, si ellos se lo creen, los secuestradores también lo harán. Luego esperaremos que los secuestradores contacten a Palacios para pagarle por su trabajo bien hecho, le darán una ubicación para recibir el dinero y ahí encontraremos a nuestro segundo matón, que nos guiara hacia el jefe de la banda, el Faraón.

—Es un buen plan —murmuraban algunos de los oficiales que también estaban escuchando.

De inmediato pusimos en acción el plan, llamamos a los médicos que estaban afuera para que atendieran a Alma de una herida de bala. Cuando entraron le explicamos lo que estaba pasando, a esta altura los periodistas ya se habían enterado del incidente, y de seguro los secuestradores también. Ahora solo teníamos que esperar que contactasen a nuestro rehén.

Ya eran las dos de la madrugada. De los que estábamos en la casa, yo era el único que no dormía hace más de 40 horas, los demás oficiales cambiaban de turnos luego de sus horas correspondientes de trabajo. Yo no quería hacerlo, este era mi caso y quería hacerme cargo plenamente de el, pero todos se daban cuenta que en cualquier momento me caía del sueño.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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