Ya eran las ocho de la noche. Faltaba una hora para la cena y ,todavía, no sabía qué ponerme. Revolví todo el placar en busca de algo acorde a la elegancia de los Mancilla, pero no había nada. Lo único que encontré fueron unos pantalones vaqueros oscuros de dos o tres años de antigüedad, una camisa negra y unas zapatillas algo desgastadas. No tenia demasiado dinero para salir a comprar ropa, aparte ya era demasiado tarde incluso para pensarlo.
Juan ya me estaba esperando afuera hace por lo menos 30 minutos. Sin apuro por salir, me fumo otro cigarrillo, era el número 13 del día. Necesitaba calmar un poco la ansiedad y el estrés que me generaba esta cena. Cerré con llave la puerta antes de salir y me dirigí hacia el auto en el que me esperaba Juan.
―Te tomas tu tiempo para cambiarte ―dijo mostrando su gesto de enojo por la tardanza. Apenas subí arrancó el auto, estábamos yendo tarde.
―Perdón, es que...―Tosí fuerte― no encontraba nada que ponerme. ―Me cubrí la boca con el pliegue del codo para volver a toser.
―¿Te encuentras bien? ―Detuvo el auto para preguntar.
―Sí, tranquilo. ―Posé mi mirada sobre la ventana del auto―. Hace un rato me atraganté en la merienda con unas tostadas, solo es eso. Continua.
Continuamos hasta adentraros al bosque en el cual vivían. Nos detuvimos delante de unos árboles que impedían que continuásemos por el camino. Noté a Juan desorientado.
―Creo que tomé la ruta equivocada ―comentó― era el camino de la izquierda el que debí haber tomado.
―Ay dios ―me quejé―, y entonces ¿Qué hacemos?
―No lo sé, hace 30 minutos que pasamos por ahí. Ya son las 20:50, estamos llegando re tarde. Si al menos no te hubieses tardado una eternidad en cambiarte, maquillarte, o lo que sea que estabas haciendo cuando llegué a tu casa ―dijo con tono irónico.
―Bueno ahora resulta que el tonto soy yo, cuando fuiste tú quien tomó el camino equivocado. Lo único que tenías que hacer era manejar, pero bueno, estaba complicado parece. Ahora llegaremos tarde por tu culpa.
―Ay pobre el comisario, no quiere decepcionar a su queridísima Alma.
―No, no es eso, solo quiero ser puntual.
―Está bien, dejemos la tontería, perdona. Fue culpa de los dos ¿Te parece?
―Sí, Tranquilo. ―Observé nuestro alrededor―. Baja del auto. Si seguimos a pie y cruzamos aquellos arboles llegaremos en unos 10 minutos.
―¿Cómo lo sabes?
―Pasamos por aquí con Alma la vez del disparo.
―Que memoria.
Cruzamos por entre medio de los árboles. El pasto nos cubría un poco menos a la altura de las rodillas. Ya había oscurecido por completo, ni siquiera la luna hacía notar su presencia debido a la espesura de los árboles grandes. Sentí como el viento se levantaba con enorme intensidad y traía consigo el olor a una fuerte lluvia que llegaría pronto. Los relámpagos y truenos del cielo le daban color y sonido al bosque.
Quizá nos habíamos perdido. Habían pasado más de 20 minutos, y todavía no veíamos la casa.
Juan volcó su mirada en dirección al cielo y comentó:
―Se acerca una fuerte tormenta, es mejor que apuremos el paso.
Por fin encontramos la mansión. Ya teníamos los pies hinchados de tanto caminar.
―Es allí ―dije señalando a la casa.
―Ya era hora ―contestó el―. Hablando de hora, son las 21: 23. No está tan mal, podríamos haber llegado mas tarde.
Salimos de entre la oscuridad de los árboles para tomar el camino principal de la mansión. De lejos podía verlos a Alma y Agustín en la entrada de la casa advirtiendo nuestra llegada. Él estaba vestido con un elegante traje azul oscuro; y ella, con un vestido verde esmeralda que le resaltaba el color de los ojos. Ellos tan elegantes, y yo, tan yo.
―Buenas noches ―dijeron ellos al unánime.
―Buenas noches ―contestamos también nosotros―, disculpen la demora, hemos tenido algunos percances durante el camino.
―Es un largo camino para venir caminando desde la ciudad ―mencionó Agustín arqueando una ceja con gesto de desagrado.
―Es justo a lo que se refería, Mateo ―Comentó Juan―. Dejamos el auto estacionado casi un kilometro atrás. No pregunten por qué, es una larga historia.
―¿Cómo está Micaela? ―pregunté. Alma agachó la cabeza.
―No está bien ―respondió Agustín en lugar de ella―, no habla desde aquel día. Por las noches se despierta gritando, tiene pesadillas. Se pasa todo el día encerrada en su pieza viendo caricaturas. La psicóloga dice que hay que tenerle paciencia y no presionarla.
―Lo siento mucho ―respondí. Volví a toser, la tos no me había dejado en paz durante todo el día. Los tres pusieron su atención sobre mí.
―¿Está bien, comisario? ―preguntó Alma.
―Sí, solo es una pequeña gripe.
En ese momento me percaté de como la mirada de Juan se posó sobre mí con un gesto de intriga. Me había acordado que a él le dije algo diferente que a Alma. Aun así, no emitió palabra, al parecer no le dio mucha importancia.
Nos invitaron a pasar a la casa luego de la charla fuera de ella. Nos saludamos con los padres de Alma una vez adentro. Nos dieron una pequeña recorrida por la casa, llegue a contar 20 dormitorios, 12 baños, 3 cocinas, 3 salas. Además de contar con piscinas, bodegas de vinos, entre otras cosas.
Pasamos por una sala en la que había un enorme piano, Juan se detuvo para comentar:
―Mateo toca el piano, es muy bueno.
―Ah, ¿Si? ―mencionó Alma.
―Sí, es todo un Beethoven.
―Vaya, cuantos talentos, comisario ―expresó el señor Mancilla.
―Solo exagera Juan, siempre lo hace. Hace mucho no toco.
―Luego de la cena complázcanos con alguna canción ―me pidió Alma.
―Si claro, no tengo problema.
La mucama se acercó para decir que la cena ya estaba lista. Caminamos hasta el comedor, donde nos esperaba servido un gran banquete con comidas de todos los gustos y colores posibles. Nos ubicamos; Alma y Agustín juntos en un costado de la mesa, Juan y yo en el otro, y el señor y la señora Mancilla en las esquinas de la larga mesa.