Vista al mar

Capítulo 10. Un respiro.

Ya era demasiado tarde. Seguía despierto en medio de la oscuridad del cuarto, sentado en la cama con un vaso de whisky en la mano. No lograba conciliar el sueño. Necesitaba apagar un rato la cabeza, volver a resetear el día. Pero no podía, seguía mal. Pensaba como un corazón que ya estaba roto podría volver a romperse como la primera vez. Ojalá nunca hubiese venido a esta casa el día del secuestro, mi vida estaba relativamente bien antes de eso, al menos podía vivir con esperanza. Ahora solo había oscuridad en todos lados, nada se sentía bien, en realidad, ya no me quedaba una verdadera razón que me motive a vivir.

Llovió toda la noche, bebí toda la noche. Antes de que todos se despertaran y que, incluso, saliera el sol, me cambié para salir de la casa. Y sin hacer el más ligero ruido bajé las escaleras. Ni siquiera a Juan desperté para avisarle de que me iba.

Estaba por abrir la puerta que daba afuera de la mansión, cuando una voz grave y y ronca susurró algo desde el costado de las escaleras, su silueta emergía desde la oscuridad.

―Supongo que no hará falta que lo veamos de nuevo, comisario. ―Era Agustín, que de a pasos cortos se acercaba a mí.

―¿Cómo dice? ―respondí.

―Digo que su trabajo ya está hecho aquí. No es necesario que vuelva, ya le agradecimos por lo que hizo ¿Qué más quiere de nosotros?

―No entiendo a qué se refiere, ¿Les he faltado el respeto?

―Solo no quiero volver a verte, ni siquiera en mi boda. No conseguirás nada con Alma, ella no está a tu altura, así que será mejor que te olvides de ella.

―Creo que hay un malentendido.

―Deja de hacerte el inocente, sabes bien de que hablo. Conozco a los tipos como tú, solo buscan fama y dinero. Es mi última advertencia, lamentaras si vuelvo a ver tu rostro.

Nos acercamos tanto que nuestros rostros casi se rozaban, mirándonos a los ojos. Sabía que si le contestaba a lo último que dijo todo terminaría mal, a los golpes. Decidí evitar problemas. Retrocedí hacia atras de forma lenta y me retiré de la casa. «Payaso», pensé en mi mente.

Me fui caminando por el camino embarrado de la carretera, ya que no traía mi auto, y no iba a despertar a Juan para que me lleve en el suyo, que dejó a unos kilómetros de la casa. Por suerte había salido el sol. Hoy sábado, no trabajaba. Aun así, me dirigí a la comisaria por otros asuntos.

Luego de un largo tramo de caminata llegue a la estación, traspirado de tanto caminar y con los pies y pantalones llenos de barro. Me dirigí a quien estaba encargado de los papeles.

―Buenos días, Comisario ―dijo Alan Báez, el encargado de los papeles―. ¿Qué hace aquí hoy? No le toca trabajar.

―Buenos días ―costesté―, quiero pedirme una licencia laboral. ―Necesitaba pedirme una, no estaba bien física ni mentalmente para seguir trabajando.

―¿A qué se debe? ¿Cuál es su enfermedad?

Tardé unos segundos para responder.

―¿No se ha enterado que he recibido dos disparos?

―Sí, disculpe jefe, fue una pregunta estúpida.

―Así es.

―¿Cuánto tiempo quiere?

No sabía cuánto quería, ni cuanto necesitaba. Solo quería tomar un respiro de tantos problemas, tantos casos, tanto desamor, tantas enfermedades…

―Dame dos semanas. ―respondí. Volví a pensarlo bien―. Un mes, que sea una un mes mejor. Perdón ando con la cabeza en cualquier lado.

―No se preocupe. Listo, ya está, espero que se recupere pronto.

―Gracias, ―Tomé aire―, yo también lo espero…

Una vez en casa, me puse a indagar en internet el lugar al que iría. Al final me decidí por Cerro Castor, en Ushuaia, el punto turístico más austral del mundo. Dice en internet que hay un clima helado, cae mucha nieve, grandes montañas y se puede salir a esquiar. Reservé una de las cabañas que estaban agrupadas en un pueblito pequeño. Ya estaba todo decidido, ese sería mi destino. Agarré dos maletas viejas que tenía en el galpón de casa y empecé a acumular en ellas todas las cosas que iba a llevar. Empecé por guardar todo tipo de ropa abrigada que tenía en el ropero: campera de piel, pantalones largos, camisetas, buzos, medias, guantes, gorros y bufandas de lana, botas impermeables. También acomodé en ella algunos libros que estaba leyendo, mi documentación, la computadora portátil, unos cuantos ahorros que guardaba desde hace ya dos años, y otras cosas más sencillas como cepillo de dientes y la cámara para sacar fotos. En el auto guardé las cosas más grandes: como una carpa que llevaría para cuando quiera acampar en las montañas, la conservadora en la que llevaría la comida para el viaje, etc. Son casi 3200 km de Campana hasta Cerro Castor, 37 horas de viaje en auto, un número que seguro valdrá la pena cuando disfrute de mis vacaciones.

Ya tenía todo listo. Antes de salir, cerré con llave mi casa y me subí al auto para irme. No le había avisado a nadie que me iba, ni a mi madre, ni a Juan, la decisión fue repentina y necesaria. Tampoco tenía que andar divulgando lo que hacía de mi vida privada, en cualquier momento se darán cuenta de que me fui.  Tomé la ruta nacional número 3, que tenía recorrido desde Buenos Aires, pasando por Rio Negro, Chubut, Santa Cruz y terminaba en Tierra del Fuego, mi destino.

Ya habían pasado 13 horas que llevaba viajando. El celular empezó a sonar. Detuve el auto al costado de la ruta para atender.

―¿Por qué no me dijiste que te tomabas licencia y te ibas de viaje? ―dijo él.

―Necesitaba tomarme un respiro, Juan, de todo y todos.

―¿Es por lo de Alma, el casamiento? Yo sé que es duro, pero deberías aceptarlo.

―No es por eso, y prefiero no hablar de ese tema.

―Entonces si, es por eso.

―¿Para qué me llamaste?

―Quería saber cómo estabas, me dijeron en la estación que hoy llegaste a la comisaria agitado y no parabas de toser, y que te pediste una licencia.

―Estoy bien, te preocupas demasiado. Me voy un mes al sur.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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