Me desperté aturdido y confuso con los fuertes golpes contra la puerta, apenas podía despegar los ojos. Miré la hora y eran las 08:12 am, era todavía muy temprano para ser un día de vacaciones. Había pensado despertarme por lo menos a las diez, pero ya iba a ser imposible poder dormirme de nuevo, además debía atender a quien quiera que esté tras la puerta.
Volvieron a tocar la puerta.
―¡Ya va! ―grité mientras me sentaba en la cama poniéndome las pantuflas.
Me abrigué rápido con una campera gruesa y me dirigí apurado hacia el baño para por lo menos lavarme la cara, y así, despabilarme un poco. «Dios, que ojeras que tengo», pensé mientras me miraba al espejo.
Fui hasta a puerta para abrirla. Al hacerlo vi a un hombre anciano con canas, quizá de unos setenta y algo de años, pero a pesar de ser viejo; era alto y corpulento, con una barba larga y espesa que le tapaba gran parte del rostro. Traía consigo una bolsa en la mano.
―Buenos días, señor Villareal ―dijo el anciano.
―Buenos días ―respondí desorientado, pensando en cómo sabia mi nombre―, ¿Con quién tengo el placer de hablar?
―Antonio Puentes. ―Estiró la mano para estrecharla―. Soy tu vecino, a quien le alquilaste la cabaña, padre de Ana, la conociste ayer cuando llegaste. ―Asentí con la cabeza―. Pensé que tendrías tiempo para conocer a tus nuevos vecinos si es que no te molesto o interrumpo en algo.
―Si, por favor, pase ―mencioné mientras lo invitaba a pasar. Por suerte tenía la casa limpia y ordenada―, siéntase como en su casa. Bueno en realidad, si es su casa, pero usted me entiende, don Antonio. Prepararé unos cafés.
Nos acomodamos en los sillones que estaban alrededor de la chimenea. Dejó la bolsa que contenía unas medialunas en la mesa y me indicó que agarrara si quería.
―Me dijo mi hija que te daría un tour por las montañas, así que bueno, antes de eso quería conocerte para aprobar su salida. ¿Quién eres y qué te trajo hasta aquí, muchacho?
―Soy policía, comisario exactamente, de Buenos Aires en la localidad de Campana. Vengo escapando de problemas, para serle sincero, es complicado.
Se quedó un momento callado para mirarme fijo a los ojos. Dejó el café en la mesita y se levantó de forma brusca. Me levanté al mismo momento que él, confundido por su actuación.
―Un momento ―dijo. Lo miré desconcertado―, tú… ¿No eres el de las noticias? El que rescató a la hermana de la cantante, solo, rodeado de mafiosos.
―Si soy yo, pero no fue solo, señor. En las noticias exageraron demasiado, se lo aseguro.
―Vaya, eres todo un héroe, muchacho. Tienes mis respetos.
―Nada de héroe, señor, no me gusta que me digan así ―comenté sonrojado por sus palabras―. ¿Y ustedes? ¿Llevan mucho tiempo viviendo aquí? ―Cambié de tema.
Se volvió a sentar.
―Si, yo me vine a vivir aquí de chico con mis padres. Heredé las tres cabañas cuando fallecieron. Mi hija se crio en el frio crudo y helado de esta ciudad, que la conocemos como la palma de nuestras manos. Nunca hemos salido de este lugar, ya estamos acostumbrados a las temperaturas bajo cero. Ella es buena chica, al principio te puede parecer un poco intensa o agotadora, pero cuando la conozcas te darás cuenta que es increíble.
―Si, me di cuenta, suelo reconocer a primera vista a las personas buenas, me lo ha enseñado el paso del tiempo en la policía. Me pareció muy agradable. ―Probé las medialunas que trajo―. Están muy buenas, ¿Dónde las compró?
―En ningún lado, las hizo mi hija. Sabe mucho de cocina, algún día deberías probar los deliciosos platillos que cocina.
―Me encantaría.
Se Volvió a levantar de su asiento, sacudiéndose las migas de las medialunas.
―Creo que ya debería irme, muchas gracias por la charla. Me alegra haberte conocido, puedes visitarnos cuando gustes.
―Lo mismo digo, nos vemos pronto.
Lo acompañé hasta la puerta hasta que lo vi marcharse y entrar a la casa de al lado. El frio parecía que me abofeteaba cada vez más fuerte por cada segundo que dejaba la puerta abierta. Incluso me costó cerrarla, como si alguien estuviese empujando desde afuera. «Maldito frio», pensé.
Me quedé ordenando un rato la casa. A las 10:00 am volvieron a tocar la puerta, esta vez los golpes eran un poco más suaves. Fui a abrirla.
―Hola, ¿Listo para ir a dar un paseo? ―Era Ana, que ya estaba preparaba para subir la montaña. Traía entre sus manos dos pares de esquí y unas botas para esquiar. Parecía que nunca dejaba de sonreír.
―¿Tan temprano? ―respondí.
―Si. Aquí los días son más cortos, oscurece temprano y hay veces que ni siquiera sale el sol. Aprovechemos el día que está hermoso. ―Me entregó el equipo de esquiaje―. Toma, lleva esto.
Acepté su propuesta. Me haría bien salir un rato y conocer este lugar.
Caminamos un largo rato mientras íbamos conversando en el camino. La montaña se alzaba imponente entre algunas más pequeñas, toda cubierta de blanco por la nieve. Un montón de gente bajaba esquiando a toda velocidad. Llegamos a un punto donde estaban todas las personas amontonadas, algunas hacían fila para subir a las montañas por aerosillas; otras subían por un costado caminando una detrás de otra en una fila interminable que se perdía en la altura.
―No pensé que habría demasiada gente ―le dije a Anita mientras seguíamos caminando―, ¿no deberíamos ir hacia donde están todos? ―Cada vez nos alejábamos más de donde estaban todos.
―Se acumula demasiada gente ahí. Conozco un lugar muchísimo mejor, en el que podremos esquiar solos y tranquilos. Por lo general, no va nadie, la gente se suele quedar en esa montaña de ahí atrás porque está más cerca de las cabañas y algunos restaurantes.
―Está bien. ¿Sueles hacer esto seguido?
―¿Esquiar? Si.
―No, no me refiero a esquiar, de seguro la mayoría de la gente que vive aquí lo debe hacer. Me refiero a si sueles darle un recorrido turístico a todos los que le alquilan la cabaña a tu padre.