Vista al mar

Capítulo 13. "Quizá las cosas no salgan bien"

Viajaba demasiado rápido por la ruta a casi 100 kilómetros por hora. No me había detenido en ningún momento para comer o dormir, solo para cargar nafta. Sabía que algo malo estaba pasando en mi ciudad, y cuando las cosas sucedían yo estaba a más de 3000 kilómetros de distancia. Debía llegar lo antes posible. A la velocidad que iba, en seis horas más llegaría.

Era de madrugada. Empezó a llover fuerte, caía granizo. Tuve que aparcar el auto al costado de la carretera porque estaba muy resbaladiza. No había nada alrededor. No me quería dormir sin antes hacer una llamada. Marqué el número de Cáceres. No atendió. Al parecer tenía el teléfono apagado. «Se habrá ido a dormir», pensé. Las anteriores llamadas tampoco me las contestó, intenté comunicarme con él varias veces, pero no tuve éxito en ninguna. Me posicioné para dormir al menos hasta que la lluvia bajara un poco la intensidad.

Me desperté en mitad de la noche, escuchando una especie de pisadas rápidas que se alejaban del auto. No había parado de llover. Tomé el arma de la guantera y la cargué por si las dudas, salí a ver qué pasaba. Estando afuera, vi a lo lejos un auto negro estacionado. La lluvia era tan fuerte que hasta me nublaba un poco la vista. Coloqué mi mano en la frente para intentan divisar a los individuos que estaban dentro del auto. Eran dos, pero entre la lejanía y la lluvia que caía en el vidrio del auto no lograba diferenciar sus rostros.

Estaban estacionados detrás de mí auto a casi 200 metros. «Es demasiado obvio que me estuvieron siguiendo, ¿pero por qué? ¿Por qué no hicieron el esfuerzo para que no los vea? Querían que me dé cuenta. Pero si hubiesen querido matarme ya estaría muerto, lo habrían hecho mientras dormía. Debo salir de aquí», pensé, mientras encendía el motor del auto. Arranque despacio. Miré por el espejo retrovisor. También encendieron su auto. Iban lento al igual que yo. Aceleré de forma brusca hasta superar los 80 kilómetros por hora. Ellos hicieron lo mismo.

Continuamos apenas cinco minutos hasta que decidí reducir la velocidad para estacionar. Tenían un auto mucho mejor que el mío así que tarde o temprano me alcanzarían. Si querían matarme, era el momento. Estacioné de vuelta el auto hasta que alcanzaron la altura en la que estaba. Siguieron de largo y de inmediato los perdí de vista. Yo Esperaba un combate, pero a lo mejor lo único que querían era que lo tomara como un susto o una amenaza. Volví a encender el motor para terminar el camino.

Una vez en Campana, fui a la comisaría para buscar a Cáceres. Lo busqué por todo el lugar, pero no estaba. Debería haber estado trabajando.

Lo vi a Juan en su despacho, tomando un té y organizando papeles. Me acerqué hasta él.

―¿Has visto a Cáceres? ―pregunté agitado al entrar.

―¿Qué haces aquí? ―Se sorprendió al verme.

―Después te explico, estoy muy apurado. ¿Lo viste o no?

―No ha venido a trabajar ayer, y creo que hoy tampoco. ¿Le ha pasado algo?

―No, no debe ser nada. Dame la dirección de su casa.

Me dio la dirección de su casa y me encaminé a ella de inmediato, no era tan lejos. Al llegar vi como el portón de la casa estaba entreabierto, y la puerta principal con el picaporte roto, como si hubiera sido forzado. Entré con cautela al jardín, con en el arma en las manos. Rodeé la casa para revisar primero que en el patio trasero no haya nadie. En la tierra habían quedado huellas por la lluvia de anoche, estaban frescas y eran recientes. La parrilla de mármol que estaba contra la pared había sido derribada. Y el galpón que estaba separado de la casa había sido desmantelado por completo.

Volví a la entrada principal, y entré. Toda la casa estaba patas para arriba, destrozada, cosas tiradas en el suelo. Me hice paso entre el desorden para revisar de a poco la sala, y luego el baño, hasta que llegué a su habitación.

Estaba ahí en su cama, acostado boca arriba, con un balazo en el centro de la frente. Sin ropa. Los ojos la tenían sacados de sus cuencas. Los dedos de las manos y las piernas los tenía arrancados como con tenazas. Y tenía una sonrisa de sangre dibujada de oreja a oreja con un cuchillo. En mi vida como comisario había visto asesinatos, escuchado testimonios de robos o violaciones, pero eso que tenía delante de mis ojos, no lo había visto nunca.

No pude mirar ni un segundo más semejante abominación, me generaba retorcijones en el estómago y dolor de cabeza. Volví a la sala. Llamé a la ambulancia para que vinieran a llevarse el cuerpo, y a la policía científica para que analizaran bien la escena del crimen. No encontraron nada que fuera de utilidad. La casa estaba desordenada pero no dejaron ningún tipo de rastro que nos de algún indicio de quienes eran los criminales.

«Habrá descubierto algo, por eso lo mataron. Fue una tontería haberlo involucrado. Otra muerte más con la que tendré que cargar en mi conciencia», pensé, mientras salía de la casa para tomar un poco de aire e intentar secarme las lágrimas.

La casa estaba dada vuelta, y a Cáceres lo habrían torturado para que les diga si encontró pruebas contundentes en contra de ellos. Luego matarlo para no dejar testigos. Debía investigar que fue lo que descubrió antes de que lo mataran o más gente podría sufrir las consecuencias por todo esto.

Saqué mi celular del bolsillo y llamé a mi madre.

―Má. Escúchame, tienes que irte de esta ciudad lo antes posible. Tengo dinero guardado en mi casa, tómalo y vete lejos. ―El solo hecho de pensar que mi madre podría correr algún peligro me generaba escalofríos en todo el cuerpo.

―¿Qué está pasando, Mateo?

―Debes irte ahora.

―No me iré a ningún lado si no me dices que pasa.

―Me he involucrado con gente peligrosa. Me han estado siguiendo. No sé qué más harán, pero han matado a uno de mis oficiales. Son asesinos profesionales ―suspire profundo. Me senté en el piso contra la pared cerrando los ojos―. No quiero que te hagan nada a ti. Si a vos te pasa algo yo me muero. ―Y de nada había servido secarme antes las lágrimas porque ya estaba llorando otra vez. Quería ser fuerte pero no podía―. Desde que papá se ha ido, tú te has hecho cargo de mí sola. Sé que no he sido el mejor hijo, y que hubieses querido que me dedicara a otra cosa. A veces te desobedezco, me enojo contigo sin de verdad tener un buen motivo. Sabes que nunca he sido de expresar mucho mis sentimientos, pero te amo, má, sos todo lo que tengo. Debes irte, por favor.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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