Vista al mar

Capítulo 14 (segunda parte). Verdades que salen a la luz.

El día había pasado tan rápido que ya era la hora de juntarme con Alma, en un bar. Llegué un rato antes de lo acordado así que entré solo. Me senté en la barra. Si hubiese sido otro el contexto ya estaría emborrachado, pero no; debía estar cuerdo para contarle a Alma todo de lo que me había enterado, y escuchar lo que tenía para decirme.

Y la vi llegar, con su apariencia deslumbrante como de costumbre. No sé por qué siempre que la veía el corazón se me aceleraba de forma brusca, como si lo sintiera a punto de escaparse. No me vio al entrar, pero luego de verla lanzar un par de miradas perdidas, le hice una seña con la mano y alcanzó a verme.

―Hola, comisario ―dijo sentándose en la silla, al lado mío.

―Por favor, ya nos conocemos, puedes tutearme si quieres: Mateo está bien. ―Hice una pausa para pedirle al bartender dos tragos―. Me alegra volver a verte, Alma.

―Lo mismo digo.

―Has querido verme, entiendo que es algo importante. Te escucho, soy todo oídos.

―Sí, es importante, quizá más de lo que piensas. ―Se empezó a agitar, estaba al borde las lágrimas y ni siquiera había empezado. Bajó su mirada.

―Tranquila. Puedes confiar en mí. ―Tomé de su mano, la cual estaba temblando, y con la otra; la tomé del mentón para mirarla a los ojos. Largó la primera lagrima, en sus ojos notaba la tristeza acumulada―. No tengas miedo, estas a salvo. ¿Quieres que vayamos a un lugar más tranquilo?

―Si, por favor. ¿Podemos ir a tu casa?

―¿A mi casa?

―Si, es que no quiero ir a la mía, no quiero...

―Entiendo, cuando lleguemos me cuentas mejor, más tranquila.

Salimos de ese lugar. Ella no emitió ni una palabra durante todo el viaje, la notaba muy mal, y eso me dolía, me lastimaba en lo más profundo, pero ella no lo sabía, no importaba que lo supiera. Llegamos a casa. El hecho de que estará tan asustada como para ni siquiera volver a su casa, me preocupaba.

―Bueno, esta es mi casa ―dije habiendo abierto el portón―. Como veras, no es tan elegante como la tuya, pero ojalá te sientas cómoda.

―No te preocupes. Gracias por traerme hasta tu casa.

―Pasa. ―Abrí la puerta y la invité a sentarse en uno de los sillones―. ¿Qué quieres tomar? ¿Te, café, mate?

―Lo que tomes tú está bien, gracias.

Volví de la cocina con dos cafés en la mano, y me senté cerca de ella

―Te escucho, Alma.

―Bueno, quiero contártelo, pero no sé por dónde empezar.

―Por donde quieras tú, por donde te sientas más cómoda. Solo relájate, somos amigos.

―Agustín... cómo decirlo. ―Y por esas cosas de la vida, quizá de comisario, ya me imaginaba que más saldría de su boca. Ya había estudiado sus gestos y actitudes más de una vez, y siempre llegaba a la misma conclusión sobre lo que pasaba, pero deseaba que no fuera cierto―. Él, me pega, me ha violado más de una vez. He querido impedirlo, pero no pude. Siempre ha sido más fuerte que yo. ―Escucharla confesar eso me desgarraba el alma. Por dentro me sentía furioso, con ganas de matarlo―. No recuerdo hace cuanto empezó todo, quizá desde el primer momento que empezamos a ser novios. Lo que le ha pasado a mi hermana, me había hecho en cierta forma, olvidar un poco lo que sufrí durante tanto tiempo. Ahora que ya está a salvo, sufro su violencia de nuevo, pensé que cambiaria. Esa noche, de su propuesta de casamiento, ya sabía que lo haría. Me dijo que si no la aceptaba... ―Cerró los ojos; supe y entendí que no podría decirlo―. Ha acabado con mi carrera de artista, hace meses que no avanzo con en ella. Soy infeliz.

Después de una pausa larga que hice, intentando asimilar las calamidades que me contaba, y más sobre ella, que le quería de forma especial, me levanté hecho una furia de mi asiento.

―¿Qué haces, Mateo? ―preguntó ella.

Fui hasta mi habitación a buscar el arma reglamentaria. Ella me siguió. Las miradas y las palabras se las esquivaba, no quería que me viera llorar.

―Mateo ―volvió a repetir―, ¿Qué harás con eso? ―preguntó, mientras me veía derrumbándome emocionalmente, con el arma en la mano―. Mateo.

Me detuve, con la puerta delante, y ella detrás.

―Déjame hacerlo ―respondí. Me di vuelta para hacerlo.

Había formas de romperse un corazón, pero esa era la más cruel. Nunca me había sentido así, era inexplicable las sensaciones que tenía. Fue todo tan rápido que ni siquiera llegué a pensar en que quizá se daría cuenta, por mis actitudes, que estaba enamorado de ella y haría cualquier cosa para ponerla a salvo, sin importar que para ello tuviera que cometer delitos. Y es que era tan obvio por mis acciones.

Me observó, me tomó del brazo delicadamente y me dijo:

―Créeme que yo también he querido hacerlo, pero no es lo correcto. Sé que suena aterrador escuchar lo que conté. ―En sus ojos veía la resignación, a lo mejor, aceptación sobre lo que vivió.

―Pero...

―Por eso nunca lo he denunciado. Solo no quiero vivirlo más, alejarme de él, estar a salvo.

―Lo siento, tienes razón. Estaba actuando sin pensar. Vayamos a sentarnos de nuevo ―dije mientras me dirigía de nuevo a los sillones de la sala.

Me tomó de nuevo, esta vez, de la mano.

―Gracias, por preocuparte por mí.

Nos volvimos a sentar de nuevo.

―Entre tanto, se me olvidó contarte algo muy importante ―le dije―. Hemos descubierto, en conjunto con otros policías, que es muy probable que Agustín esté involucrado en el secuestro de tu hermana.

―¿Qué? ―Me miró asombrada.

―Aún estoy investigando, lo más probable es que sea cierto. Tarde o temprano descubriré la verdad.

―No lo puedo creer, es un monstruo. Mi hermana solo es una niña

―Lo sé, todo estará bien.

―Sé que me estas ayudando, y me has escuchado, eso te lo agradezco mucho, pero necesito pedirte un favor mas.

―Por supuesto, lo que necesites.

―No puedo volver a mi casa, él me encontrará fácilmente. Tengo miedo de ir a un hotel sola.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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