Vista al mar

Capítulo 18. Ríos de sangre

―Tranquilos ―dijo el Faraón con tono irónico―, no hay por qué alterarnos. Después de todo, estamos entre amigos ¿verdad? ―Soltó una carcajada.

No entendía cómo ni por qué Francisco nos había hecho esto, era caer demasiado bajo como ser humano: vender a tus amigos a un grupo de psicópatas por algo de dinero, sin importar cuanto fuese. Lo planeó todo desde el principio, pero ¿Hace cuánto trabajaba para ellos? De seguro no tanto, luego del rescate de Micaela, sino las cosas hubieran salido mal. Quizá solo estaba esperando el momento indicado para vendernos.

―Francisco, llama al carnicero ―dijo Agustín.

―¿Espera que estas haciendo, pichón? ―intervino el faraón―. El que manda aquí soy yo, y tengo mis propios métodos y hombres. Conozco a uno mejor.

―Pensé que habíamos acordado que de Mateo me encargaba yo.

―Nunca arreglamos eso, deja que yo me encargue ―respondió. Al parecer el que mandaba era él.

―Ya dejen de pelearse por mí, princesas, puedo atenderlas a las dos ―dije yo de forma sarcástica.

―Tú cállate. Te arrepentirás de haber quitado de mi vida a mi prometida ―respondió Agustín.

―Eres tan poco hombre que hiciste que se vaya sola. Marica, eso eres por maltratar a una mujer.

―Dales un golpe para que se duerman ―ordenó.

Y luego de eso, sentí un fuerte golpe y se me oscurecieron los ojos.

Me desperté atado con cadenas que se desprendían del techo, ligeramente con los pies suspendidos en el aire. Tuve que ponerme de puntitas para llegar a tocar el piso y descansar un rato las manos que estaban estiradas. Eché un vistazo alrededor. Juan estaba en la misma situación al lado mío, ya estaba despierto. Pude contar solo ocho personas, contando a Agustín y el faraón. Los demás estaban vestidos de trajes y tenían cada uno un arma de fuego.

―Bien ―Dijo el faraón. Acercó una silla delante mío y se sentó―, sabes por qué estás aquí, ¿verdad?

Lo miré fijo a los ojos.

―¿Qué pasa? ―dijo de nuevo―. Te quedas callado, ¿no eres tú el héroe de la película? ¿Qué pasó con lo que me dijiste la última vez que nos vimos? Eso de "La próxima vez que nos veamos terminaras tras la reja", ¿eh? ―Se detuvo un momento esperando mi contestación, que estaba sacando conjeturas en mi cabeza de lo que podría llegar a pasar. Por desgracia, no veía muchas salidas claras. Al ver que de mí solo salía silencio, prosiguió―. Entiendo, yo hablo, ustedes escuchan. Te cuento por qué están aquí: No perderé tiempo en contarte mi negocio, ¡claro que no! Seré directo. Me tomó mucho trabajo y costó mucho dinero secuestrar y mantener a esa niña a salvo. No solo tuve que sacar de mis ahorros para pagar a mis matones-que no son para nada baratos- sino que también, por tu culpa, ¿sabes cuánto dinero he perdido? ―Se levantó, como si al recordar la cifra se hubiera puesto furioso―. ¡100 millones de dólares! ―gritó, haciendo gestos con todo el cuerpo demostrando su enojo.

―Y me alegro mucho ―dije.

Se acercó en silencio hacia mí, inclinando su cabeza, dejándome de frente a su oído.

―¿Cómo has dicho? ―preguntó―. No te escuché, repítelo en mi oído.

―Encima de feo, eres sordo. Te hubieses limpiado la oreja por lo menos, tienes una mugre tremenda ―respondí.

Se dio vuelta, ignorando mi comentario. Carraspeó un poco la garganta y luego se acercó a Juan.

―¿Cómo era tu nombre? ―Se quedó pensando.

―Juan Ramírez, señor ―dijo uno de los hombres que estaban vigilando.

―Ah, cierto, Juan... Claro, el mejor amigo de Mateo. Disculpa, no te reconocí, pero si sabía de tu existencia, o eso creo. Pero viste como son las cosas, cuando Batman y el guasón se pelean, nadie piensa en Robín, o... ―Miró hacia Agustín― en el pingüino. Tú solo eres un personaje secundario en todo esto, aun así, estas aquí. Que mala suerte que tienes, che ―Volteó su mirada hacia mí― él te trajo hasta acá, él te metió en todo esto, lo sabes, ¿verdad?

―¿Qué harás conmigo? ¿Me mataras? ―dijo Juan, su voz temblaba como la de un niño asustado.

―No, no, ¿Que dices? ¿Matarte y dejar libre a Mateo para que aprenda la lección? No, claro que no. Eso sería muy obvio, y a mí me gustan las sorpresas ―Esto último que dijo, dibujó una sonrisa en su rostro. A mí me aterraba saber a qué se refería con eso.

Hace unos largos minutos había estado impidiendo toser en mi garganta, pero no pude más, y lo hice. Todos posaron sus ojos sobré mí como dagas.

―Disculpa el lugar, comisario ―dijo Agustín, dando pasos lentos y firmes hacia mí, con las manos hacia atrás. En su tono de voz se hacía notar la ironía―, pero aquí no tenemos los recursos suficientes para una quimioterapia, radioterapia y todos esos medicamentos que necesita tú.

Empecé a sentir un fuerte escalofrió por todo el cuerpo. Sentía como la frente y las manos me sudaban. ¿Cómo sabia lo mío? Era imposible, o tal vez no. El faraón empezó a largar una carcajada, y junto a él se unieron la de los matones, aunque estas últimas eran un poco falsas. Varios parecían que no habían captado lo que decía. Pero el que de verdad estaba anonadado era Juan, que yo lo miraba de reojo, y sentía su incertidumbre de cerca.

―Mateo ―dijo―, ¿Qué es lo que está diciendo esta gente?

Me quedé callado, y de mí empezaron a salir pequeñas lagrimas contenidas. Las manos me empezaban a arder por las sogas que las sujetaban, y los brazos ya los tenia agotados.

―¡Mateo! ―Volvió a gritar―, explícame.

―Sh ―Agustín llevó su dedo índice a la boca para así callar los murmullos―, es un momento delicado, dejemos que la pareja resuelva su problema―dijo con tono irónico, y todos empezaron a reír de nuevo.

―No hay nada que explicar, Juan. Ya ha quedado claro, se entendió lo que quiso decir. Me estoy muriendo.

Se quedó callado un momento, hasta que volvió a hablar.

―Lo siento mucho, no sé qué decir, me dejas sin palabras

―No te preocupes, lamento no haberte dicho ―respondí. Luego miré hacia a Agustín―. ¿Cómo es que lo saben?



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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