Ya había amanecido en mi cabaña, en la otra, no en la de Ana. Me había ofrecido quedarme en la de ella, en una habitación aparte, porque su padre se había ido Misiones a visitar a su familia, pero obviamente no acepté, no era lo correcto, y tampoco quería llegar a incomodar, aunque ella me había insistido para que me quedase. Me hizo compañía toda la tarde, hasta la madrugada, fue muy comprensiva, incluso olvidó aquel episodio en el que se había enojado por lo de la videollamada. Le conté todo lo que pasó, me ofreció su oído y sus consejos, acompañado de algunos abrazos, en los que me imaginaba que era mi madre con quien los tenia. También se puso mal cuando, por último, le conté lo de mi enfermedad. Ya lo sabían todos.
No había dormido, o quizá si lo hice por unos minutos. Solo estaba encerrado en mis pensamientos, con un agujero en el alma. Lo peor de todo, es que también necesitaba a Alma al lado mío, a lo mejor fue repentina la salida de Buenos Aires, como la primera vez. También puede que haya sido la última vez en verla. Todo lo que pasó con mi madre, el faraón, Agustín, me había generado un estrés tremendo, no podía conciliar el sueño. Quizá pude haber hecho algo más para impedir lo que pasó, siempre se puede hacer algo más.
Me bastó con tocarme la frente unos segundos para saber que estaba ardiendo en fiebre. Tenía todo el cuerpo sudado, pero a pesar de eso, sentía escalofríos en todas partes. Hasta hace un momento me había parecido quedarme dormido, pero no, no lo estaba. Estaba teniendo alucinaciones despierto. Veía y sentía cosas raras, escuchaba la voz de mi madre pidiendo ayuda. Me levanté de la cama para buscarla por toda la casa, hasta que llegué al baño y la vi. Estaba ahí, en el espejo, con toda la cara ensangrentada, el pelo revuelto y lágrimas en la cara. Me asusté, el corazón se me paró por un momento y caí ligeramente hasta que mis ojos se cerraron.
Me desperté mareado. No sabía por qué, pero sentía que habían pasado más de 12 horas por lo menos, sentí como si hubiera dormido mucho. Me toqué atrás de la nuca, luego deslicé la mano hacia el suelo y sentí el charco de sangre. Todavía seguía acostado, sin fuerzas para levantarme. Levanté la mirada y había manchas de sangres en el retrete. Habría caído sobre él dejándome inconsciente. Era un milagro que todavía siguiera vivo. «Hubiese preferido morir. ―Aun sentía el dolor en el pecho, ese que iba más allá del cáncer (que por cierto, me estaba matando físicamente), un dolor mucho peor, el de perder a una madre―. Maldita sea»
El mareo no se iba. El techo del baño daba vueltas. Y volvió a escuchar voces, esta vez no era la de mi madre, sino la de Alma. Gritaba y gritaba, como si llevara horas gritando. Me llamaba a mí, decía mi nombre.
―¡Mateo! ¡Mateo! ―gritaba.
Intenté hacer caso omiso a las voces. Suspiré pesadamente. Quería quedarme en el piso por siempre, quizá me moriría por tanta perdida de sangre. Pero esta vez la voz de Alma se duplicaba, triplicaba y pedía que abriera la puerta, «¿Qué puerta?»
―¿Estas ahí? ―volvió a gritar, se la escuchaba más preocupada.
―Ya sé que estas solo en mi cabeza ―susurré―. Vete de una vez ―supliqué. Su voz, al igual que la de mi madre, me torturaba, me torturaba no tenerlas cerca para poder abrazarlas, pero mi cabeza se las ingeniaba para poder traerlas a mí, y yo no quería eso. No quería sentir nada.
A la voz de Alma, se había sumado otra, era la de una mujer joven, no la de mi madre, pero el dolor de cabeza no me dejaba familiarizarme con ella. Se escuchaban más ruidos, y más ruidos. Yo sentía como los sonidos se iban desvaneciendo, junto con mis ojos que se habían cerrado hace unos minutos, intentando volver a dormir, y tenía la sensación de que sería un sueño eterno.
Ya no tenía aliento, pero abrí los ojos una vez más y las vi a ellas dos: Alma y Ana. Estaba alteradas, discutiendo entre ellas, pero no las escuchaba.
―¡Tenemos que llevarlo al hospital! Se está muriendo.
Volví a cerrar los ojos. Sentí como mi cuerpo era arrastrado.
―¿Estoy soñando? ―dije entrecortado.
―No.
―Déjenme morir entonces.
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Queridos lectores: Lamento la tardanza. No voy a mentirles, la verdad es que no sentia ganas de escribir, acepto mi falta de compromiso. Pero recien he tenido un momento de inspiración e hice este capítulo. Si sigue siendo apoyada la historia, votada, compartida o comentada, seria de gran motivacion y ayuda para mí, para que siga escribiendo. Espero que el capitulo haya sido de su agrado. Gracias por leer. Abrazos.